Estábamos a menos de 90 días del 18 de octubre 2019 y el Estallido Social que remeció al país y sorprendió al mundo. Millones salieron a la calle para terminar con el abuso. Juan Carlos Monedero, lúcido y con una calma propia de la conciencia y responsabilidad de su propio proceso en España, no contaba en el programa con su intervención y fue recibido con muestras de admiración. Tal como en esa oportunidad, hoy a través de Twitter nos da cuenta de los problemas de Podemos y sus consecuencias. Muchos que allí estaban, miraban el “modelo” como un augurio del “deber hacer” de la izquierda chilena. Monedero entonces puso paños fríos. Y hoy nos da cuenta de la derrota de las izquierdas y del triunfo de la derecha en España.
Señala en Twitter Monedero “Giro electoral claro a la derecha en España (…) da igual la corrupción, carecer de programa, no hablar de problemas locales, defender a las inmobiliarias en vez de los inquilinos, despreciar el calentamiento global (…) despreciar a las mujeres o al mundo LGBTI (…) les basta decir “comunismo” y España se rompe (…). O cambiamos los marcos mediáticos y trabajamos por la unidad o viene el desierto”.
Las derechas parecen tener una consigna común pese al Océano Atlántico. Acá permitimos que Kast se apropiara del concepto Republicano que en su origen y definición encarna lo totalmente opuesto a su definición y mucho más que en España, donde el Republicanismo encarnó la lucha por la democracia, la igualdad y la libertad contra la dictadura de Franco.
Cualquier similitud con lo que pasa hoy en España y en Chile no es mera coincidencia.
En España, después de una breve pero histórica espera, una generación emergente logra llegar al Gobierno como una fuerza renovada y emergente plena de convicción y esperanza por los cambios profundos que habían levantado contra la Monarquía y el PSOE. Se integraron al Gobierno con cinco ministros menores de 40 años y a poco andar, aun dando una dura lucha parlamentaria por sus banderas electorales, abandonaron el programa de cambios hasta su total disolución, creyeron que siendo una izquierda horizontal todos se le unirían. Se concentraron en disputas internas creyendo que eso era más importante que los intereses cotidianos de la gente, se alejaron de su base social y sindical y se concentraron en banderas de minorías importantes, pero minorías al final de cuentas, postergando los anhelos de las mayorías.
Establecieron alianzas con aquellos que habían denostado en el pasado integrando el mismo gobierno y morigeraron la crítica a sus adversarios. Aceptaron las amenazas de economistas y los empresarios sin brindar una batalla o disparar un tiro. Pidieron disculpas cada vez que se equivocaron hasta que estas dejaron de tener sentido y se transformaron en una constante, no se la jugaron en el proceso histórico de cambios profundos y actuaron de árbitros en disputas que antes ellos impulsaron e instalaron.
Se dividieron y fragmentaron en pleno ejercicio del poder, sus líderes rompieron diálogo entre ellos mismos, despreciaron el aporte de la vieja y experimentada izquierda solo por el hecho de ser viejos. Instalaron cuadros políticos inexperimentados cuyo único mérito era su opción legítima de género, aunque de la materia política asumida no tuvieran cercanía. Excluyeron a quienes compartían la misma bandera contra el neoliberalismo y la monarquía por estar demasiado cerca del centro político, se aislaron de la ciudadanía que los eligió, no tuvieron política comunicacional para enfrentar la ofensiva conservadora y no crearon o apoyaron medios de prensa. Y a pesar de ser activos en Redes Sociales, alternativas para informar de sus avances y dificultades, ello fue absolutamente insuficiente.
Internacionalizaron su experiencia en una etapa tardía de su gestión y las opciones en política internacional, aún cuando fueron coherentes y leales con ellas, como su visión sobre Venezuela a la que no renunciaron, tuvo el costo de hacerlos blanco de investigaciones del propio Senado español.
Su líder principal abandonó el gobierno después de sacrificar su posición histórica sin más, lo que provocó desconcierto y desafección para luego cambiar su apariencia personal drásticamente. Perdieron sucesivamente las últimas elecciones sin poder armar base única con Izquierda Unida (IU). En el fondo perdieron el relato, la mística, han aplaudido de pie a Zelensky y olvidado su histórica crítica a la OTAN, han abrazado la política LGBTIQ+ aún en contra del feminismo. Sobraban egos y faltaban liderazgos.
Se autoproclamaron la izquierda y su política abandonó la lucha medioambiental y escondió o se dedicaron a patear los conflictos, no enfrentarlos. No tuvieron vocación de mayoría y multiplicaron los sectores internos y caudillistas. No supieron responder al demoledor ataque contra Irene Montero y en la compra de una casa junto al líder de esta izquierda. Decisiones más trascendentales no fueron consultadas con un equipo, la coalición más cercana o el partido y mucho menos la ciudadanía que los eligió. Han fallado a las expectativas que sus votantes imaginaron y han desencantado de la política a millones de seguidores fieles y siguen perdiendo elecciones y la derecha sigue avanzando en España.
Bastó una sola derrota electoral al Gobierno de Sánchez para anticipar elecciones generales en un golpe al tablero político. De una extraña manera esa brisa del Atlántico llegó al Pacífico.
En Chile, el Gobierno de Boric, y particularmente la izquierda, llevan dos sucesivas derrotas y nada cambia en el Gobierno y tampoco en la izquierda, salvo un poco significativo cambio ministerial que no logra alterar el rumbo, sino más bien consolidar el abandono de un programa de Gobierno. Que, por lo demás, no tiene ninguna opción de ser realizado por carecer de mayorías parlamentarias para ello y porque es un Gobierno que no acaba de instalarse y mantiene más del 60 % de todo el aparato público dirigido por quienes fueron designados por Piñera.
Y lo más duro y contradictorio, se instalaron en el Gobierno personas cercanas en lo personal y lejanas en lo político, en la mayor parte de estas no muy experimentados, cuyo único mérito era su opción legítima de adhesión a banderas de campaña, aunque de la materia política asumida no tuvieran las capacidades necesarias que como sabemos, no solo consisten en acreditaciones universitarias.
La historia se repite primero como tragedia y luego como comedia. Quizás sea eso lo más concreto y definitivo de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile.
Podemos fue derrotado con fuego de extinción y el PSOE desesperadamente anticipa elecciones, lo que en Chile no es posible hacer porque aquello no está en la Constitución. En diversas etapas de los últimos años, la izquierda en el Frente Amplio se sintió atraída por esta experiencia de Podemos. Y ya sabemos cómo evolucionó en un proceso de derrotas que aún no termina.
Frente a lo ineluctable de ese destino, no queda sino sacar las lecciones y anteponer la esperanza a través de la acciónes y decisiones y no esperar una tercera derrota consecutiva, en un escenario ya consagrado entre optar por la Constitución de Kast con la firma de Boric o quedarnos con la de Pinochet con la firma de Lagos. Y si bien es incierto el resultado del Plebiscito de la Nueva Constitución en noviembre, lo que es cierto es que hay absoluta dispersión en las fuerzas de centro y de izquierda sobre qué se debe hacer.
Y lo que está absolutamente claro es que, cualquiera sea el resultado, quedará abierto el escenario político para que en la presidencial del 2025 gane la derecha y que es perfectamente posible una segunda vuelta entre la derecha y la ultraderecha, es decir, entre Evelyn Matthei y José Antonio Kast. Como las izquierdas de Francia que tuvieron que votar por Macron sin convicción y por sus propios errores. La moda nos llegaba antes desde Europa con 10 años de retraso y ahora en política, internet nos conecta de inmediato y somos más rápidos en repetir sus errores que imitar sus aciertos.
A pocos días de un nuevo aniversario del nacimiento en 1894 de José Carlos Mariátegui, más nítidas se escucha su letra “ni copia ni calco sino creación heroica” para los procesos políticos al sur de América. Y eso lo ha entendido perfectamente Lula en Brasil.
Hay quienes compartimos la sentencia de Juan Ignacio de Loyola, fundador de los Jesuitas expulsados de toda América por el rey de España, que señalaba en medio de la lucha por permanecer en América: “En ciudad sitiada la disidencia es traición”. Y aún cuando la ultraderecha intenta expulsarnos y tomar, aunque parezca increíble, nuestras banderas, no estamos en el siglo XVII. Y Chile vive un minuto histórico donde el traicionar lo que creemos es el no debatir o guardar silencio ante la indecisión y la indefinición. No abrir el debate es un error capaz de convertir en oposición democrática o disidencia a muchos quienes seguimos apoyando este Gobierno.
Es momento de actualización de una propuesta política en sintonía fina con el mundo popular y la clase media, además de una alianza política amplia que enfrente con decisión y la valentía de no arriar la bandera sin dar batalla. De otro modo corremos el riego de convertirnos en la izquierda que le gusta a la derecha.