Mientras tanto y como parte de este ecosistema de medios y mediaciones, vivimos dentro de una esfera comunicativa donde gobierna el código del autointerés y la desidia por abrir la puerta a la posibilidad de que haya otra forma de comprender los fenómenos. No digo que necesariamente haya que compartir esas visiones, pero es imprescindible reconocer que las modalidades hegemónicas de producción y consumo de información reconducen una potencial diversidad de interpretaciones e incluso hermenéuticas, o reconocimiento de marcos interpretativos dispares, a una pobre, simplista y sobre todo peligrosa manera tendencialmente unívoca de ver las cosas.
Quizás a veces nos apresuramos a hacer uso de términos como polarización, pluralidad informativa, fragmentación social, o similares, suponiéndoles una capacidad descriptiva de la que suelen carecer. Lo cierto es que la realidad de las noticias de prensa es más bien de versiones únicas, de fuentes limitadas o evidentemente parciales y de concesión de la razón última a las convenciones cortesanas o del poder actual.
No cabe de otro modo entender que sea posible que todos los canales de televisión emitan las mismas noticias acompañadas de idénticas imágenes en los mismos lugares en el mismo momento bajo las mismas narrativas. Hace 20 años fue la segunda invasión de Iraq, durante el último año hemos visto imágenes y escuchado versiones sobre la guerra de Ucrania, anteayer fueron los atentados asociados a la cuestión mapuche, hoy es el Instituto Nacional en toma y mañana, igual que siempre, volverá a llover esa lluvia fina y mentalmente ácida de la pobreza informativa, de las versiones evidentemente parciales e interesadas.
Mañana volveremos a ignorar a los que no son oídos, a los que sólo vemos saltar en torno a ruedas quemadas, a quienes restamos humanidad. Los observamos sin palabras, como animales expuestos, parte del circo mediático del que bebemos para concluir que la letra con sangre entra a los niños de las poblaciones marginales y el garrote con pinchos es lo que hay que aplicar en las fronteras.
Hoy se necesita buena prensa, variedad informativa, las voces de los diferentes actores, ignorando a menudo al poder, institucional o de facto, sin jugar a criticarlo como una forma de desviar la atención y seguidamente hacer un relato moral en nombre de las supuestas víctimas. De haberlas, dejémosles narrar de forma completa su relato, sin reparar en el lenguaje o las maneras de sus cuerpos.
Por mucho que duela y nos revuelva el intestino, escuchemos a los rusos, prestemos atención a los niños del Instituto Nacional y eventualmente a muchos de la miríada de aquéllos que quieran expresarse desde otros colegios más allá de los emblemáticos, compartamos un minuto sincero con comuneros mapuches, abrámonos como sociedad a la complejidad del nunca terminado esfuerzo de convivir. En ello, la televisión y sus noticiarios tienen un importante papel que todavía deben cumplir dentro de lo que se ha denominado la “sociedad de la información”, propia de ciudadanos cultos y parece que desgraciadamente bastante menos informados de lo que los frontispicios de las constituciones democráticas anuncian y comprometen.