De vez en cuando a los científicos nos preguntan si creemos en la astrología, los chakras, la homeopatía, el terraplanismo u otras hierbas similares. La respuesta mía y de otros científicos es un categórico no, seguido de una explicación de por qué la pseudociencia o conspiranoia en cuestión es errónea. Por supuesto, la mera insinuación de que una idea es absurda lleva a ser acusado de arrogante, retrógrado, elitista, y cerrado de mente. La supuesta armonía y tolerancia buenista resultan ser una delicada cáscara que se cae al primer rasguño.
¿Estamos siendo arrogantes o cerrados de mente los científicos? ¿Por qué rechazamos ideas que a muchas personas les gustan y que les dan sentido a su vida? ¿Cómo funciona la ciencia?
Para entender cómo funciona la ciencia, el paso número uno es comprender que las ideas no son respetables. El respeto a las ideas es una de las doctrinas más perniciosas y dañinas; cada tirano de la historia fue alguien que exigió respeto a ciertas ideas. Las ideas no son respetables porque los errores existen, hay ideas que son mucho peores que otras. Recuerde que en Valdivia alguien tuvo la genial idea de poner un puente al revés sobre el río Cau-Cau.
Dado que el error existe, eso significa que las ideas son discutibles, rebatibles, y hasta ridiculizables. Se respeta a las personas, no a sus ideas. Respetar a las personas significa no insultar ni golpear a alguien por sus ideas. Aunque sean absurdas, es su derecho creerlas. Sin embargo, si alguien propone una idea ridícula, ¿por qué no decir que lo es? Por ejemplo, afirmo sin temor que la idea conspiranoica de la Tierra plana es absurda. Ridiculizar el terraplanismo es un ataque a la idea, no a las personas. Equivocarse es normal, y ofenderse porque le digan a uno que puede estar equivocado es una actitud arrogante e infantil.
Una vez que aceptamos el hecho de que hay ideas malísimas, es natural preguntarse cómo distinguir esas malas ideas. La historia muestra que hacer eso es difícil para los seres humanos. Debemos ser humildes y reconocer que nuestros sentidos son frágiles, y nuestras mentes, sugestionables. Basta un par de líneas en un papel para crear una ilusión óptica engañosa. Si a eso sumamos nuestras emociones, es obvio que los humanos no somos confiables cuando se trata de descubrir errores.
Entonces, ¿cómo explorar el universo sin confundirnos? En la práctica, es tremendamente difícil. Nuestras mentes evolucionaron para comprender cosas del tamaño y velocidad de conejos en la sabana africana, no para comprender cosas enormes como universos, rápidas como la luz o pequeñas como átomos. Por ello, no es de extrañar que durante casi toda la historia humana fuéramos prisioneros de supersticiones y mitos de lo más variado, y que generación tras generación nos engañáramos a nosotros mismos de las mismas formas.
Y entonces, ocurrió un evento improbable: descubrimos ciencia, la forma de explorar el universo sin engañarnos a nosotros mismos. El resultado fue que en los últimos cuatro siglos hemos avanzado más que en los últimos cuarenta milenios.
La ciencia es un arma difícil de esgrimir. Requiere años de entrenamiento, talento y destreza para poder usarla en forma efectiva. Pero cuando se domina, nos entrega la capacidad de descabezar de un tajo las malas ideas. Su filo proviene de un principio revolucionario: no basta con que algo parezca razonable, nos haga sentir bien o haya sido propuesto por alguien respetable. En lugar de eso, el universo debe ser el juez imparcial e implacable de nuestras ideas; experimentos y observaciones cuidadosamente escogidos para no autoengañarse son la clave. Esto requiere de la humildad de dejar que el universo destruya sin piedad nuestros prejuicios en lugar de arrogantemente tratar de imponer nuestras creencias preferidas sobre él.
De esta forma, descubrimos que la posición de las estrellas y los planetas en el cielo no influencian nuestro destino, que el mundo no es plano, y que no somos el centro del cosmos. Le guste o no, el universo nos mostró en forma categórica que esas, y muchas otras ideas, eran erróneas. Cuando un científico le dice que esas ideas son falsas está teniendo la humildad más extrema frente a la evidencia experimental cruda y dura. Los arrogantes son quienes aseguran que porque una idea les hace sentir bien, entonces debe ser cierta, ¡pese a que la evidencia experimental diga exactamente lo contrario! Hay que tener la arrogancia de un niño berrinchudo para rabiar con que algo es cierto cuando hay un universo completo señalando en forma categórica que la idea en cuestión es errónea.
El universo nos hace humildes de muchas formas; por ejemplo hemos descubierto que las verdades absolutas no existen. Algunas ideas sobreviven bien el filo del método científico. Son ideas como la relatividad general de Einstein, la mecánica cuántica y la evolución de Darwin. Estas joyas no son verdades absolutas, pero sí son las mejores de entre las ideas. Ellas nos proveen de conocimiento honesto y real sobre el mundo, y poseen el sello inigualable de la ciencia: funcionan. Por ejemplo, debido a que son frutos de la ciencia, los aviones vuelan, la medicina sana, los teléfonos comunican y las predicciones astronómicas se cumplen. Lo contrario ocurre con los engaños de la superstición y la pseudociencia. Las escobas de las brujas no vuelan, la homeopatía no cura, la telepatía no comunica, y las profecías de los adivinos no se cumplen.
El problema es que vivimos en un mundo en donde la funesta doctrina del respeto a las ideas se propaga como la peste. Eso provoca una desigualdad tan extrema que sería chistosa si no fuera al mismo tiempo tan peligrosa y trágica. Mientras algunos humanos estudian los primeros rayos de luz del universo, le toman fotos a agujeros negros en el centro de galaxias, y crean vacunas para combatir enfermedades terribles, en el mismo planeta también viven personas dejadas tan atrás por el sistema que sostienen nociones como el terraplanismo. Las causas de este problema son profundas y complejas. Pero entre todas ellas, hay una particularmente preocupante: la educación.
En este punto tenemos un problema. Los profesores de nuestros jóvenes son víctimas de un ministerio desligado de la realidad, que los aplasta con montañas burocráticas, y que les paga pésimo. Peor aún, se les impone un programa de estudios en donde hay que saltar rápidamente un contenido tras otro, sin entregar nunca a los estudiantes el placer de explorar un tema en profundidad. Pese a esa dura realidad, e incluso arriesgando recibir golpes o cuchilladas, nuestros agotados profesores hacen el trabajo casi heroico de enseñar a nuestros futuros ciudadanos.
El problema es que bajo esas circunstancias es casi imposible que una escuela enseñe ciencia, el método para explorar el universo. Muchas veces apenas si se consigue enseñar datos o recetas.
Por ejemplo, supongamos que se está enseñando la forma de la Tierra. Probablemente el profesor les dice a los estudiantes que la Tierra es un planeta aproximadamente esférico de 6371 km de radio, ligeramente achatado en los polos y abultado en el Ecuador, antes de saltar al siguiente contenido.
Esa forma de enseñanza crea una población extremadamente vulnerable, que cree saber algo cuando en realidad no sabe nada. Por ejemplo, supongamos que alguien le dice a uno de estos estudiantes que en la escuela le mintieron y que en realidad el mundo es plano. Que todo es el resultado de una conspiración para ocultar la auténtica forma de la Tierra. El problema es que el estudiante nunca aprendió ciencia, y no tiene ninguna herramienta para decidir qué idea es errónea. Apenas si memorizó un dato, y no tiene cómo distinguir quién le está mintiendo.
Una comprensión científica de la forma de la Tierra es completamente distinta. Lo primero es que la ciencia no ofrece verdades absolutas, si no que conocimiento honesto y real sobre el mundo. Eso significa que niega ideas en forma categórica (en este caso, sabemos que el mundo no es plano) pero siempre afirma ideas con un cierto grado de incerteza. Por ejemplo, un niño chileno sabe que sea como sea el mundo, no podemos afirmar que sea perfectamente esférico ¡porque ve la enorme cordillera de Los Andes! Es natural que se pregunte ¿cuán esférico es el mundo? ¿De qué tamaño son sus irregularidades? La perspectiva científica es asombrosa. Si la Tierra fuera del tamaño del típico globo terráqueo de 30 cm de diámetro, irregularidades como las montañas más altas y las fosas más profundas del océano ¡serían mucho más pequeñas que el grosor del papel que está pegado sobre el globo terráqueo! Lo mismo pasa con el ligero achatamiento de los polos y el abultamiento del Ecuador, también son más pequeños que el grosor del papel. Así que el mundo no es perfectamente esférico, tiene irregularidades, pero ¡es increíblemente redondo!
La ciencia también es el método de la duda; siempre puedo preguntar cómo me doy cuenta de que las cosas son como son. ¿Cómo me entero de que el mundo no es plano? ¡Hay muchas respuestas! Algunas directas, como ir al espacio y tomar una foto. Otras indirectas, como observar que las estrellas parecen rotar en el cielo en el sentido de las manecillas del reloj en el hemisferio sur, mientras que en el hemisferio norte parecen rotar en el sentido contrario. Hay otras formas más divertidas, como el terraplanista Bob Knodel que se gastó más de quince millones de pesos chilenos tratando de demostrar que el mundo es plano a través de un experimento con rayos de luz y botes sobre un lago… para sólo acabar demostrando la redondez de la Tierra.
Además, la ciencia nos permite comprender las cosas en términos de causas más sencillas. Puedo preguntar, ¿y por qué un mundo redondo? ¿Por qué no cúbico o piramidal? ¿Por qué no de otra forma? Y la respuesta es asombrosa. En el sistema solar vemos algunos mundos redondos, y otros que no lo son. Por ejemplo, Fobos, una luna de Marte, tiene forma de papa. Y Pan, una luna de Saturno, ¡tiene forma de ravioli! El patrón es muy interesante: cuerpos con masas muy grandes tienden a ser muy redondos. En cambio, otros más pequeños suelen tener formas variadas. La forma de los mundos claramente tiene una causa y sigue un patrón.
Todo esto nos muestra que enseñar ciencia y enseñar datos son dos cosas muy diferentes. La ciencia es la forma humilde de superar nuestras debilidades humanas para explorar el universo. Es lo más valioso que tenemos y la clave de nuestra supervivencia como especie. Como decía Carl Sagan:
“El tamaño y la edad del Cosmos están más allá del entendimiento humano ordinario. Perdido en alguna parte entre la inmensidad y la eternidad está nuestro pequeño hogar planetario. Desde una perspectiva cósmica, la mayoría de las preocupaciones humanas parecen insignificantes, incluso absurdas. Y sin embargo nuestra especie es joven, y curiosa, y valiente, y promete mucho. En el último par de milenios hemos hecho los descubrimientos más excitantes, asombrosos e inesperados sobre el Cosmos y nuestro lugar en él. Nos recuerdan que los humanos hemos evolucionado para maravillarnos, que comprender es un placer, que el conocimiento es prerrequisito para la supervivencia. Pienso que nuestro futuro depende poderosamente de cuán bien comprendamos este Cosmos en donde flotamos como una mota del polvo al amanecer.” – Carl Sagan
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PD: Probablemente quedó con la duda de por qué la Tierra es tan esférica, y yo no me aguanto las ganas de contárselo. Lo que sucede es que en el espacio no hay arriba, abajo, derecha o izquierda; todas las direcciones del espacio son equivalentes. El término técnico para esto es que el espacio es isotrópico. Esto es importante porque todas las masas del universo se atraen gravitacionalmente entre sí, pero esa atracción no depende de la dirección en el espacio.
Si la Tierra tuviera cualquier otra forma (por ejemplo, si fuera un disco como proponen los terraplanistas) cada trozo de la Tierra atraería a todos los otros trozos de ella gravitacionalmente, y el mundo empezaría a caer sobre sí mismo. Pero dado que el espacio es isotrópico, al caer bajo la influencia de la gravedad el planeta tomaría la forma de un cuerpo geométrico que se ve igual desde todas las direcciones del espacio, o sea, una esfera. Por eso los mundos de masas muy grandes, en donde la gravedad es importante, tienden a ser esféricos. Los cuerpos pequeños, en donde la gravedad es muy débil, suelen tener cualquier otra forma.
Esto no es un descubrimiento reciente que sea imposible de enseñar en las escuelas. La primera persona que comprendió esto, y que demostró en forma rigurosa y matemática que la isotropía del espacio da origen a mundos esféricos, fue nada menos que Arquímedes hace 2.300 años.