A fines de los 70, las “pichangas” se jugaban en plena calle. Se interrumpían solamente cuando pasaba un auto y duraban hasta que el dueño de la pelota tenía que irse. De alguna manera, él dirigía el juego. Había que elegirlo en el mejor equipo, darle pases y evitar que se sintiera marginado, porque si no, se corría el riesgo de un fin apresurado del partido.
Por supuesto, rara vez este personaje tomaba conciencia que él estaba ahí para cumplir una función, que era prestar la pelota para que todos pudieran jugar, y no para ser la estrella. Hoy, 50 años después, hay otros “dueños de la pelota” que tampoco parecen comprender su misión en el partido que les toca, ni mucho menos sus verdaderas condiciones para jugar.
Cuando en mayo del 2021 se eligió la Convención Constitucional, esta quedó conformada mayoritariamente por fuerzas afines a la izquierda. Entre la Lista del Pueblo, Apruebo Dignidad y la del Apruebo lograron casi la mitad de la Convención. Si se le sumaban los representantes de los pueblos originarios, era fácil ver que el sector contaba con los votos para no tener que negociar mucho.
Y así lo hicieron. Y también lo declararon: “Los grandes acuerdos los vamos a poner nosotros, y que quede claro, los demás tendrán que sumarse” vociferaba Daniel Stingo en un programa de televisión. Fernando Atria, por su parte, proponía marcar las casas por el Apruebo, una mala idea que felizmente no prosperó. La intolerancia discursiva y política llevó a un resultado por todos conocidos. El Rechazo se impuso por una mayoría abrumadora.
Uno pensaría que la lección se aprendió. Pero algunos hechos y declaraciones poselecciones del domingo pasado despliegan una sombra de duda al respecto.
El péndulo llegó ahora al lado de los Republicanos y en menor medida a la derecha tradicional. Y no hay muchas señales de que se comprendió lo que significa esta elección. A las declaraciones del excandidato presidencial José Antonio Kast, llamando a la mesura, se cayó rápidamente en otro maximalismo que, a la luz de la historia, uno podría presumir que también terminará de mala manera.
Con 34 escaños en la nueva Convención (entre Republicanos y Chile Seguro) el escenario se repite. La derecha ganó un espacio para hacer lo que quieran sin tener que negociar. Son los nuevos “dueños de la pelota”. Y en menos de 72 horas aparece el discurso que tiene a Chile corriendo en una rueda de hámster.
El profesor Luis Silva, que en realidad es abogado, ya mencionó que no se aprobarán los derechos reproductivos de la mujer (“no son esenciales en la Constitución”, declaró), otros anunciaron que si el gobierno quiere aprobar la reforma tributaria se deberán bajar los impuestos y que ni se hable del royalty minero…
Y ahora, como broche de oro, los Republicanos fueron los únicos que rechazaron el aumento del ingreso mínimo en el Congreso, el que de todas formas fue aprobado con el apoyo de la UDI.
En este escenario, nuevamente surge la amenaza: “Y si no les gusta a los chilenos, que voten rechazo y se quedan con la Constitución de Pinochet”, dice el diputado Kayser. Mientras el electorado sigue esperando pacientemente que alguien comprenda que la enorme mayoría de los chilenos no entrega un voto para que alguien haga lo que quiera o para que instale una doctrina a la que todos deben adscribir.
La gran mayoría busca que alguien piense en ellos más que en su doctrina, que busque construir un país para todos y no solo para los que piensan como ellos y sobre todo, a alguien que no se lleve la pelota para la casa cuando no le gusta el partido que se está jugando.