Julius Robert Oppenheimer es sin duda una de las figuras históricas más importantes de nuestra civilización, y su papel en el mundo como lo conocemos es directamente proporcional a la dificultad occidental para escribir su nombre. Aunque, ¿quién sabe? Parece ser más fácil nombrarlo como “el padre de la bomba atómica”. Y definitivamente más fácil de recordar.

Sin embargo, su crédito debería estar limitado a la construcción de la bomba, a la puesta en práctica del potencial ilimitado de la fisión nuclear, desbloqueado por la que podríamos llamar “la madre de la bomba atómica” Lise Meitner, quien dio la explicación teórica del proceso de fisión en 1938. Y para cerrar el árbol genealógico, podríamos pensar en Albert Einstein como “el abuelo de la bomba atómica”, al ser él quien simplificara la equivalencia de materia y energía y permitiera visualizar la enorme cantidad de energía que podría liberarse de la materia.

Permítanme, como es mi costumbre, describir lo que representa Robert Oppenheimer con un ejemplo de cultura pop bien conocido:

En una escena clave de Jurassic Park (1993), Dennis Nedry desactiva temporalmente los cerrojos de todas las puertas de las instalaciones para poder robar los embriones de dinosaurios y llevárselos a Dogson. No hay problema, podemos decir su nombre, a nadie le importará.

Es en ese momento cuando vemos sobre uno de los monitores de Dennis una foto de Robert Oppenheimer con una pipa, al más puro estilo del astrónomo Edwin Hubble. Un instante tremendamente poderoso y decisivo en la película, tal como en la historia fue el proceso de fisión iniciado en 1945 por la bomba “little boy” lanzada sobre Hiroshima.

La manipulación genética en la obra de Crichton era (sigue siendo) una ciencia muy delicada, reciente y desconocida. Y al mismo tiempo de potencial ilimitado para lo que al ser humano se le pueda llegar a ocurrir. Es un arma en las manos de un niño. Es el fuego de Prometeo en manos humanas.

Lo mismo pasa con la fisión nuclear. El proceso puede iniciar reacciones en cadena ilimitada con átomos radiactivos, que liberan energía sin control y pueden calentar lo que sea en céntésimas de segundo. En la mente de los ingenieros del proyecto Manhattan (dirigidos por Oppenheimer), meter este proceso en una bomba del tamaño de un caballo y dejarla caer sobre un objetivo garantizaba miles de grados celsius de destrucción y la eliminación instantánea de lo que fuera que hace pocos segundos estaba allí.

De la misma forma que Prometeo robó el fuego de los dioses y se los dio a los seres humanos sin pensar en las consecuencias, Oppenheimer nos dio el arma de destrucción definitiva. Una que no solo quema y desintegra, sino que también inutiliza el territorio y evita que los seres vivos muy complejos puedan vivir ahí con libertad. El proceso dura pocos instantes, pero su daño dura cientos de años.

Por otro lado, bien se dice que el mismo Oppenheimer sabía el potencial de esta nueva tecnología, y eso solo hace todo más grave. Contaba él mismo, luego de las pruebas hechas a la bomba atómica sólo meses antes de su uso en guerra, que al ver la explosión recordó unos versos del hindú: “ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Robert Oppenheimer representa el avance de la ciencia en tiempos de guerra sin pensar en las consecuencias, en esa increíble capacidad humana de ingenierizar formas más y más eficientes para matar a otros seres humanos.

Lo terrible es que fue el mismo camino que mostraron estas figuras científicas en las décadas de 1930 y 1940 el que llevó a la muerte de millones de personas y a uno de los desarrollos energéticos más importante de aquel siglo. La energía atómica es, sin duda, fuego de dioses, y con él podemos hacer mucho bien. Pero no somos dioses, sino simples mortales que no soportamos este fuego si lo tenemos cerca -sobretodo si viene en forma del uranio-238-, y por eso terminamos haciendo lo que mejor sabemos hacer: convertir la ciencia en un arma.

Oppenheimer. Destructor de mundos, fumador empedernido, Prometeo de blanco y negro. Podrías haberte quedado enseñando y divulgando ciencia. Pero viste potencial en la fisión, y tuviste que seguir con tu curiosidad científica. Te maldigo, y al mismo tiempo admiro tu potencial. Tal como tú frente a la energía atómica.

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