El decreto de emergencia que ahora finaliza es la herramienta que la OMS usa para facilitar decisiones para movilizar recursos de forma más rápida, autorizar medicamentos o vacunas con menos trámites o dictar resoluciones que tengan más eco en los Estados miembros, cuando una enfermedad se expande globalmente.
Han pasado 1.191 días (tres años y tres meses) desde que la OMS decretara la emergencia y es un momento propicio para recordar los casi 7 millones de muertes reportadas oficialmente. Incluso la propia organización calcula que dicha cifra podría haber llegado hasta los 20 millones de vidas. La pandemia sin duda ha cambiado el mundo y nos ha cambiado a nosotros como personas.
El Covid-19 ha sido mucho más que una crisis sanitaria; los efectos económicos y sociales a las familias y a los países han sido devastadores. Se necesitarán años de estudios, de diseño e implementación de políticas públicas para contrarrestar los efectos negativos en salud mental, en pérdidas de escolaridad y otros impactos en niñas, niños y adolescentes, así como en los adultos mayores quienes han experimentado particularmente soledad, aislamiento, ansiedad y depresión.
Es momento también para hacer aprendizajes. Tanto dolor y muerte no pueden quedar en vano. A nivel internacional hay que revisar las atribuciones y herramientas que la OMS, en su calidad de autoridad sanitaria mundial, tiene para alinear una respuesta global eficiente y oportuna. Dichas herramientas, así como el Reglamento Sanitario Internacional, probaron ser totalmente insuficientes. Hoy el mundo tiene mayores capacidades para regular al comercio que para apoyar una respuesta efectiva ante una crisis sanitaria. Más cuida el mundo a los bienes que a la salud de las personas. Ello no resiste más y obliga a cambios sustantivos en la gobernanza de la salud.
A nivel local, hay que reconocer la exitosa campaña de vacunación, la articulación público-privada en cuidados intensivos y la resiliencia del sistema de salud. A su vez, también hay que reflexionar sobre cómo, ante una crisis de tanta magnitud, lograr una gestión del riesgo que involucre tempranamente a las personas y a los actores locales, alcanzando confianza y adhesión con las medidas a seguir y en la comprensión de que resguardar la salud implica una respuesta solidaria y la disposición a aceptar ciertas restricciones a nuestra libertad personal.