Códigos de cero y unos que en otro tiempo se desempeñaban con eficiencia en una tarea específica, como Deep Blue, un programa de IBM que fue capaz de derrotar a Garri Kaspárov en el ajedrez, o como Da Vinci, el robot quirúrgico más avanzado del mundo que opera con precisión micrométrica.
Hoy, ceros y unos se han convertido en un leviatán cuyas fauces se abren para engullir todo tipo de disquisiciones humanas. Los paquetes binarios actualmente son un conglomerado de capas de cilicio con la habilidad de unir puntos que antes solo el cerebro humano podía engarzar.
Y cada día que pasa, esos circuitos minúsculos se hacen todavía más rápidos e inteligentes, porque en un giro de ciencia ficción notable, o quizás mejor dicho de “cyborg ciencia”, ahora esos polímeros y placas de resinas estañadas son capaces de aprender por sí mismas a la velocidad de la luz.
Como en la peor pesadilla del astronauta David Bowman en “2001: A Space Odyssey”, que enfrentado a la súper computadora Hal 9000 se ve obligado a destruirla porque adquirió voluntad propia, en la actualidad diversos personajes del mundo científico comienzan a advertir los peligros de colgar el destino humano en los circuitos y ensamblajes de chips de las llamas AI: inteligencias artificiales.
En este contexto, el programa ChatGPT es con toda probabilidad la punta del iceberg de un fenómeno de insospechadas consecuencias. El bot de charla creado por el laboratorio de inteligencia artificial OpenAI ya fue prohibido en las redes computacionales de las escuelas públicas de Nueva York, de hecho, aprobó diversos exámenes para entrar a varias facultades en los EE.UU.
Por tales motivos, y como fruto del temor al fraude, países como Australia están potenciando el uso del papel y lápiz o en su defecto la oralidad. La capacidad de este chatbot para redactar textos fluidos, ensayos, poemas y articular conversaciones con usuarios tiene en alerta máxima al sector educativo.
“Soy un asistente inteligente, diseñado para ofrecer orientación, apoyo y ayuda a quienes lo necesiten. Estoy aquí para servir a mis usuarios con respeto, amabilidad y comprensión, proporcionando información de la mejor manera posible.” Esto fue lo que respondió ChatGPT frente a mi pueril consulta de “Defínete en pocas palabras”. ¿Extraño? ¿amenazante? ¿extraído de un capítulo de The Twilight Zone o Black Mirror?
La generación de contenido basado en AI hoy todavía flaquea en pensamiento crítico y resolución de problemas, pero será inevitable a futuro avances mayúsculos en estas áreas. Bien valdría entonces reflexionar en las mejores fórmulas para que estas herramientas se transformen en ayuda para nuevas estrategias de enseñanza que mejoren el intelecto humano y no en un lastre que genere inseguridad y plagios fruto de una ética educacional feble.
Hace 55 años el novelista Philip K. Dick situó su novela más famosa: “Do Androids Dream of Electric Sheep?”, un clásico de los los límites de naturaleza y la artificialidad, en el contexto del año 1991, época en que irrumpió el primer contestador digital; para esos tiempos, una revolución en las comunicaciones humanas, hoy un vetusto mastodonte del cenozoico electrónico, ¿o todavía usted graba mensajes en su teléfono de red fija? ¿usa usted red fija? Para un mundo que se prepara para los asistentes personales en forma de avatares, quizás no estemos muy lejos de futuras inteligencias artificiales que nos cuenten sus sueños para el desayuno. Esperemos que esos relatos no sean pesadillas para nosotros.