Noviembre es el mes en que celebramos y reconocemos la invaluable labor de las educadoras y educadores de párvulos. Y aun cuando es habitual escuchar acerca de su rol fundamental en los procesos de aprendizaje, desarrollo y bienestar que se favorecen en la primera infancia, hoy, a propósito de los grandes desafíos educativos que enfrentamos como nivel tras el retorno a la presencialidad, vale la pena profundizar sobre su importancia.
La sala cuna y el jardín infantil corresponden al primer espacio público al que acceden niños y niñas fuera de su hogar y constituyen un lugar diferente a todo lo que han conocido hasta ese momento. Incorporarse a este nuevo contexto es un gran aprendizaje. Educadoras, educadores y equipos educativos son quienes facilitan este poderoso encuentro con otros niños y niñas, adultos y nuevas experiencias, a través de las cuales podrán conocer, experimentar y apropiarse de la cultura de la que son parte como ciudadanos, desde los primeros años de vida. Asimismo, el desafío de interactuar con otros, expresar sus intereses, preferencias y emociones, ponerse de acuerdo, compartir y jugar con otros, va configurando y definiendo, desde los primeros años de vida, su identidad y forma de habitar el mundo.
Las políticas educativas en nuestro país han relevado esta importante etapa como el inicio de la trayectoria educativa, en la que tienen lugar procesos y aprendizajes que deben consolidarse en ese momento y no en otro. En efecto, los niños y niñas no son un proyecto futuro, sino sujetos que habitan la sociedad presente.
El nivel de educación parvularia no ha estado ajeno a las consecuencias provocadas por la crisis sanitaria, como es el ausentismo de niños y niñas a la sala cuna, jardín infantil y niveles de transición, lo que ha provocado la pérdida de oportunidades de aprendizaje en contextos educativos. Esto se ha evidenciado especialmente en el desarrollo socioemocional, psicomotor y del lenguaje. El Plan de reactivación de aprendizajes Seamos Comunidad, que considera la trayectoria educativa desde la educación parvularia, contempla una serie de iniciativas que apuntan a revertir las eventuales deficiencias en los procesos de aprendizaje y desarrollo que pueden estar afectando a niños y niñas, como consecuencia de no asistir a salas cuna, jardines infantiles y escuelas.
Si bien el desarrollo de los aprendizajes en este trayecto educativo es concebido en el marco de un proceso, resulta fundamental orientar los esfuerzos educativos a potenciar y consolidar aquellos aprendizajes que pueden fortalecer las dimensiones antes señaladas.
Esto resulta especialmente relevante frente a la evidencia de que niños y niñas en los niveles educativos superiores no están logrando avanzar en los aprendizajes esperados para dichas etapas.
De este modo, la integralidad de los procesos educativos posibles de fortalecer en la educación parvularia -a partir de contextos de aprendizaje que se favorecen a través del juego e interacciones educativas, que posibilitan en los niños y niñas la exploración, colaboración e intercambio-, pueden contribuir a anticipar y avanzar en los desafíos posteriores ya señalados y a disminuir la inequidad que la pandemia y el encierro obligado han acentuado.
En definitiva, asistir a la educación parvularia hace la diferencia. Necesitamos que niños y niñas vuelvan a jardines, salas cuna y escuelas, ya que este propósito es una responsabilidad que tenemos como sociedad.