Cuesta pensar políticas públicas económicas más defectuosas, en los últimos 30 años, que la de los retiros del 10% de los fondos de pensiones. Los efectos de los retiros aún se vislumbran, veremos a continuación sus principales consecuencias:
El PRIMER gran efecto fue disminuir los fondos de pensiones. No existe entendido en la materia, que no señale que la cotización en Chile es baja. Por ende, los fondos son mucho más pequeños de lo deseable y de lo necesario. La creación de los sistemas de pensiones y seguridad social contemplan una cotización obligatoria en todas partes del mundo, porque es demostrable que la gente valora más, y, por ende, prioriza, su consumo presente que su consumo futuro. En Chile esta realidad es aún más fuerte, el porcentaje y la densidad de las cotizaciones es mucho menor que en otros países, existiendo una fuerte tendencia de muchos ciudadanos a tratar de reducir sus bases cotizables o simplemente esquivarlas, mediante ingresos o empleos informales. Achicar los fondos de pensiones no resiste análisis, sólo acrecienta uno de los grandes problemas del país. Hace poco, el Ministro de Hacienda, Mario Marcel, en un seminario organizado por la Bolsa de Santiago, señaló en referencia a la reforma previsional que promueve el actual gobierno: “Nos permitiría recuperar los activos de fondos previsionales que teníamos antes de los retiros (de las AFP) en entre siete y diez años”. Lo anterior, nos sirve para dimensionar la magnitud de la debacle que significaron los retiros: siete a diez años para la recuperación.
El SEGUNDO gran efecto es la desvalorización del peso como moneda. El efecto inflacionario más evidente es el ingreso de casi 50 mil millones de dólares en un par de meses, lo que infaliblemente tuvo su efecto en los aumentos de precios. Pero, además, subterráneamente se presentó otro elemento complementario: la pérdida de credibilidad institucional profundizó la inflación. Producto de la desconfianza a nuestras autoridades y su racionalidad, los actores económicos (grandes y chicos, empresarios y ciudadanos, etc.) desconfiaron también del manejo de nuestra moneda por la autoridad. Una desconfianza que no existió por más de 20 años en Chile. Por suerte el Banco Central, quien advirtió en su minuto el desastre que significarían los retiros, ha empezado a controlar el boom inflacionario, pero la lección debe ser clara: no la contamos dos veces.
El TERCER efecto fue el devastador impacto en el mercado de capitales. El país había avanzado, sin la profundidad y la velocidad anhelada, pero iba en una clara dirección en la democratización de nuestro mercado de capitales. Cada año, más chilenos eran sujetos de crédito, respecto al año anterior. Con tasas envidiables dentro del contexto continental. Ser sujeto a crédito no hace referencia a tarjetas comerciales, sino a posibilidades de créditos hipotecarios o bien créditos a pymes y empresas para emprender o ampliar sus negocios. Pues bien, el impacto gigantesco al mercado de capitales ha encarecido el crédito en el país y lo ha hecho menos accesible: es más caro y se entregan menos créditos (con mayores requisitos a los postulantes). Por tanto, se ha retrocedido en la masificación del acceso, generando mayor concentración en las posibilidades de adquirir una casa o de emprender. Pésima noticia para el país.
Cuesta justificar la decisión de nuestra clase política para tan mala política pública. Cualquier justificación de los responsables fue o bien mezquindad, o bien ingenuidad, o bien ignorancia o bien maquiavelismo (instrumentalizar el bienestar de los ciudadanos para destruir el sistema). Cualquiera de los cuatro factores posibles es grave en la clase dirigencial. Sin duda, había múltiples otras formas de menor impacto, a mediano plazo, para apoyar a las familias ante la pandemia. Nuestra clase política escogió la peor. ¿Quién paga? El país, en especial los más vulnerables, aquellos a quienes la inflación les afecta más.