Hace tres años el debate público sobre la reducción de jornada laboral alcanzaba su mayor intensidad. Esta discusión quedó en hibernación mientras, de acuerdo con datos del INE, la pandemia redujo las horas de trabajo en promedio, especialmente para quienes no son asalariados. Considerando lo ocurrido, hoy esta reanimada reforma debe promover una combinación de mayor tiempo libre para los hogares junto con una mayor flexibilidad de la jornada laboral.
Para entender el impacto de esta reforma, junto a mi coautor Mauricio Tejada, estudiamos la reducción de jornada de 48 a 45 horas semanales de 2005. Los resultados sugieren que pasar de 45 a 40 horas generaría mayor rotación en los empleos, con pérdida de productividad de la economía en el mediano plazo. Pero el 2005 no era tan parecido al 2019, y mucho menos al 2022 de la post pandemia. ¿Cuáles son las recomendaciones en este nuevo escenario?
Para responder esto, consideremos que la pandemia y la mayor inseguridad pública que enfrentamos ya han reducido muchos horarios de oficinas y de atención del comercio. El hábito de compra y uso de servicios por internet han aumentado la accesibilidad a toda hora. Hoy los empleadores dependen menos de un horario de atención fijo que en 2019.
Por otra parte, el balance entre vida familiar y laboral cambió. La educación a distancia, el teletrabajo, las compras online, las cuarentenas, entre otros, han elevado la necesidad de flexibilidad en el uso del tiempo. El descalce de estos nuevos requerimientos con los empleos disponibles explicaría, en parte, por qué la participación laboral, especialmente femenina, no vuelve a los niveles previos a la pandemia.
En suma, las horas trabajadas han disminuido y hay mayor necesidad de flexibilidad para acomodar el tiempo y satisfacer las necesidades de las personas y las empresas. Ambos objetivos se logran con una reforma que reduzca las horas promedio trimestrales o anuales, como se hace en Portugal o en Francia, permitiendo trabajar más cuando la productividad es alta y disfrutar de más tiempo libre en promedio.
Pero hay más sobre la mesa. Comparado con la OCDE, Chile tiene jornadas más largas, pero demasiados feriados, que podrían cambiarse por más días de vacaciones. Un feriado es más costoso para la economía porque el empleador no puede dosificar las horas de trabajo disponibles. Un feriado, por supuesto, significa más tiempo libre, pero restringe las posibilidades de su uso ya que muchos servicios no están disponibles. En cambio, las vacaciones brindan el mismo tiempo libre, sin perder productividad ni dificultar el acceso a servicios.
Una reforma integral del uso del tiempo laboral debe apuntar a compatibilizar las nuevas necesidades de los hogares con los desafíos productivos, fomentando mayor crecimiento y bienestar. Podemos realizarla en Chile con la audacia del pragmatismo.