La Democracia Cristiana nació 1957 a la vida política como una fuerza transformadora que vino a romper la lógica tradicional de derecha e izquierda. Fue precedida por la ruptura de la Falange Nacional con el mundo conservador. Aquello demostró en un puñado de jóvenes una profunda convicción de cambio. Por ello, el presidente Eduardo Frei Montalva siempre pensó en un partido nacional y popular. Esa impronta ha marcado el derrotero durante más de 60 años. Junto con otros grandes prohombres, como Leighton y Tomic, configuraron un partido que desde su nacimiento ha impulsado cambios sociales, pero siempre desde el principio de la libertad, el respeto a la persona y la promoción de la democracia.
Muy pocos partidos políticos pueden lucir un accionar tan fecundo. La historia del PDC tiene a su haber a tres grandes presidentes de la República, una destacada y variopinta lista de parlamentarios/as y Ministros/as de Estado, insignes dirigentes sindicales, estudiantiles e intelectuales, alcaldes y concejales de gran valer y numerosos hombres y mujeres líderes a lo largo del país. En distintos momentos de la historia republicana de las últimas décadas, el PDC ha sido un actor protagónico en importantes pasajes históricos para los chilenos. Ahí está la “Revolución en Libertad”, el testimonio por la recuperación de la democracia en plena dictadura y también la capacidad de conducir la transición política con eficacia, garantizando estabilidad social y también crecimiento y progreso económico. Es una historia prodigiosa en ideas, acciones y personas que está gravada en la historia grande de Chile.
Sin embargo, debemos reconocer que el presente del PDC es más bien la de un partido fatigado, con escasas ideas y pocos sueños de futuro. Es un presente donde parece primar más los proyectos políticos individuales, más que la fuerza movilizadora de una comunidad política que va más allá de un liderazgo específico. Por cierto, es una responsabilidad compartida que implica una autocrítica que nos debemos hacer todos.
Por esta y otras razones, hoy muchos sostienen que la hora de la Democracia Cristiana llegó a su fin. Que la validez de un partido que nació en una época dominada por la Guerra Fría y la lucha ideológica entre los proyectos capitalistas y marxistas hoy ya no tiene justificación y cabida. Que este partido tradicional de la política chilena ya cumplió su ciclo y que dejó de ser un proyecto de futuro. A esta mirada crítica, se suma una profunda crisis de convivencia interna.
¿Debe morir la Democracia Cristiana? ¿Sus múltiples crisis son insalvables? ¿Debe transformarse como Partido, para dar vida a uno nuevo? Son preguntas que todos nos hemos hecho en estos días de bruma. Pero como cristianos en política, miramos la vida desde la esperanza. En palabras de Charles Péguy, es “nuestra pequeña esperanza que se levanta todos los días”. Aquello nos impele a reflexionar y actuar desde la convicción que una comunidad que le ha dado prosperidad económica, estabilidad social y gobernabilidad política a Chile durante las últimas seis décadas, no puede desaparecer como cualquier instrumento funcional. Esa cultura de lo desechable no aplica a una tradición que se sostiene sobre el valor de la comunidad y la persona que trasciende hasta lo imperecedero.
Por lo dicho, pensamos que la Democracia Cristiana tiene una oportunidad si hace bien, a lo menos, dos cosas: la primera es escudriñar bien la actual composición social de Chile. Es fundamental conocer a este nuevo Chile que anhela cambios, pero en paz y progreso. La segunda es de orden interno. Esta significa revisar un conjunto de ámbitos de su estructura. Son cuestiones que van desde lo organizacional hasta los asuntos estratégicos. Pero existe una cuestión más importante que todas. Y esta tiene que ver con la convivencia y la capacidad de volver a ser comunidad política. Se trata de encontrar la manera de resolver las diferencias desde la fraternidad y lograr actuar en unidad de propósitos. La Democracia Cristiana tiene que recordar que la política es, por sobre todo, una tarea comunitaria y nunca un ejercicio individual. Más aún en un partido que defiende la idea del valor de la comunidad. Como nos enseñó Hannah Arendt al definir que “la política trata del estar juntos y los unos con los otros…”
Si existe real voluntad de superar este momento, cabe la pregunta que todos los democratascristianos debemos ayudar a responder ¿Qué hacer para superar esta crisis y volver a poner a la Democracia Cristiana en el debate sobre el Chile de las próximas décadas? La respuesta es muy simple, pero compleja a la vez. Y tiene que ver con responder, con toda honestidad y convicción, si la Democracia Cristiana sigue siendo un partido necesario para servir a los sueños de los chilenos y chilenas de esta época.
Termino esta reflexión realizada en medio de la tempestad que azota al PDC acudiendo a las raíces, particularmente de aquellos que dieron forma a este movimiento político hace varias décadas. Son tres lecciones que vale la pena recordar.
Primero, Tomic y el valor de la sencillez de los militantes y hombres de Estado. En 1969 Tomic, hizo la siguiente reflexión: “Por lo que toca a mí, declaro con sencillez que todo lo que he sido en la vida pública – diputado, senador, embajador, presidente del partido – se lo debo a mi condición de democratacristiano”.
Segundo, Frei y el valor de la lealtad partidaria frente a las tareas comunes. En 1970 Frei Montalva, al despedirse del gobierno, refiriéndose a sus camaradas parlamentarios, señaló: “Quiero expresar también mi gratitud al Partido Demócrata Cristiano, sin cuyo apoyo no habría podido gobernar. Como entidad política joven ha sufrido el duro choque de la responsabilidad del Poder; y muchas veces el país ha visto más sus fallas que sus virtudes. En los hechos ha demostrado mayor disciplina y unidad para asumir las responsabilidades que muchos de los que lo critican; y, en definitiva, ha sido siempre leal al país, al pueblo y a su gobierno”.
Tercero, Leighton y el valor del esfuerzo y la construcción comunitaria. En 1971 Don Bernardo Leigthon, cuando algunos se retiraron del partido, señaló que: “… Cuando los que se fueron sostienen que el Partido es un instrumento que no sirve, no saben, parece, lo que ha costado formar este instrumento. Años y años; miles y miles de hombres y mujeres; viejos y jóvenes sacrificándolo todo, desde el tiempo restado a sus labores o a su hogar, a su mujer o a sus hijos, a sus padres, hasta bienes materiales que se perdían, sentimientos que se callaban, esfuerzos que se aunaban. Para formar un partido de esta magnitud, amigos míos, ha habido mucho esfuerzo humano acumulado…”
Tomic, Frei y Leighton vuelven a resonar con notable vigencia en medio de la crisis del partido que ayudaron a construir. Ojalá los democratascristianos volvamos a escuchar sus voces para enmendar el rumbo. Aún estamos a tiempo.