Chile tiene hoy un problema grave: a casi siete meses de haber asumido el gobierno del Presidente Boric, estamos en presencia una administración que no se ha instalado. Cuestión que es muy contraproducente con el mensaje que ha transmitido La Moneda luego del cambio de gabinete que realizó hace unas semanas, afirmando que se trataba del inicio del segundo tiempo del gobierno.

Cómo se puede hablar de segundo tiempo, cuando el gobierno ni siquiera ha entrado a la cancha a jugar el partido. La razón de esto se explica por dos motivos. Uno es que hasta el plebiscito de salida, donde el Ejecutivo fue abrumadoramente derrotado por la opción Rechazo, el gobierno apostó todas sus cartas, con un intenso intervencionismo, a esperar el resultado del referéndum para supuestamente comenzar a desplegar su programa de cambios refundacionales. Como eso no resultó, el oficialismo se quedó sin hoja de ruta, pero eso no puede ser excusa para no comenzar a gobernar desde ahora.

Y el segundo aspecto está vinculado a la incapacidad de las autoridades de la actual administración, de entender que hoy están a cargo del Estado y no pueden seguir jugando un doble rol de miembros del gobierno con el de activistas universitarios, porque ambas funciones son absolutamente incompatibles.

Pero el asunto es más complejo aún.

En esta deriva, el oficialismo aparece absolutamente extraviado, sin capacidad de conducción, ni un eje aglutinador de gestión, lo que lleva a las autoridades de gobierno a estar improvisando de forma permanente, y esa improvisación está generando evidentes problemas en diversas áreas, como lo demuestra las múltiples contradicciones entre el capitán del barco y sus subalternos, como se observa, por ejemplo, en las disímiles posturas que existen en el Ejecutivo sobre el TPP11.

El listado de errores que ha cometido este gobierno en casi 7 meses de gestión es tan largo, que no alcanzaría a enumerarlos en esta columna, pero por mencionar algunos, está el impase diplomático con Israel por el desprecio que sufrió el embajador de ese país en Chile por parte del Presidente de la República, las constantes declaraciones sobre política interna fuera de sus atribuciones del embajador de Chile en España, quien es muy cercano al mandatario y la tozudez con que el Presidente Boric se ha negado a asumir su derrota en el plebiscito de salida insistiendo en que no es un problema del texto propuesto, sino que de tiempo para que los chilenos entiendan los cambios refundacionales que él busca empujar.

El corolario de todo esto es que como el gobierno no tiene nada que ofrecer a los chilenos, el Presidente Boric continúa anclado al pasado, haciendo constantemente referencia a hechos que dividen a los ciudadanos -como ocurrió en su discurso ante la Asamblea General de la ONU-, que no representan ningún aporte para resolver las actuales urgencias sociales, como son la delincuencia desatada, el terrorismo en la Macrozona Sur y la recesión económica que se avecina.

Si el Presidente Boric no cambia definitivamente el rumbo de su gestión y se decide a gobernar, en vez de pretender liderar un nuevo proceso constituyente, su administración comenzará a hacer agua por los cuatro costados, y el naufragio será inevitable. Aún está a tiempo, por el bien de Chile y de nuestra democracia.

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