En Puerto Williams, la Universidad de Magallanes acaba de poner en marcha el nuevo Centro Internacional Cabo de Hornos para Estudios de Cambio Global y Conservación Biocultural (CHIC), con el fin de abordar desde una perspectiva transdisciplinaria la conservación de la naturaleza y el desarrollo socioeconómico.
En la región de Valparaíso, la Universidad de Playa Ancha trabaja con su nuevo Laboratorio de Ecopatología y Nanobiomateriales, que apunta a desarrollar investigación en el área de la microbiología ambiental, permitiendo conocer las causas multifactoriales ambientales de las enfermedades infecciosas, hoy de tanta relevancia mundial.
Paralelamente en Temuco, un grupo de investigadores del ámbito biología integrativa de la Universidad de La Frontera, avanzan en el desarrollo de una crema derivada del té verde que permite tratar el cáncer de piel del tipo no melanoma, como parte del Centro de Excelencia en Medicina Traslacional.
Los ejemplos suman y siguen. La ciencia desde las universidades públicas de regiones de Chile avanza silenciosamente, generando desde los territorios soluciones para problemas globales.
Diferentes indicadores así lo muestran. De hecho, según cifras oficiales de la ANID, las publicaciones científicas han crecido 128% entre los años 2012 y 2020, y la presencia regional ha sido creciente en ellas, especialmente en los últimos cinco años.
Entre 2018 y 2020 el más alto número de citas por publicación entre todas las universidades de Chile, lo tuvo una universidad estatal del norte de Chile. Mientras, tres de las cinco universidades con más proyectos Fondef en el país son regionales y estatales. Es más, cuatro de ellas – De La Frontera, Talca, Antofagasta y Valparaíso- aparecen entre las diez con más patentes solicitadas entre 2009 y 2019 a nivel nacional.
¿A que se debe este auge de la ciencia desde las regiones? En primer lugar el capital humano. Las universidades regionales de Chile han avanzado decididamente en la incorporación de nuevos profesionales con grado de doctor que muestran un emergente trabajo en investigación y que además puede insertarse en las mencionadas instituciones en grupos inter y transdisciplinarios de trabajo.
Pero, además, las universidades públicas regionales están poniendo en marcha nuevos programas de formación de doctorados, en ámbitos de tanta relevancia como bienestar y salud, industria 4.0 y revolución tecnológica, crisis climática y sustentabilidad, biodiversidad, artes y humanidades entre otros temas relevantes, en línea con la visión de generar valor para Chile.
Otro punto a favor es la relación directa con los territorios y la especialización en trabajos de campo, a partir de las condiciones propias de nuestra realidad territorial como un laboratorio natural para hacer ciencia y para abordar investigación pertinente a la problemática local con impacto global.
Así, por ejemplo, en la Universidad de La Frontera realizamos investigación en materia de recursos hídricos, conservación de bosques, recursos naturales y monitoreo de volcanes, donde claramente tenemos ventajas competitivas propias de la región donde estamos emplazados. Algo similar sucede para las universidades del norte respecto a la astronomía y la paleontología, o en el extremo sur respecto a la ciencia antártica.
Todas estas ventajas están siendo cada vez más percibidas por las personas. Y es así, como –mientras hace algunos años había una fuerte demanda por trasladarse desde las regiones hacia la capital- hoy la tendencia es la opuesta y más estudiantes y profesionales están viendo en las universidades de regiones la posibilidad de realizarse de modo profesional y también personal. Todo esto está potenciando el movimiento de profesionales hacia las regiones, aportando decididamente a la descentralización del país y dejando claro que, en materia de ciencia, Santiago no es Chile.