Ninguna encuesta previó la distancia de los resultados por una u otra opción. Había una tendencia, pero el resultado de un 62% para el Rechazo no asomó en los escenarios pronosticados. ¿Qué fue lo que pasó en este proceso dónde aquel lejano 25 de octubre de 2020, un 78% de los chilenos expresó su voluntad de escribir un nuevo texto constitucional? Se eligió una Asamblea Constituyente que contó con igual número de mujeres y hombres como redactores. Fue un proceso democrático y paritario, algo inédito en nuestra historia. Ese día, el futuro no mostraba dudas.
¿Cómo fue que llegamos hasta aquí? Tras el estallido social de octubre de 2019, el violento escenario de protestas empujó a un pacto entre los partidos políticos para una salida política e institucional a un problema social descontrolado. La solución fue la redacción de un nuevo texto que diera por superado el período de vigencia de la Constitución de 1980, redactada en dictadura y reformada en democracia. En este camino se visibilizaron grupos políticos independientes y representantes de pueblos originarios. Sin embargo, y al poco andar, este momento señero en la historia de Chile se transformó en una agria serie de perfomances, diatribas, insultos, alimento de redes sociales, ecos en medios de comunicación.
Dicen por ahí que no se debe hacer juicios sin centrarse antes en los hechos. ¿Cuál ha sido la evidencia para explicar el cambio de ánimo de los chilenos? Varios aspectos del texto dieron pie a interpretaciones antagónicas: la plurinacionalidad, la justicia indígena, la desaparición del Senado, un nuevo sistema de justicia, el paso de un Estado Unitario a uno Regional, los derechos de la naturaleza, por ejemplo. Otros, sin embargo, siguen concitando un amplio consenso en lo referente a la creación de derechos sociales para los sistemas de salud, pensiones y educación.
Sí, ayer los chilenos optaron por otra avenida y que tendrá consecuencias políticas. El gobierno y la convención sufrieron una derrota monumental. Gabriel Boric apostó por hacer suyo este hito y perdió. Fue una apuesta arriesgada donde se jugó parte del capital político de una administración novel a la que aún le quedan tres años en el cargo. Mientras, los dirigentes oficialistas señalaron que la derrota fue el resultado de una brutal campaña de desprestigio, que empujó a la desinformación y confusión, la oposición expresó que la labor de la asamblea no fue del todo prolija y dejó de lado ciertas visiones tradicionales, pero aún representativas de una parte del país, sin embargo, ambos grupos prometieron seguir con el proceso. En la noche, tras el resultado, el Presidente informó que el Parlamento será el protagonista de este renovado comienzo.
Sin duda, fue un mal momento para este plebiscito: hoy los chilenos lidian con preocupaciones cotidianas, pero profundas, como una crisis económica y de seguridad ciudadana.
La evidencia está sobre la mesa, muchos votos rechazaron un texto que no sentían suyo y una polarización que cobró caro su descontrol. No hay que entender este resultado como una realineación ideológica entre partidos de izquierda o derecha, es más, los partidos políticos deberían ser los primeros en evitar leerlo así.
La mayoría de los electores no tienen Twitter, no vociferan, pero tienen opinión y gracias a la marcha de la historia, tienen voto. Parece un sorpresivo resultado, pero aquí otra evidencia: la opción mayoritaria fue que nadie exhibía claramente. Eso es lo que se llama la espiral del silencio. Por eso, lo que queda ahora, es activar una gran escucha, porque más allá de este resultado, Chile ya decidió tener una nueva Constitución.