La abultada derrota del Apruebo en el plebiscito de salida deja lecciones políticas perdurables. ¿A qué se debe el resultado? Primero veamos los datos. El Apruebo de salida obtuvo 4,8 millones de votos, significativamente menos que los 5,8 millones del Apruebo de entrada. En términos porcentuales fue una caída de 40 puntos porcentuales, voto obligatorio mediante. Atribuir la magnitud de esa derrota a las noticias falsas o a la manipulación de los medios es subestimar la inteligencia de los chilenos. La propuesta constitucional fue uno de los libros más leídos de las últimas semanas. A la mayoría de la población sencillamente no le gustó el texto redactado por la Convención.
Hubo muchas señales de que algo fallaba en el proceso. La primera fue en mayo de 2021, cuando los convencionales fueron elegidos con un exiguo 41% de participación. Aún más preocupante fue la escasa votación con la que fueron elegidos los convencionales de escaños reservados. Esto habría sido suficiente razón para moderar posiciones con el objetivo de acercarse a la mayoría de la ciudadanía que no concurrió a las urnas. Pero muchos en la Convención no comprendieron que se debían a todo el país y no solo a sus votantes, que tenían la responsabilidad histórica de redactar una Constitución que representara un gran pacto social.
De ahí en adelante, y partiendo con las pifias al himno nacional en la sesión inaugural de la Convención, hasta los múltiples escándalos que rodearon su trabajo, la credibilidad del órgano constituyente fue deteriorándose progresivamente. Un sector quedó atrapado en la política de la impugnación, mientras la soberbia fue apoderándose de quienes estaban dirigiendo el proceso. En la Convención predominó un ánimo refundacional, revanchista y adversarial que alejó a la mayoría del país. Fue el preludio de una farra histórica cuyos responsables políticos tienen nombre y apellido.
El texto constitucional también tenía deficiencias. Era una propuesta que por momentos se asemejaba más a un programa de gobierno escrito desde las élites culturales de Santiago. Es muy probable que la derrota no tenga explicación en lo inadecuado del sistema político propuesto, pero el excesivo reconocimiento de identidades fragmentarias, junto a la plurinacionalidad y los múltiples sistemas de justicia fueron un lastre insalvable.
Una Constitución no puede ser un instrumento contracultural o identitario. Mientras que las peticiones nacidas del estallido social eran fundamentalmente materiales —pensiones dignas, más acceso y oportunidades en salud y educación, una mejor calidad de vida— la Convención ofreció una Constitución teñida de valores posmateriales que nunca estuvieron en las demandas mayoritarias de la población.
La gran paradoja es que la propuesta constitucional, que venía a representar a los sectores postergados del país —las regiones, los pueblos originarios, y las clases populares— no consiguió el apoyo mayoritario en esos segmentos de la población. No solo el Rechazo se impuso en muchas comunas de bajos ingresos, sino que arrasó en las regiones del sur y en las comunas de alta población indígena. Los resultados reflejaron la desconexión de buena parte del mundo académico y de las élites de Santiago con la realidad profunda del país.
Chile no ha girado a la derecha por votar Rechazo, ni votó a favor de la actual Constitución o del mantenimiento del modelo social y económico. Tampoco giró a la izquierda por votar Apruebo en octubre de 2020 o por Gabriel Boric en diciembre de 2021. Las elecciones son más complejas y comprenden una serie de variables. Chile es un país moderado y pragmático. Por eso, el gobierno debe acercarse a posiciones socialdemócratas y a los sectores de la ex Concertación, que fueron los grandes ganadores del plebiscito de salida. La derecha —que apenas se mostró durante la campaña— no puede adjudicarse el triunfo del plebiscito. Los rostros de la campaña fueron principalmente ciudadanos y personas descolgadas de la centroizquierda. Son quienes pusieron la cara y dieron credibilidad a la promesa de continuar el proceso constituyente.
Para la izquierda, una lección y un desafío. La lección es que los procesos de transformación política y social deben ser guiados y liderados, y para eso se necesita de organización, disciplina y unidad. Los partidos políticos entregan eso. La adoración a los independientes solo conduce a la atomización política y a gustitos irresponsables. El desafío es volver a interpretar a los sectores populares del país, que también votaron significativamente más al Rechazo. Para reconectar con las amplias mayorías se debe revalorar la nación como comunidad política inclusiva, y los valores posmateriales no pueden ser más importantes que las demandas urgentes por justicia social.
El proceso constituyente debe continuar, pero esta vez buscando interpretar auténticamente el sentir del pueblo chileno. Los insumos para prolongar el debate están en la propuesta rechazada, el proyecto constitucional de la expresidenta Bachelet, y nuestra propia historia constitucional, que es bastante más que la Constitución de 1980. Corresponde ahora al poder constituido, el presidente de la República y Congreso Nacional, guiar esta nueva etapa.