En política, los amores no se pierden solo se transforman. Fueron tantos los que pidieron un cambio de Constitución como tantos fueron los caminos abiertos en la espesura por esas búsquedas. Muchos de los que marcharon en algún día de octubre han dado vuelta la cabeza para mirar más de cerca, con otros ojos, los devenires que sus propios actos nos presentan. Muchos de los que no se manifestaron y miraron desde sus casas con un íntimo entusiasmo han sido asaltados por la duda, cuando no por el pánico al abismo en el que se han asomado.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
Cuantos amores se han virado en rechazos y cuantos rechazos se buscan en los brazos de otros amores breves.
En algunos, hay un rechazo ventral que es anterior a la propuesta de nueva Constitución. En ellos ha operado la moda mundial de la desinhibición de los instintos racistas. La derecha de cuello y corbata, oscila entre dar rienda suelta a sus carretones y contener sus bríos para forjar una nueva alianza histórica con el centro político. Contemplando desde sus refugios, la derecha antigua y católica, duda entre apoyar a sus representantes más lúcidos o simplemente dejar pasar el tiempo y confiar en que el olvido haga su parte en aplacar los conflictos sociales.
El reloj corre a favor del olvido. En el tiempo que pasa, el orden institucional sigue funcionando ‘subsidiariamente’ y postergando el acercamiento a los anhelos de justicia y de economías inclusivas. Mientras, continúan operando las omisiones, las vacilaciones institucionales, los abusos monopólicos y los chistes a costa de la gente. El tiempo que pasa fortalece ese sentido común, chapado a la antigua, que reduce los conflictos sociales a problemas policiales.
Poco importará la diversidad de las energías que han empujado el rechazo. Su éxito devolverá una incierta legitimidad a instituciones como el actual Tribunal Constitucional que opera por sobre los poderes republicanos y que puede declarar inconstitucional una ley, una idea de ley un reglamento o una multa de tránsito. Estaremos de regreso en la edad de la piedra.
Quieren, pero no quieren.
En el momento que gane el rechazo, la unidad de los negacionistas y de los arrepentidos se fragmentará en un sinnúmero de opciones, unas más confrontacionales y otras más conciliadoras. Lo cierto es que volveremos a las arenas movedizas del orden institucional que creíamos dejar atrás.
Las dudas de los amantes fugaces volverán a hacerse presente. Se dirán que quieren democracia pero no iniciativa de ley de los ciudadanos; que quieren regionalización pero cuidándonos de no incentivar a las ‘mafias locales’. Quieren participación de la mujer pero sin forzar paridades arbitrarias. Quieren reconocer a los pueblos indígenas pero como variedades turísticas de la chilenidad. Quieren medio ambiente libre de contaminación en la medida de lo razonable. Quisieran mejorar un par de puntos los estándares ambientales pero no pidamos lo que no podemos pagar. Quieren respeto para los animales y para la naturaleza pero no a costa de convertirlos en sujetos de derecho.
Quisieran una redacción elegante y breve de la Constitución, que confirme el sentido común que les acomoda. Esa, donde el Estado es laico pero es más católico que ateo y donde las iglesias no pagan impuestos porque los impuestos son igual a la persecución de las iglesias.
Y entonces, sin los excesos del texto actual ¡Así si!
¿Así qué?
La alianza estética
Entre los que están por el rechazo hay gente que comparte los objetivos del proceso constitucional y gente que añora en exclusiva el ejercicio firme de la autoridad. Los segundos quieren que la seguridad a la que aspiran esté garantizada y a la mano. Por sobre todo, ésta es una alianza estética. Un conjunto de gente ofendida por las malas maneras y la falta de elegancia de los redactores del texto propuesto. Ellos afirman que sin el carácter redundante y excesivo de los derechos propuestos, cada uno de esos derechos puede ser expresado con mayor prudencia y aptitud para el consenso. Las diferencias entre el Apruebo y la alianza del rechazo serían diferencias de grado. Molestas, es cierto pero no estructurantes. Finalmente, todos queremos más democracia. ¿Será verdad? ¿O estaremos renunciando al amor de una vida?
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
¡Que breve habrá sido nuestro romance con la Tierra, con las mujeres y los pueblos originarios!
Eso es todo. A lo lejos alguien canta.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.