Es común pensar que las empresas siempre van a buscar el propósito económico por sobre otros propósitos. Y es que el historial de malas y condenables prácticas empresariales que hemos vivenciado en los últimos años ha provocado un estigma hacia las organizaciones en su forma de operar, que de alguna u otra forma, nos lleva a catalogarlas todas “en un mismo saco”.
La crítica y presión social, ha hecho que las empresas busquen otras alternativas de poder tener una mejor imagen y llegar de mejor manera a sus stakeholders. Los criterios ESG (medioambientales, sociales y de gobierno, por sus siglas en inglés), nacen en parte para poder combatir esta mala fama que venían arrastrando las compañías y redireccionar los propósitos de ellas, por lo que, se han convertido en una expectativa entre las empresas, tanto por temas reputacionales, regulatorios, y financieros.
Sin embargo, es fundamental distinguir a aquellas empresas que adoptan los criterios ESG con la genuina convicción de que la sostenibilidad es el camino, de aquellas que lo adoptan por “greenwashing”, como una acción desesperada para poder estar contingente dentro de las exigencias que el mercado pide. El “greenwashing” no pasa inadvertido por el público, y termina desprestigiando aún más la imagen de la empresa e invalidando su modelo de negocio.
Por lo mismo, la aplicación correcta de los criterios ESG permite combatir malas prácticas y hablar de una verdadera creación de valor de la marca, lo cual se confirmó en un estudio realizado por Accenture y el Foro Económico Mundial a casi 4.000 grandes empresas, donde se demostró que aquellas organizaciones que cuentan con prácticas sostenibles superan en un 21% la rentabilidad de las tradicionales.
Bajo esta mirada, una problemática común que observamos es la escasa innovación que aplican las empresas latinoamericanas a la hora de implementar los criterios ESG. En esta época del año, cuando se publican los reportes de sostenibilidad, notamos que las organizaciones se plantean metas y compromisos muy valorables para el mediano y largo plazo (3-10 años).
En algunos casos se anuncian grandes proyectos que adoptan conceptos complejos, por ejemplo: la electromovilidad, uso de hidrógeno verde o ecodiseño de productos y servicios, pero donde el gran ausente son los/as colaboradores/as y las comunidades, quienes poseen los conocimientos para incorporar ideas de alto valor respecto al “cómo” lograr esas metas, y su posterior involucramiento en los proyectos. Muchos se plantean metas nobles al año 2030, pero faltando poco más de siete años para ese plazo, pocos parecen bien encaminados para alcanzarlas.
La disciplina de la innovación resulta fundamental para impulsar el progreso en materias ESG con participación de todos los actores interesados de una organización. Sin la innovación, probablemente, el concepto no habría alcanzado su actual nivel de importancia tanto en el ámbito público como en el privado. Por lo mismo, la invitación es a convertir las palabras en acciones, a equipar a las organizaciones, sus colaboradores y comunidades con un propósito sostenible con principios innovadores. A provocar no sólo impactos neutros en nuestro entorno, sino buscar nuevas formas de hacer las cosas con impactos regenerativos, para hacer realidad la innovación sostenible.