En el norte de Chile se construye el Telescopio Magallanes Gigante, que se convertirá en el más poderoso instrumento de observación astronómica en la actualidad, alcanzando un nivel de detalle nunca antes logrado.
Al mismo tiempo, en el extremo sur, se consolida el centro de investigación más austral del mundo que permitirá, entre otras cosas, monitorear los impactos del cambio climático y proponer modelos para afrontarlo. Estos dos ejemplos son sólo una muestra de que si hablamos de innovación, definitivamente Santiago no es Chile.
Las regiones, fuera de la Metropolitana, están jugando un rol protagónico en el aporte de soluciones a las problemáticas que enfrenta la humanidad. Si bien el gasto en investigación y desarrollo (I+D) respecto al PIB sigue estando concentrado en ciertas zonas, vemos con optimismo cómo algunas ciudades incluso superan a la capital. Y lo mejor: el porcentaje de mujeres investigadoras es todavía más alto en otras zonas del país que en Santiago.
La innovación es mucho más que start ups exitosas o casos referentes que ocupan portadas de diarios. Hablamos de progreso y nuevas tecnologías que abren caminos para resolver temas sociales y económicos que definirán el presente y el futuro.
No debemos olvidar que innovar es parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y que por ello Naciones Unidas se ha planteado como meta, especialmente en los países en desarrollo, fomentarla y aumentar, de aquí a 2030, tanto el número de personas investigando como los gastos a nivel público y privado en estas materias.
Las Universidades estamos llamadas a ser motores activos en este sentido, yendo mucho más allá de las aulas e impulsando proyectos que definan nuevos y mejores caminos para el desarrollo de la humanidad. Nosotros así lo hemos entendido, con diez activos centros de investigación, pero asumimos el desafío y sabemos que todavía falta mucho por recorrer.