El debate que enfrenta el país tiene unas características especiales, y ofrece una buena ocasión para aunar posiciones en torno a una amplia mayoría de contenidos que comparten muchas personas, más allá de sus decisiones en esta coyuntura. Es necesario, ante cualquier resultado que surja el 4 de septiembre, que se perciba que existe un proyecto global y sólido en el que se sientan involucrados. Para eso, la labor de los medios debe ser recordar que verosimilitud no es necesariamente verdad. Se requiere de personas, manos y ojos humanos, que desafíen a la inteligencia de silicio y a sus bots, que por medio de algoritmos se encargan de potenciar los hechos falsos que al navegar por internet convierten su entelequia en los patrones de la percepción dominante.
Es lamentable que en la actualidad la campaña gire sobre en hechos y datos errados o tergiversados, que se argumentan como “verdades alternativas”, como han sugerido distintas voces. No existe suficiente regulación institucional como para garantizar que las informaciones que se hacen circular reflejen una realidad cierta y contrastada. A partir de esta incertidumbre, deliberadamente provocada, se busca alterar las percepciones de la opinión pública. Pero sin partir del suelo que forma la letra y el texto efectivamente de aprobado por la Convención no es posible una discusión que sirva de algo a la ciudadanía. La democracia no puede funcionar sin la máxima información; pero una información segura, con fuentes seguras y reglas del juego. Podemos estar en desacuerdo si el vaso está medio lleno o medio vacío, pero no podemos negar que hay un vaso y cierto contenido concreto dentro de él. ¿Si no podemos llegar a este punto cómo nos vamos a poner de acuerdo en las políticas de un país?
A partir del articulado de la Nueva Constitución es posible debatir sobre la base de diferentes lecturas y propuestas; pero sin ese suelo común no es viable deliberar sobre el futuro de la nación. Porque el plebiscito constitucional debería proporcionar a la ciudadanía no sólo claridad sobre los dilemas y preguntas que más le inquietan respecto al futuro inmediato (derechos sociales, regionalización, sistema político), sino también sobre algunos temas que quizá no llaman tanto la atención, pero que, con mucha probabilidad, van a tener una considerable repercusión en sus vidas (modelo de desarrollo, medio ambiente, estructura del Estado).
La sociedad civil tiene una extraordinaria oportunidad para tener protagonismo en el debate político, pero para ello es necesario un punto de partida común: los datos que se utilicen en el debate, tanto por parte de la campaña del Apruebo como del Rechazo, pueden explorar las más distintas valoraciones, análisis y críticas, desde los más diversos puntos de vista, pero no pueden ser sesgados ni manipulados hasta el extremo de que no exista una realidad sobre la que pronunciarse.
Las Noticias Falsas son literalmente impredecibles, imposibles de anticipar. Por eso son tan difíciles de combatir, ya que toda acción que se tome siempre será reactiva y posterior a su divulgación. Por eso existe evidencia, a partir de procesos electorales en distintos lugares del mundo, de que la ciudadanía puede llegar a creer en la mentira deliberada: así se llegó a aprobar el Brexit en el Reino Unido y se rechazaron los acuerdos de paz en Colombia en 2016. Lo mismo se vio durante lo peor de la pandemia, donde las teorías de la conspiración de grupos antivacunas ocuparon plazas en la vitrina de las ideas con la misma fuerza que las autoridades sanitarias. Si permitimos que las noticias falsas se conviertan en algo parecido a la verdad y la gente crea firmemente cosas absurdas, tenemos un problema serio. Existen grupos que están creando una crisis profunda para interrumpir e imposibilitar los procesos democráticos.
En una sociedad donde la comunicación está condicionada por factores de mercado la información nunca será perfecta. Pero para que las personas tomen decisiones acertadas es necesario un mínimo de imparcialidad y de simetría. Es una peligrosa anomalía que un momento crucial de nuestra historia se viva en un escenario donde el debate no garantiza estas condiciones por parte de medios de comunicación que caen en la más abierta discriminación de quienes no comparten sus posiciones editoriales. Es imperioso conocer, fijar y contraponer las posiciones de todas las partes, tanto de quienes apoyan como de quienes no acogen el nuevo texto constitucional. Y es exigible que cada cual ejerza rigurosamente la fidelidad crítica a lo propuesto, con honestidad intelectual, desde las respectivas posturas, actitudes y decisiones. A nuestros hijas e hijos les debemos un proceso electoral que se base en la decencia democrática.