Quisiera compartir una reflexión a partir de un correo electrónico que me llegó hace algunos días. Quizás muchos de ustedes también han recibido algo similar. Mi banco me envió un mail donde me ofrecía “compensar” la huella de carbono de las compras que había hecho con mi tarjeta de crédito, pagando un monto extra para tales efectos.
Esta iniciativa es parte de las distintas medidas que están llevando a cabo las empresas para participar activamente en la lucha contra el cambio climático, entendiendo que tal como todos somos parte del problema, también podemos serlo en la búsqueda de soluciones.
Mi punto es que existen muchas buenas intenciones en torno a este tema, pero para que éstas sean realmente efectivas, debemos saber distinguir entre cuáles están basadas en hacernos sentir mejor con nosotros mismos (concepto que en esta columna llamaré moralwashing) y cuáles cuentan con argumentos técnicos y científicos en su planteamiento y ejecución.
Si analizamos el caso de la compensación de huella de carbono por compras realizadas, lo primero que tenemos que pensar es cómo y bajo qué parámetros se estarían reduciendo efectivamente las emisiones de los bienes adquiridos por esas transacciones.
También es importante precisar si lo que se está intentando reducir son las emisiones de alcance 1, 2 o 3. Cada una de ellas es diferente: la 1 es la emisión directa por quema de combustibles; la 2 apunta a la emisión indirecta por la electricidad consumida y comprada por el emisor; mientras que la 3 es la emisión indirecta que se produce por la actividad del emisor, pero que es propiedad y está bajo el control de un agente externo al emisor. Tiendo a pensar que el mail apunta a las emisiones tipo 1, pero tampoco tengo la certeza.
Otro elemento a tener en cuenta es que llamados de este tipo están poniendo el foco en ‘compensar’ las emisiones y no en ‘reducirlas’, que es lo que deberíamos estar haciendo en primer lugar: cambiar la mentalidad y generar menos contaminantes, versus destinar esfuerzos al daño ya causado. Reducir, y cuando llegamos a un punto límite de reducción, recién ahí compensar.
Contar con evidencia sólida de los efectos de las medidas medioambientales que se están realizando hoy en día nos permite discernir mejor su utilidad. En caso contrario, quienes reciban el correo del banco y acepten compensar, sentirán la falsa sensación de pensar que ‘estoy haciendo una contribución significativa al planeta’ cuando en realidad no es necesaria o exactamente así.
Ese moralwashing incluso reviste cierto peligro, en el sentido de volver a la época en que las cosas se solucionaban con un cheque y listo, ya que ‘me lavo las manos con lo que venga de ahora en adelante porque tengo la conciencia tranquila’.
Mi reflexión no apunta en absoluto a las intenciones de la campaña o del banco (si fuera así estaría hablando de otra práctica más extendida de lo que quisiéramos, conocida como greenwahsing, que consiste en hacer un puñado de acciones y/o anuncios aparentemente efectivos y correctos sabiendo que no se harán cargo de los impactos y consecuencias reales, con el objetivo de “lavar la imagen”.
Es más, apostaría que existe un interés genuino por abordar este desafío, pero sí advierto que erróneamente, por muy buenas ideas que se pueden estar generando, la sensación de ‘ya hice mi parte’ a larga puede jugarnos en contra. Porque hacer lo que nos corresponde tiene que ver también con educarnos y actuar informados con las decisiones que tomamos. Empresas y personas pueden poner en práctica esta premisa de ‘educación + acción’, donde estudiemos cada propuesta con todos sus alcances y comprendamos que, en este caso, es más urgente y efectivo primero reducir y luego compensar.