La foto cliché de las vacaciones de invierno de niños, niñas y adolescentes los muestra en una fila, con palomitas en la mano, esperando por el estreno de la gran película de turno. Lo que la foto no exhibe, sin embargo, es todo el estrés que rodea a esa aventura: largas esperas, excesivo gasto de dinero, aglomeraciones en espacios cerrados, la lucha por estacionamientos, ruidos y otras peripecias.
Tras dos años de pandemia, tiempo en el cual las escuelas permanecieron total y/o parcialmente cerradas, el retorno a clases ha sido un desafío enorme para los estudiantes, padres, madres y familias en general. Demás está decir lo chocante de las imágenes de peleas a las afueras de establecimientos, los conflictos entre alumnos y profesores o las discusiones entre apoderados en grupos de WhatsApp.
Como sociedad, necesitamos que ese descanso, que el Gobierno ha decidido extender a más de un mes, sea efectivamente un período de descanso mental para todos y todas. Tal vez sea momento de planificar las vacaciones sin grandes presupuestos y apelar a la sencillez de un día familiar de picnic, tardes jugando en la plaza o largas caminatas con las mascotas. Quizás el sitio turístico de turno, atestado de visitantes, no sea por esta vez la mejor opción.
Culturalmente, tenemos un dilema entre descanso y diversión. Pero el descanso no tiene que ver con este último concepto, sino con la oportunidad de reponer cuerpo y mente, recargar energías y volver a nuestras actividades con un nuevo impulso. El estrés que niños, niñas y adolescentes en el retorno a las clases presenciales significó un inédito desgaste.
Seguramente, usted vio a su hijo o hija más irritado que de costumbre, cansado por las jornadas presenciales. Ante esto, una tarea relevante en el “descanso invernal” será la de recuperar el ciclo vigilia-sueño, volver a dormir las horas correspondientes a cada edad, y normalizar el tránsito a hábitos que durante el confinamiento vacío se perdieron. Una recomendación es que esto no sea dispuesto como una exigencia.
Es tiempo, por ejemplo, de regular el uso de las pantallas y de propiciar la actividad física, todas tareas importantes para ir disminuyendo los niveles de ansiedad u otros síntomas relacionados. Del mismo modo, puede ser la oportunidad de abrir espacios de diálogo y unidad en las familias, para reflexionar sobre cómo nos relacionamos con nuestro entorno. Planifiquen juntos unas vacaciones diferentes, evitando factores de estrés.
Tenemos que vencer al frío y buscar espacios abiertos para el esparcimiento. Ya suficiente hemos tenido por dos años en los espacios cerrados, y es hora de conectarse con el aire libre, la naturaleza. Como profesionales, sabemos que esto inspira calma y tranquilidad, y podría despertar la creatividad y curiosidad en nuestros niños, niñas y adolescentes.
El descanso mental, necesario e incluso urgente (más que nunca), es más probable caminando en un parque que frente a una pantalla gigante aún con sus personajes favoritos.
Cambiar la dinámica de nuestras vacaciones tiene que ver con ser capaces de observarnos a nosotros mismos y atender nuestras necesidades desde la perspectiva de la salud mental, no desde la búsqueda de la diversión, menos desde la del consumismo. Volver a lo sencillo sin dudas será la mejor alternativa posible.