La enseñanza sin aprendizaje es una situación recurrente que se expresa en situaciones en donde el maestro entrega contenidos que el niño o la niña no aprenden, o cuando el niño o la niña se encuentran frente a alguien que les entrega contenidos que ellos no están en condiciones de aprender (Pozo, 2003). Esta interacción que no provoca los resultados esperados, es uno de los problemas de la educación tradicional.
En Chile, la reforma de los años sesenta logra instaurar un currículum de base fundamentalmente conductista, autores como Bloomy Tyler son ampliamente difundidos y su conocimiento se hace imprescindible para los profesores y para la dinámica escolar. Esta postura metodológica trae consigo conceptos relacionados con la idea de persona, de aprendizaje y de enseñanza.
El concepto de persona es netamente mecanicista, el aprendizaje, es considerado como algo sólo provocado por determinadas contingencias de reforzamiento, y va a estar determinado por lo que se considere que el/la estudiante debe o estaría en condiciones de internalizar, de acuerdo con su desarrollo biológico, siendo la estrategia de enseñanza y los contenidos, los temas centrales en este proceso.
En este contexto, el diseño del currículum, desde la perspectiva del marco del Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA), implica un desafío para el sistema escolar, ya que invita a provocar una transformación en las estructuras educativas, de modo de centrar su intencionalidad en mejorar y optimizar la enseñanza y el aprendizaje para todas las personas, mediante la eliminación de las barreras que surgen en los contextos educativos, que impiden que se produzcan los aprendizajes. Esto significa un gran cambio en la mirada tradicional del currículum.
Por lo tanto, el marco DUA se transforma en una propuesta para reorientar el currículum, ya que puede provocar un cambio conceptual global, que lleva a trasladar el foco desde la enseñanza y los contenidos, a la variabilidad de los aprendices, que se vincula a las características cerebrales que hacen de cada individuo un ser único e irrepetible; la superación de barreras presentes en el currículo, para lograr la accesibilidad y universalidad del aprendizaje y al proceso iterativo que corresponde al acto de repetir un proceso, con la intención de alcanzar el objetivo o resultado propuesto.
En este marco lo importante es que el estudiante aprenda como persona integral, lo que implica necesariamente un cambio en las formas de concebir la educación y el sistema educativo en su conjunto, poniendo énfasis en los objetivos que deben ser claros, específicos y flexibles; las evaluaciones, que deben medir directamente el objetivo, con criterios claros para el éxito, con retroalimentación constante entre pares, mentores y maestros y los métodos y materiales.
Para cumplir esto, es central desarrollar un currículo que ponga énfasis en el quehacer educativo, fundamentalmente en el de los educadores, para que se transformen en descubridores de barreras para el aprendizaje, que se pueden encontrar en cualquiera de los componentes, como son los Objetivos, las Evaluaciones y los Métodos y Materiales.
El quehacer pedagógico debe ser reorientado desde una forma predominantemente lectiva a una basada en actividades de exploración, colaboración, búsqueda de información y construcción de nuevo conocimiento por parte de los alumnos en forma individual y grupal, en un contexto curricular flexible.
Aspectos claves en este desarrollo son las redes afectivas, de reconocimiento y estratégicas, las que permanecen activas durante el aprendizaje y determinan cómo cada estudiante variará en la forma en que su cerebro aprende, ya que la persona es un sistema abierto, susceptible al cambio, en donde la inteligencia no se constituye como un valor fijo, sino como algo modificable gracias a un diseño curricular flexible, que permita la expresión de las individualidades.
En este aprendizaje, el contexto provocará el desarrollo de las funciones cognitivas superiores; es la acción humana intencionada la que genera que el niño desarrolle su inteligencia, su afectividad, el lenguaje, la competencia social, etc.
No puede ser de otro modo, si consideramos que el ser humano, a diferencia de otros seres vivos, se caracteriza por su plasticidad cerebral, que le permite estar abierto al cambio y al aprendizaje.
El diseño curricular debe transformar la práctica educativa y a los sujetos que intervienen en ella, busca que los docentes sean autónomos, que puedan fijar los fines de una educación pertinente. Este modelo curricular debe ser concebido como un proceso de construcción constante, deberá considerar el conocimiento como una construcción humana, y por lo mismo como algo en constante cambio.
Bajo esta conceptualización, la escuela debería estar dirigida a presentar situaciones que impliquen un constante desafío para los aprendices. Lo importante no estaría dado por los contenidos que se entreguen, sino que por estructurar situaciones que se transformen en constantes problemas por resolver, para alcanzar aprendices conocedores, estratégicos y orientados a la meta, motivados y entusiastas.
Bibliografía: Pozo, I; La Nueva Cultura del Aprendizaje, Aprendices y Maestros, Madrid, Alianza Editorial, 2003.