Dos años de pantalla. Un forzado bienio digital que fue transformándose en un ciclo de todos los días iguales. En el ínterin, el pánico de la ineficiencia productiva se apoderó de todos los estratos sociales, se adaptaron escritorios en casa, se compraron aros de luces por AliExpress y Zoom encabezó la lista de descargas. Entonces, los estragos por la imposibilidad de separar aguas entre el trabajo, la familia y el ocio en el mismo hogar, comenzó a generar cansancio, estrés y trastornos varios.
Cerrar la pantalla del notebook en un segundo, para tomar el tenedor y pinchar la ensalada al instante siguiente, se volvió un hábito. De pronto, la peligrosidad de un virus se empató con los peligros del encierro.
Este fenómeno virológico, inédito y mundial nos transformaría profundamente. La premura por contar con una vacuna en tiempo récord trajo a memoria la carrera espacial, y los laboratorios vieron la oportunidad de clavar sus banderas en la mente de la gente con el clásico “posicionamiento de marca”. Más allá de los pinchazos, la distancias, los aforos y mascarillas, los paradigmas del convivir ciudadano comenzaron a ser otros. Las escuelas, los liceos, las universidades, no quedarían exentas.
La “mise-en-scène” educativa en medio de la pandemia ya era manifiesta, ahora solo se esperaba con ingenuidad que en semanas se alcanzaran los mismos resultados de aprendizaje de forma asincrónica que con el alumno presente. Los dolores de cabeza comenzaron con las viejas formas de evaluar llevadas al plano de las 13 ó 16 pulgadas de un monitor, y la perenne postergación de talleres y laboratorios prácticos que fueron congelando a varios en el terror de no sentirse preparados para el mundo real.
Los logros en el terreno del aula virtual han sido notables, qué duda puede caber, pero el problema es otro: la inmaterialidad, la imposibilidad de mirarse a la cara, la interacción física amputada de raíz, la ausencia de la sorpresa, del lenguaje corporal, de las risas espontáneas sin micrófono, de intentar alcanzar un saber efectivo del otro sin tecleos de por medio, de googlear en todas partes sin adquirir experiencia, de reclutar tribus digitales sin formar verdadera comunidad, la data sin hitos, seguidores sin amistad, la precariedad del vínculo virtual sin la consistencia del cuerpo que comunica.
Un nuevo marzo “presencial” está asomando sobre el horizonte escolar y universitario. A la conquista de los terrenos perdidos se sumará la tecnología ganada, pero por sobre todo, se recuperará lo que se viene añorando desde hace años, la mano que saluda, la mirada que expresa con sinceridad, la proxémica sin baños de luces LED, el valor ganándole al miedo, la vida triunfando sobre la muerte. Ya era hora.