La pauta ha seguido de cerca los hechos que relacionan la ciberseguridad con lo acontecido en Europa del Este.
Poco antes de la invasión rusa, Ucrania fue el blanco de continuos ciberataques: en 2020 recibió 397.000, en 2021 cerca de 289.000 y días previos a la guerra, el país denunció graves ataques cibernéticos por parte de Rusia, que incluyeron un software malicioso, el cual borró datos de miles de computadores. Luego, vino la declaración de “guerra cibernética” de diversos grupos bajo el pseudónimo de Anonymous a Rusia, hackeando, en defensa de los ucranianos, los sitios web de la televisora RT, del gobierno ruso y del Ministerio de Defensa.
Cabe mencionar que la tecnología también es un arma de guerra, e incluso puede llegar a ser de carácter terrorista. Hoy, prácticamente, todos los servicios están gestionados mediante la red, por lo que cualquier hackeo podría inhabilitar sistemas claves; la única forma de evitarlo es mediante la realización de hacking éticos en forma periódica, pues sabemos que el único sistema cien por ciento seguro es el que está desconectado a internet.
En tanto, otro de los temas que vincula a la “tecnología + internet” con la contingencia, es el impacto que ha generado el bloqueo económico de occidente al Kremlin.
Con el comienzo de la invasión, las grandes tecnológicas -al igual que empresas de diversas industrias-, en señal de protesta han dejado de operar en Rusia; lo ha hecho Alphabet, la empresa matriz de Google, por su lado, Meta Platforms estableció bloqueos y restricciones en sus redes sociales Facebook e Instagram, Samsung ya no vende sus dispositivos tecnológicos, Apple canceló la venta de sus productos físicos y así la lista crece cada día; en ella además se encuentran Dell, Intel, Oracle, Nokia y Nintendo, solo por nombrar.
Desconectar aplicaciones de manera masiva podría lograr un real efecto de presión en Rusia y su gobierno, aunque siempre y cuando todas las empresas tecnológicas se alineen, de lo contrario el impacto sería ínfimo. Esta desconexión, sí, tiene un punto negativo, y es que podría fomentar la propaganda interna, ya que será difícil contrarrestar la información sobre la guerra que reciben los ciudadanos de fuentes internas con las noticias publicadas en el exterior.
Nicolás Silva, director de Tecnología de Asimov Consultores.