Aunque desde una primera mirada, casa y hogar pueden parecer conceptos sinónimos, en realidad tienen significados y connotaciones distintos. Una casa es un lugar físico y arquitectónico destinado a la habitación de una o más personas. El hogar es mucho más que eso; es aquel espacio simbólico que dota a sus residentes de un sentido de pertenencia y seguridad, donde se experimenta esa sensación de calor humano que distingue a una familia, cualquier sea su tipo o composición. Un hogar se construye a partir de los vínculos emotivos que tejen sus habitantes entre ellos y con su medio, con sus vecinos y su entorno material, cultural y social.
La decisión del presidente electo Gabriel Boric de instalar su residencia en una antigua casona del barrio Yungay debe entenderse dentro de ese marco de sentido. Es una poderosa señal en torno a la clase de relación que busca establecer con la ciudadanía, con sus vecinos y vecinas de este tradicional sector de Santiago y, por extensión, con los millones de habitantes de nuestro país.
El barrio Yungay, nacido en la década de 1840, se caracterizó por la presencia de destacados intelectuales que lo convirtieron en su lugar de residencia -como Domingo Faustino Sarmiento e Ignacio Domeyko-, siendo también el hábitat de una incipiente clase media que emergía al amparo del comercio, el trabajo profesional y las actividades relacionadas con el aparato estatal. Muchas de las familias más acomodadas del barrio lo abandonaron a partir de mediados del siglo XX, trasladándose a la zona oriente de la ciudad, en el contexto del proceso de segmentación social y territorial que ha marcado el devenir de nuestra capital hasta el día de hoy.
En la actualidad, sin embargo, Yungay sigue siendo un barrio que se distingue por su mixtura social: antiguos vecinos conviven con nuevos residentes; trabajadores y trabajadoras, artistas, profesionales, jóvenes y ancianos y una creciente población inmigrante habitan en sus calles y plazas, que se caracterizan por su vitalidad, su amplia oferta cultural y gastronómica y por una activa organización vecinal en pos de la reivindicación del valor patrimonial de su entorno y de defensa de su calidad de vida.
Al elegir este barrio como su hogar, Boric ha roto el statu quo, ha removido el tablero, cambiando simbólica y territorialmente el eje de relación de la máxima autoridad del país con la ciudadanía. Retoma, de este modo, el proyecto frustrado que alguna vez propusiera el presidente Lagos de instalar la casa presidencial en el Portal Bicentenario de la comuna de Cerrillos, idea que no logró vencer la resistencia y los atavismos de una clase dirigente acostumbrada a habitar en su gran mayoría de Plaza Italia para arriba.
El mayor símbolo de esta voluntad de segregación espacial del poder, lo encontramos en la tristemente famosa casa de Lo curro, donde el dictador Pinochet quiso ubicar la vivienda de los presidentes de Chile. Emplazada en el corazón del barrio alto de Santiago, en los faldeos del cerro Manquehue, esta faraónica edificación es una manifestación elocuente de una forma de concebir el liderazgo presidencial: el primer mandatario mira a su pueblo desde arriba, desde una fortaleza ostentosa e inexpugnable, sin posibilidades de establecer una interacción cotidiana.
La vivienda presidencial de Boric, entonces, nos habla de una intención de instaurar un nuevo pacto social, marcado por una relación más cercana y amable entre gobernante y gobernados. Se da así un paso simbólico en pos de construir un país que sea efectivamente un hogar que acoge a todas las chilenas y chilenos, como también a los extranjeros avecindados en nuestro territorio, independiente de su condición social y del lugar geográfico en que habitan.
José Albuccó, académico de la Universidad Católica Silva Henríquez y creador del blog Patrimonio y Arte.