Entre 1880 y 1920 Chile tuvo un período de crecimiento económico espectacular gracias al salitre. Desde las provincias de Tarapacá y Antofagasta se exportaban grandes cantidades a Europa, para utilizarlo como fertilizante e insumo para explosivos. Pero, inesperadamente, un descubrimiento científico a más de 12 mil kilómetros de distancia cambió radicalmente este escenario.

Alrededor de 100 años atrás, dos químicos alemanes revolucionaron el mundo al transformar “el aire en pan”. Aplicando gran cantidad de presión y calor, descubrieron la forma de tomar el nitrógeno del aire para producir fertilizantes artificiales, conocido como salitre sintético. Este descubrimiento fue clave para salvar del hambre a miles de millones de personas en el mundo.

No obstante, para Chile dicha invención significó el fin de la producción salitrera y que, como consecuencia, entráramos en la conocida crisis económica de los años 20. En el mundo globalizado en el que vivimos, los cambios tecnológicos pueden afectar fuertemente las economías, para bien o para mal.

Me encanta imaginar un futuro cercano en el que Chile vuelva a relucir en este ámbito, con un propósito noble y sustentable. Más aún, en algo que ni siquiera corresponde a una economía extractiva como el cobre y el litio. ¿A ustedes les gustaría que así fuera?

Más de un siglo ha pasado de aquellos años y hoy, gracias a la transición energética, Chile tiene la oportunidad de transformarse en una potencia mundial de producción de fertilizantes verdes, generados a través de “amoniaco verde” (es decir, proveniente de energía renovable, ampliamente disponible en el norte de Chile).

Los fertilizantes son totalmente esenciales en la industria agrícola, y si además fueran “renovables” -sí, “renovables”: tal cual usted lo lee- se generaría un ciclo virtuoso de desplazamiento y captura del orden de miles de millones de toneladas anuales de CO2 a nivel global, con todas las externalidades positivas que esto implica para la industria agrícola nacional e internacional.

Dada la configuración y capacidades únicas de Chile para generar amoniaco verde, tenemos la oportunidad de transformarnos en potencia global de producción de fertilizantes renovables. Cien años después de la tragedia económica del salitre, el norte del país podría volver a brillar frente al mundo, pero ahora con una herramienta muy potente para combatir el cambio climático.

La transición energética ya llegó, y va mucho más allá de solamente cambiar la matriz de generación eléctrica. De la mano del nuevo salitre renovable chileno, nuestro país tiene la posibilidad de liderar un aspecto significativo de esta transición y contribuir sustancialmente al Enfriamiento Global. Llegó la hora de cambiar el switch y pasar a la acción.

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