Llega marzo y, con él, yo también me pongo a pensar sobre cómo escribir esta columna. Al fin y al cabo, hablar de mujeres es hablar de temáticas tan diversas como derechos, desigualdades, contribuciones para la sociedad. Podríamos ahondar en temas políticos, económicos, sociales. Se me vienen a la cabeza miles de historias y puntos de vista.
Pero, como se suele decir, “quien mucho abarca, poco aprieta”, por lo que me centraré en el rol de las mujeres para garantizar un futuro sostenible. Este año, el lema de las Naciones Unidas para celebrar el Día de la Mujer es “Igualdad de género hoy para un mañana sostenible”, y lo que busca es reclamar una acción por el clima por y para las mujeres.
No es un tema menor. La igualdad entre hombres y mujeres probablemente sea, junto con el cambio climático, el mayor desafío que la humanidad tiene hoy.
Una serie de estudios ha demostrado que, si bien el cambio climático afecta a toda la población, son las personas más pobres del mundo y las que se encuentran en situación vulnerable -especialmente las mujeres y las niñas- quienes soportan las peores consecuencias de las tensiones ambientales, económicas y sociales.
En todo el mundo, las mujeres dependen más de los recursos naturales, tienen menos acceso a ellos y, a menudo, asumen una responsabilidad desproporcionada como encargadas de asegurar el suministro de comida, agua y combustible.
Según un informe de la ONU, las mujeres constituyen el 80% de las personas desplazadas a causa del cambio climático. En muchos casos, al buscar recursos para administrar sus hogares, ellas son quienes caminan por territorios desconocidos, aumentando su vulnerabilidad. De forma similar, el PNUD ha mostrado que las tasas de violencia doméstica y abuso sexual tienden a aumentar en situaciones de sequía, inundaciones y otros desastres climáticos.
Asimismo, los extremos climáticos destruyen los medios de subsistencia y exacerban la pobreza. Esto, en muchos países, incentiva a las familias a casar a sus hijas jóvenes para que haya una boca menos que alimentar, a cambio de un precio de la novia o porque creen que están mejorando las oportunidades futuras de una hija.
Estos son solo algunos de los ejemplos que demuestran el impacto del cambio climático sobre las mujeres. Y a pesar de todo ello, el reconocimiento de lo que nosotras aportamos o podemos aportar a la supervivencia del planeta y al desarrollo sigue siendo limitado. La falta de participación de las mujeres en las decisiones relativas a la planificación y la gestión de la naturaleza, hacen con que a menudo se ignoren las enormes contribuciones que nosotras podemos -y queremos- hacer.
A lo largo de los últimos 10 años trabajando en Mujer Impacta, he podido ver el invaluable aporte de las mujeres en esta y otras luchas. Pienso, por ejemplo, en Natalia Rebolledo, Premio Mujer Impacta 2020, creadora de la Fundación Un Alto en el Desierto, lucro que busca acciones concretas para generar soluciones a la sequía y aridización de los territorios afectados por la escasez hídrica, mediante la educación ambiental, la innovación y el desarrollo local. Ella, junto a su equipo, ha podido ahorrar lo equivalente a 100 camiones aljibe al año, lo que ha beneficiado a más de 7.000 personas en el norte de Chile -que, como sabemos, es un territorio muy susceptible a la sequía.
Pienso, también, en Rossana Cortés, Premio Región Mujer Impacta 2018, quien realizó ecoadoquines con relaves mineros, innovadores, ecológicos y seguros, que se pueden utilizar para construir plazas, caminerías y parques justo en esos sitios que hoy están ocupados por residuos contaminantes.
Ellas dos son un ejemplo de la creatividad, resiliencia y capacidad de superación de las mujeres. Sin dudas tres características que hacen de las mujeres un grupo con indiscutible rol en el “mañana mejor” que todos queremos. Sin la inclusión de la mitad de la población mundial, es poco probable que mañana se hagan realidad las soluciones que nos brinden un planeta sostenible y un mundo en el que haya igualdad de género.