Analogías Anacrónicas y Ectópicas
Las bases de la apreciación o valoración —como quiera llamársela—, se encuentran en el proceso de comparación y, en consecuencia, en la analogía, que es la forma a través de la cual ese proceso se lleva a efecto.
Pero las analogías (y las comparaciones) no siempre son las más adecuadas y, no pocas veces, inducen a error; a menudo, son fuente de malas interpretaciones y disputas.
Es la reflexión que se nos viene a la mente cuando tuvimos conocimiento de las expresiones del ministro Delgado, referidas al viaje del presidente Piñera a la ciudad de Cúcuta y su invitación a los venezolanos a emigrar hacia Chile.
Las analogías no tienen otro cauce de acción más que espacio y tiempo. Dan la impresión de encontrarse regidas por la teoría de la relatividad. Cuando atropellan la época en que suceden los hechos, o éstos se refieren a tiempos pasados, se las califica de ‘anacrónicas’; cuando atropellan el lugar donde suceden tales hechos, o se cambia a los mismos de espacio, se les llama ‘ectópicas’. Y, por supuesto, causan hilaridad.
Quien las emplea inadecuadamente sufre el ridículo. Como cuando el Presidente de la República Ricardo Lagos citó al ‘jarrón de doña Juanita’, con gran jolgorio de sus opositores. Por eso, la poca feliz comparación del ministro Delgado, que tampoco ignora la mención al ‘jarrón’, no molesta, sino invita a sonreír. Benévolamente. Como cuando se escucha un chiste de mala calidad o alguien dice un disparate.
La aplicación de la fuerza contra la migración
Y es que el fenómeno migratorio no puede englobarse en una asociación, a todas luces, incongruente, como la formulada por el señor Delgado.
Las migraciones tienen otra dimensión. Se encuentran estrechamente vinculadas al tema de las relaciones internacionales y a las formas de explotación planetaria vigentes, principio básico que el secretario de Estado parece ignorar e intenta resolver con la ayuda de una analogía ectópica.
No debe sorprender que ello cause hilaridad. Porque se sabe a ciencia cierta que las soluciones a la migración no son militares sino políticas, materia que preocupa a los gobernadores de Arica y Parinacota, Jorge Díaz, y de Antofagasta, Ricardo Díaz, cuando analizaron.
En un sentido similar, las palabras de Felipe Berríos, pronunciadas recientemente, nos recuerdan aquello.
Rol de las relaciones exteriores
Una posible aproximación en cuanto a explicar algo de lo ocurrido con el tema de las migraciones en Chile nos lleva a examinar someramente, tal vez, la labor desempeñada por el Ministerio de Relaciones Exteriores durante toda la administración Piñera.
Y comenzar por el estado de las relaciones internacionales con nuestros vecinos más inmediatos, Perú, Argentina y Bolivia, para concluir que jamás aquellas se han encontrado en un nivel tan bajo.
Enseguida, preguntarnos la urgencia de abrogar otros pactos regionales y suscribir otros, de dudosa procedencia —como PROSUR—, para, finalmente, respondernos si acaso, los referidos pactos, deben reflejar relaciones con Gobiernos o con Estados.
Porque es necesario no olvidar que China, con su sabiduría milenaria, y El Vaticano, con los dos mil años de vida del cristianismo, no ignoran que los Gobiernos son instancias esencialmente transitorias, en tanto los Estados se presentan como estructuras permanentes.
La pregunta, entonces, parece de Perogrullo: ¿Qué debe, entonces, privilegiar una adecuada política de relaciones internacionales? ¿Los vínculos con Estados o los que se celebran con Gobiernos? ¿Cuál ha sido la política impulsada por este Gobierno, que llega a su término el próximo 11 de marzo? ¿Cuál es la responsabilidad política que le corresponde al gobernante que, por encima de los intereses del Estado que representa, apuesta a los intereses del gobierno de turno de otra nación? ¿Cuál es la responsabilidad de los ministros que han desempeñado su labor en esa cartera? ¿Se debe hacer efectiva esa responsabilidad?
Pero hay más. La referencia del ministro Delgado es inequívoca: la política impuesta con motivo del viaje de Piñera a Cúcuta fue burlada por los propios venezolanos que entraron.
Pero, ¿fue así realmente como sucedió? ¿O fue la acción irresponsable del gobernante chileno que, en un inaceptable acto de intromisión externa en los asuntos internos de la vida de una nación, llegó prometiendo el paraíso en el Cono Sur? ¿Qué sucede con las acciones temerarias e irresponsables de gobernantes desmesurados que ponen en peligro la paz de todo un continente, como la efectuada por el presidente Piñera, en ese viaje? Porque jamás un mandatario alguno había viajado hasta una ciudad limítrofe de otro Estado para desafiar e increpar a su autoridad y ofrecer asilo político a todos los que quisieran dejar ese país, acto de por sí irresponsable que, como torpes agentes reproductores de semejante conducta, también replicaron otros actores políticos chilenos, como fue el caso de Felipe Kast.
Considerando los problemas psíquicos del primer mandatario, que comienzan a hacerse ya de público conocimiento —y que el Comité de Defensa de los Derechos Humanos y Sindicales CODEHS denunciara oportunamente ante el Senado de la Republica, hace más de dos años—, hubiéramos, incluso, aceptado esa torpe y disparatada acción.
Torpezas tremendamente peligrosas
Pero lo que resulta por entero inaceptable y debe concitar el repudio de toda la población y de los cuerpos armados es la revelación que publica un periódico de la capital, según la cual el presidente de Chile, junto a su colega argentino, el expresidente Mauricio Macri (hoy sometido a proceso por defraudación de fondos públicos) estuvo involucrado en maniobras políticas que debían concluir con una posible invasión a la hermana República de Venezuela.
La pregunta es obvia: ¿Qué pasó por la mente de esos mandatarios que los llevó a tan delirante propuesta? ¿Qué les sucedió para acometer tan disparatadas acciones? ¿Cayeron sobre sus cabezas las lenguas de fuego de Pentecostés y acaso escucharon la voz del Señor llamándolos a liberar a Latinoamérica del ‘demonio comunista’?
En efecto, de acuerdo a la investigación que realizara el periodista Horacio Verbitsky, los presidentes de Chile, Argentina, Brasil y Colombia, acordaron intervenir militarmente en Venezuela en 2019 bajo el disfraz de estar brindando ayuda humanitaria. De acuerdo a los documentos recopilados por el periodista.
El ego como objetivo del Gobierno
Volvamos, entonces, al principio, para sacar algunas conclusiones: el gobierno de Piñera jamás ha querido implementar una política migratoria guiado por motivos humanitarios.
Nuestra idea es que quiso tomar en sus manos un liderazgo neoliberal basado en el ataque a todo lo que pusiera trabas al desarrollo del sistema financiero mundial, llámese Evo Morales, Rafael Correa, Inácio Lula Da Silva, Nicolás Maduro, en estrecha alianza con personajes como Donald Trump, Iván Duque, Jair Bolsonaro, en contraposición a los deseos de la ciudadanía.
Así, la ‘solidaridad’ piñerista nunca ha existido. La invitación a los venezolanos para abandonar su país fue solamente una maniobra perpetrada por el Gobierno ante la necesidad de contar con mayor apoyo para imponer la política internacional que requería. Y, por lo mismo, robustecer la figura del presidente chileno como líder regional indiscutido del neoliberalismo.
Piñera usó a los venezolanos como trampolín para su ascenso en el carácter de caudillo latinoamericano y no porque le interesara en lo más mínimo su situación humanitaria.
Se explica así que Delgado, como amanuense suyo, sea poco cuidadoso en el empleo de ciertos conceptos y recurra a analogías ectópicas para expresar ideas que no ha tenido tiempo de elaborar —ni, mucho menos, de madurar— con mayor prolijidad.
Porque la migración, como un concepto, no es algo que les interese o les haya interesado. Menos aún, sabiendo que no es un problema que dependa de una persona o de un gobierno, sino es una tarea global que exige de los gobiernos tratamiento específico en cuanto a la política de relaciones internacionales y a un mejor reparto de la riqueza global, tareas que se encuentran íntimamente relacionadas y que escapan de la competencia de ellos.
Más aún en el entendido que esa tarea requiere, consecuentemente, de una política de derechos humanos, en especial cuando no es posible doblegar la voluntad de Estados depredadores.