Tras su categórico triunfo en la segunda vuelta presidencial, Gabriel Boric deberá prepararse para lo que será un gobierno difícil y lleno de obstáculos. Su triunfo simboliza el nacimiento de un nuevo ciclo político en Chile. Es significativo que sea él quien comience esta nueva etapa. Su figura política adquirió visión y madurez cuando firmó el acuerdo del 15 de noviembre, que logró dar una salida institucional al estallido social y posibilitó el actual proceso que encabeza la Convención Constitucional. Pese a las críticas que recibió de su propio sector, supo actuar con responsabilidad y pragmatismo.
Durante su campaña de segunda vuelta, volvió a mostrar responsabilidad y pragmatismo. Articuló un discurso moderado, centrado en las problemáticas más urgentes del país, y reconociendo los avances de gobiernos anteriores. La estrategia dio frutos: no solamente ganó ampliamente en las comunas populares de la Región Metropolitana, sino también recuperó para sí regiones del norte que tradicionalmente votaban a la izquierda, y en donde Franco Parisi logró una votación importante.
Boric obtuvo en segunda vuelta 4,6 millones de votos. Su cosecha de votos fue mayor que en primera vuelta, cuando alcanzó 1,8 millones de sufragios. La mayoría de su electorado en segunda vuelta vino de amplios sectores de izquierda, centro e independientes que no querían a José Antonio Kast en La Moneda. Luego, si quiere tener una base social y política amplia de apoyo a su gobierno, su discurso y enfoque de segunda vuelta debe volverse la norma y no la excepción.
Lo anterior es fundamental para el éxito de su gestión, teniendo en cuenta que los desafíos que enfrenta son enormes. Boric recibirá la peor herencia de gobierno desde 1990. Asumirá con un Congreso dividido y fragmentado, con pocos recursos fiscales debido a las ayudas sociales entregadas en la pandemia, con proyecciones de crecimiento económico a la baja y la inflación al alza. Es probable que la luna de miel -ese periodo que tienen los nuevos gobiernos en que gozan de alto apoyo popular y ánimo de colaboración desde la oposición- sea inusualmente corto, debido a la complejidad del comento presente y la difícil situación económica. En este escenario, tendrá que hacer frente a muchas demandas sociales y a movilizaciones sociales que, probablemente, no se detendrán con su asunción a la primera magistratura.
Debido a lo anterior, el presidente electo debe moderar las expectativas. El programa de Boric estaba pensado para un contexto parecido al de Bachelet cuando asumió su segundo gobierno en 2014: con amplia mayoría legislativa y muchos recursos públicos. Pero en la realidad, el nuevo gobierno deberá enfrentarse a un escenario más similar al de Lagos cuando asumió en 2000: un país con bajo crecimiento, estrechez fiscal y con la derecha fortalecida en el Congreso. Boric ya ha dado señales de entender ese escenario, argumentando que lo considera una oportunidad para el diálogo. Pero llegar a consensos será difícil, porque implicará transar importantes objetivos del programa, lo que podría enfrentarlo a sectores de su coalición.
Pero además de moderar las expectativas, el presidente electo deberá dar señales importantes a través de su gabinete. Será muy importante la elección de su comité político, y en especial sus designaciones en las carteras de Interior y Hacienda. Si Boric nombra en su comité político a personas fuera de su círculo cercano y de su coalición, habrá dado una importante señal de que el cambio de discurso de la segunda vuelta no fue excepcional. Con Apruebo Dignidad no alcanza para gobernar: apenas le sirvió para obtener un 25% en la primera vuelta. Ampliar su coalición a técnicos y políticos de centroizquierda sería una estrategia correcta para asegurar gobernabilidad y le otorgaría cuadros con experiencia en el Estado al nuevo gobierno.
Por último, un giro a la moderación y el gradualismo del futuro gobierno también descomprimirá el ambiente y facilitará la labor de la Convención Constitucional. En esto, Boric y Apruebo Dignidad deben entender que, más importante que el gobierno, es el futuro de la Convención Constitucional. Por ahora, en la Convención respiran aliviados: un triunfo de Kast habría sido una amenaza existencial para el órgano constituyente. Con el nuevo gobierno, en cambio, existe sincronía de objetivos. El gobierno de Boric debe jugar el rol de facilitador de la Convención, favoreciendo un clima de diálogo, tendiendo puentes con diversos sectores políticos y sociales, y jugándose para que el plebiscito de salida sea un éxito.
Si el futuro gobierno quiere aumentar sus chances de llegar a éxito, deberá ampliar su mirada y buscar interpretar a su amplio y heterogéneo electorado de segunda vuelta. Deberán buscar amplios acuerdos, lo que significa inevitablemente ceder algunos puntos esenciales del programa. Probablemente habrá gente que sienta que está traicionando sus ideales por ello. Pero será la única manera de avanzar sin caer en la parálisis legislativa. Adicionalmente, les servirá para adquirir experiencia de gobierno, crear un clima que favorezca el trabajo de la Convención, expandir las fronteras de su coalición y consolidar su poder. En cuanto la Convención haya terminado su labor y las expectativas económicas sean más favorables, podrán volver a la ética de la convicción, pero por el momento, debido a los tiempos difíciles que vive Chile, es preferible que el próximo gobierno se guíe por la ética de la responsabilidad.