José Antonio Kast

El exabrupto

13 diciembre 2021 | 20:25

Hay chilenos que piensan que ya estuvo bueno de carnavales sociales y de populismos políticos. Muchos de los votantes de centro derecha se han convencido de que un gobierno de Kast sería simplemente otro gobierno de su sector. La fuerza de las instituciones, el equilibrio en el Parlamento, la pericia técnica y la sensatez política de la centro derecha, serán suficientes para contener a JAK en los márgenes de una política prudente y respetuosa de la democracia. Una especie de integrismo que aparece en ocasiones en el discurso del candidato no sería materia de preocupación.

El integrismo es la visión religiosa de la política. La unión de la Iglesia con el Estado no es algo tan lejano para nosotros. Hasta hace una semana, teníamos el tipo de familia excluyente que se correspondía con los mandatos de la recta fe. La Iglesia que aspira a imponer su autoridad sobre moros, cristianos y ciudadanos en general, no es cualquier Iglesia. Es la que prefirió proteger a los pedófilos y poner en riesgo a sus hijos antes que renunciar a la autoridad del buen pastor. La visión de la política de género como obra del demonio, no es una ligereza dicha al pasar por Kast y por obispos y curas cercanos a Karadima, Maciel y a Ignacio González. Es la defensa de la Iglesia jerárquica y paternal lo que hace advertir, lucidamente, a los señores K que las mayores libertades de las mujeres arrollan a su paso el conjunto de las jerarquías y privilegios sobre las que está construido el orden social elitista.

En el fondo de la cultura de la derecha-derecha, habita un paternalismo atávico que se niega a desaparecer y que ante la menor brecha reedita el orgullo del hombrecito valiente. El macho autoritario es pastor, padre, patrón, juez, intermediario del Señor y su vengador policial, armado con espada de fuego. K es la suma de las revanchas de los pobres hombres que han sufrido la incomprensión y la injusticia proferidas por las locas que levantan la voz y miran desafiantes a los ojos hueros de la autoridad.

En un gobierno de Kast entrarán en conflicto las fuerzas que se inclinan hacia el integrismo y las que han apostado por un giro pragmático. Es probable que la derecha-derecha esté tan satisfecha de su éxito que se conforme, durante un tiempo, con hacer un gobierno que la legitime de vuelta en la democracia. Pero será esa mirada bizca a la humanidad, que separa a poseedores de la fe de los desalmados, la que regará de tentaciones violentas el subsuelo de la prudencia prometida de la derecha-derecha.

Una vez electo, JAK dejará de lado la herencia de Piñera para hacer efectiva su apuesta radical por la fuerza de la autoridad. La puesta al día del instrumental ideológico, técnico e institucional necesario para ‘recuperar Chile’ de las garras de la barbarie, estará actuando como ruido de fondo y simultáneamente, esperando la oportunidad de devolvernos poco a poco y también bruscamente a la obediencia y a la conformidad con el lugar que le corresponde a cada cual en el orden natural de la sociedad. En este afán de recuperación de un orden anterior y más fuerte que las leyes, en este arrebato de una mística autoritaria, se envuelven riesgos inconmensurables y una propensión al exabrupto que probablemente tenga consecuencias funestas.

Lo de Kast va a consistir en guardar como reserva sus creencias sobre el carácter demoníaco del feminismo, su desprecio por la gente que se manifiesta y su admiración a los valores de la dictadura. Para el señor K, hay un centro divino que reparte el mundo no según las opiniones a las que cada uno tiene derecho sino según verdad y maldad. El autoritarismo no es una convicción personal o política sino un mandato de la fe.

La afirmación radical de la autoridad por sobre la paz, de la policía por sobre la democracia; de la policía como agente de origen de la paz y de la democracia, es lo que hace inevitable que esperemos una sucesión de exabruptos violentos de parte de un gobierno de este tipo.

Allí donde la policía pudo disparar escopetas a la cara de los manifestantes, K se va a demorar más en detener la expresividad de una fuerza policial desatada. Allí donde Piñera nos informó, que había dudado en declarar el Estado de Sitio y que había preferido darle otra oportunidad a las instituciones democráticas, el señor K no va a vacilar. Sus afectos no están con la democracia. Allí donde los discursos de la derecha han sido enfáticos en la seguridad policial, K se va a atrever al empleo de la fuerza suficiente. Esa es su promesa y más vale creerle.

El compromiso de la derecha con la policía como forma de hacer política, hace temer que, además de los excesos puntuales, se construya un piso de la política donde la clandestinidad y la trasgresión de los límites legales, desde el Estado, se conviertan en la norma. Entraremos en una época de subterfugios y excepciones generalizadas para echar a andar proyectos inmobiliarios corruptos, violaciones soterradas a las leyes del medio ambiente, mayores cobros a los salarios y los consumos de la gente y restricciones a las libertades políticas cuyo horizonte es difícil de imaginar.

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