Andrew Keen lo predijo en su libro “The Cult of the Amateur”(2007); que la red no sólo había democratizado el acceso a la información más allá de todo cálculo, sino que estaba sustituyendo el verdadero conocimiento por la llamada “sabiduría de la turba”.
Así, arriesgadamente se elimina la frontera entre los hechos y las opiniones, entre la verdad y la mentira, y el profesional es reemplazado por “una dictadura de idiotas”. Una durísima crítica compartida por el fallecido filósofo Umberto Eco: “Ellos tienen el mismo derecho a hablar que un premio nobel”, decía, refiriéndose a los “idiotas” o “haters”.
Ya sea por el algoritmo que nos ofrece los contenidos a la carta o la convivencia en el ciberespacio con usuarios que piensan igual gracias a la burbuja de filtros, lo cierto es que estas elecciones confirmaron que las campañas políticas en la red están en su pick en cuanto a polarización y capacidad de viralización.
Facebook se consolidó como el “Rey Midas” de las campañas y se derrumbó la idea de que el crecimiento sostenido de Kast en las encuestas se alimentaba de bots.
Si bien no hay estudios concluyentes que indiquen que un like se transforma en un voto en urna, sí se puede confirmar que las redes sociales son claves para influir en los electores, prueba de aquello es el alto porcentaje de votos alcanzado por el candidato “virtual” Parisi.
Es un hecho que las personas se están informando no sólo a través de la radio y la televisión, porque la crisis de confianza que afecta a las instituciones también se dejó ver aquí.
Los medios tradicionales no son lo de antes y algunos han cometido errores de forma y fondo. De forma, al utilizar equivocadamente los soportes; un reel de un perro que baila es popular en la red pero no siempre en la televisión y en el fondo, apostando a contenidos rápidos o “fast content” banales y emocionales propios de las redes sociales para un público muy diferente.
Así, hay cientos de ejemplos sobre contenidos que se imponen y volvemos a preocuparnos de qué fue lo primero: El huevo o la gallina; el dilema de la Agenda Setting. Si las personas son las que demandan esos contenidos o son los medios los que determinan los temas de interés y el espacio que les otorga.
A modo de ejemplo, resulta curioso que la responsabilidad sobre la crisis social de octubre sólo haya recaído en el poder político, aún cuando algunos medios aportaron -desde la espectacularidad y el marketing digital- bien poco al análisis de la agenda social.
Pero claro, siempre es más rentable la historia del gato que viajó desde Venezuela en el “Plan Retorno” a la de los 90 chilenos que venían de regreso escapando de la dictadura. Es el costo de la realidad medial.
Tampoco sabemos por qué elevaron a figuras de rockstar a políticos que se aprovecharon para sacar cálculos electorales, a quienes se les abrió el micrófono para instalar verdades a medias o alternativas, en definitiva: pura propaganda.
Ese es el fondo del asunto. Lo que preocupa no es que existan distintas visiones, líneas editoriales o partidos políticos; porque es la gracia de la democracia, sino que haya intentos frecuentes de reescribir la historia de lado y lado, aprovechándose de la memoria frágil y el déficit atencional de usuarios infoxicados. Pero además que sea la prensa la que imponga esa subjetividad frente al debate razonado.
Así, la teoría de la Agenda Setting sucumbió a los post orgánicos que tienen más impacto para la audiencia, que luego son promocionados a un bajísimo costo por clic. Con un mensaje viral y las métricas por las nubes, los avisadores llueven: negocio redondo.
Es una nueva pauta informativa fomentada por contenidos virales impuestos por la propia audiencia [con resultados medibles y confiables]. Un circuito peligroso para el sistema, donde la comunicación política – al menos- en términos teóricos debe asegurar el ejercicio democrático de los tres discursos: la información (medios), la política y la opinión pública pero sobre la base de hechos verdaderos.
Ahí está el gran desafío de los medios; promover contenidos que eleven la discusión, y verificar las informaciones antes de rendirse a la tiranía del tiempo y de las redes.
Peligrosamente estamos alimentando audiencias dispuestas a difundir contenidos basura y promover ideologías que distorsionan el sentido de la realidad compartida. Ahí el rol de la prensa tradicional es vital. Parisi es un síntoma de que las campañas nunca volverán a ser lo de antes, y los equipos de los candidatos deberán adecuarse a esta nueva realidad, pero desde la ética porque la verdad no puede ser siempre una cuestión de perspectiva y de programa. Los medios y la clase política deberían reflexionar sobre esta turba de haters, porque la democracia no se puede sostener al mejor costo por clic.