La COP26 es un hito determinante en el esfuerzo multilateral por poner paños fríos a nuestro afiebrado planeta, para evitar que el aumento de la temperatura de la Tierra sobrepase el temido umbral de 1,5 °C por efecto de las actividades humanas.
Se estima que al encuentro que se realizará en Glasgow en los próximos días podrían asistir unas 25.000 personas y tendrá encima los ojos de gobiernos, autoridades, ciudadanía, científicos, niños, jóvenes y no tanto. Los expertos en ciencias de la Tierra señalan que ya casi no hay espacio para la mitigación de los efectos del cambio climático de aquí al 2050, que las medidas que hay que tomar son urgentes y que, en paralelo, debemos concentrarnos en cómo adaptarnos a esos cambios. Sin duda, estamos en una década decisiva para definir un nuevo rumbo.
Desde lo político, la reintegración de Estados Unidos al Acuerdo de París se mira con esperanza, sin embargo, el secretario general de la ONU, António Guterres, ha expresado una seria preocupación acerca de que la cumbre logre un compromiso sólido, con objetivos claros de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, o la financiación de la ayuda a los países pobres para luchar contra el cambio climático. La ausencia de Rusia y la distancia de China, países con emisiones tan altas como bajos sus compromisos por mejorarlos, ponen en riesgo las iniciativas de rescate del planeta.
La crisis del clima ha superado su espacio como un tema más de la agenda de los países y se ha convertido en un elemento central para replantear el desarrollo económico y social de los países, planteaba Manuel Pulgar-Vidal, líder de la Práctica Global de Clima y Energía del Fondo Mundial para la Naturaleza, WWF, durante la Semana del Clima que organizó la Fundación Konrad Adenauer en Chile. Y es que la crisis climática está generando cambios estructurales en naciones como la nuestra. Se ha estimado que a 2050, más de 17 millones de personas migrarán internamente en los países de América Latina, las sequías serán más frecuentes y prolongadas, y el producto interno de la región caerá más de un 5%, por efecto del cambio climático.
Cierto es que el aporte de países como Chile a mitigar la crisis climática es marginal, en comparación con países más desarrollados (G20), sin embargo, somos enormemente vulnerables a sus efectos. Generamos el 0,25% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, pero las proyecciones indican que nos alcanzarán los efectos de la crisis climática de manera inevitable. En este escenario, es indispensable que, de todas maneras, contribuyamos a mitigar esos efectos e impulsemos iniciativas que tengan un efecto propagador. Nuestro país está dando señales positivas en favor del tránsito hacia un desarrollo más sostenible. Es uno de los pocos que ha establecido una política de Estado para abordar la crisis climática –con objetivos y presupuestos– y se ha planteado la meta de ser carbono neutral al 2050. Presentará este documento en Glasgow y esperamos que otras naciones en Latinoamérica lo imiten.
Una de las certezas que nos ha mostrado esta crisis es que el esfuerzo de mitigación y adaptación a las condiciones que ya nos impone el cambio climático debe ser sistémico. La colaboración entre personas, agrupaciones, industrias y países, es la única manera de generar la suma de muchos y conformar redes capaces de convertir pequeños cambios en grandes procesos. Cualquiera sea nuestro oficio, profesión y lugar de trabajo, el país y el mundo requieren que cada uno de nosotros actuemos dispuestos a contribuir al bienestar común, a aportar con conocimientos y habilidades a esta causa de manera comprometida, sistemática y rigurosa.
Desde una perspectiva de largo plazo, la Educación para el Desarrollo Sostenible, impulsada por UNESCO, debe sumarse como otra de nuestras certezas, porque es una herramienta de transformación. Desde las universidades tenemos la gran responsabilidad de impulsar a nuestros estudiantes para trabajar con este foco transversal de la sostenibilidad, de construir conocimiento, de estimular el intercambio y la diversidad, de fomentar la innovación, de dar un sentido y propósito a quienes tomarán las decisiones el día de mañana. Como en toda crisis, aquí también hay una oportunidad que nuestra sociedad puede tomar, y que nos permita no solo poner paños fríos a la Tierra, sino también resguardarla como nuestro espacio común. Los esfuerzos detrás de esta COP26 pueden marcar un punto de inflexión en las grandes decisiones sobre la vida en el planeta, pero también deben inspirar a pequeña escala y convocarnos a cada uno a ser los agentes de cambio que nuestra familia y nuestra comunidad necesitan.