El problema de la “inconsistencia temporal” es una de las piedras angulares que sustenta la autonomía del Banco Central. El concepto fue introducido por Finn Kydland y Edward Prescott en su artículo de 1977 “Rules Rather than Discretion: The Inconsistency of Optimal Plans,” publicado en el prestigioso Journal of Political Economy, y por cual fueron merecedores del Premio Nobel de Economía en 2004.
En el canto XII de la Odisea de Homero se encuentra el mito de Ulises y las sirenas, el que narra el enfrentamiento de la razón y las pasiones circunstanciales, las cuales pueden desviar a los sujetos de sus objetivos. Entonces Ulises le pide a su tripulación que lo aten al mástil, de forma tal, que al pasar por el canto de las sirenas él no sucumba a la tentación. La autonomía del Banco Central es una herramienta de responsabilidad política, para que las autoridades presionadas por ciclos electorales, no sucumban ante la tentación de emitir circulante sin medir las consecuencias sobre la inflación. Esta analogía no es antojadiza. Esto se ha demostrado empíricamente: en los años electorales se produce una mayor emisión cuando el Banco Central tiene algún grado de dependencia del poder político, el que a su vez está sujeto a una mayor presión electoral. Son cientos, quizás miles, los artículos académicos que dan cuenta de este hecho para distintos países en distintos momentos del tiempo, y en gobiernos de la más variopinta tendencia política. Esto es lo que llamamos “inconsistencia temporal”: que la decisión tomada en el momento de los “quiubos” por la presión del momento, generé efectos contraproducentes en el futuro cercano.
Algunos críticos de la autonomía del BCCh han esbozado recientemente que la inconsistencia temporal es un tema del pasado, ya que la inflación es un tema superado. Pero los fenómenos inflacionarios siempre han estado presentes y son una amenaza latente, que si se mantiene controlada es porque existe un actor velando por ello: ese ha sido el Banco Central autónomo. El día que el BCCh se despreocupe de ella, o bien se desenfoque, la inflación resurgirá.
Lo que se suscitó en el ambiente político del país durante las últimas semanas es el mejor ejemplo de que la inconsistencia temporal sigue latente. El Presidente del BCCh Mario Marcel planteó que para mantener controlada la inflación—uno de los mandatos constitucionales—, el BCCh se vio en la obligación de subir la tasa de interés en su última Reunión de Política Monetaria a 1,50% y de advertir al mercado que podría seguir incrementándola hasta 3,25 a 3,75% hacia inicios de 2022. Ante la acción del BCCh y los dichos de Marcel, la reacción del mundo político—quienes se encuentran en año electoral y de quienes Kydland y Prescott plantearon la necesidad de autonomía institucional—fueron del calibre de “provocación a la ciudadanía”, “somos tontos hasta las 12, ¡la inflación es importada!”, “el BC no tiene idea de economía a escala humana”, mientras que otros hablaron de “desconexión desde la elite” y “trabajar para las 7 familias más ricas de Chile”. Incluso una Diputada señalo “voy a tener que pedirle la renuncia al alaraco de Mario Marcel”.
Por suerte, quienes enfrentan el ciclo electoral y se encuentran en una campaña desatada por votos, no tienen la capacidad de pedirle la renuncia al Consejo del BCCh. De eso mismo se trata la autonomía: de mantener la emisión de circulante fuera de dicho ciclo electoral y sus presiones. Lo claro es que lo sucedido estas semanas es la evidencia confirmatoria de que los postulados de Kydland y Prescott siempre han estado presentes y siguen vigentes.