La presente columna la escribo siendo padre de dos niñas y un niño. Quiero que el mundo que enfrenten los trate con la misma dignidad, igualdad de oportunidades, derechos, y lo más importante, respetando sus propios intereses. Lo que hemos visto la semana recién pasada en Kabul, me ha afectado profundamente.
Para cualquier padre es imposible imaginar el dolor que implica perder un hijo. Pero la realidad supera la ficción. Es tan duro lo que hemos visto en Afganistan, que los propios padres están dispuestos a entregar a sus hijos de forma voluntaria, para que los saquen del país, sin tener certeza de que los volverán a ver.
Luego del retiro de las tropas estadounidenses, los talibanes derrotaron al ejército afgano y tomaron el control del gobierno. Parece asombroso que un gobierno como el norteamericano acostumbrado a planificar y defender posiciones militares en todo el mundo, sea parte de la desgracia que está viviendo esta comunidad. Hoy gracias a las redes sociales el mundo entero está mirando con estupor lo que sucede. Cualquier ayuda en la que podamos pensar, es nada comparada con las atrocidades que vive este pueblo.
Los talibanes nacieron en 1994, siendo un grupo formado por ex combatientes de la resistencia afgana -llamados muyahidines- , cuya finalidad era aplicar su interpretación de la ley islámica y hacer desaparecer las influencias extranjeras (algo imposible de imaginar en el mundo actual). Esto se transformó en una serie de reglas estrictas a seguir como por ejemplo, la prohibición de la televisión, la música, fiestas entre otras cosas.
La gran mayoría de los afganos se criaron con una formación similar a la occidental, entendiendo siempre el desarrollo de sus vidas dentro de una realidad compleja políticamente, pero que sin embargo permitía que mujeres y niños gozaran de ciertas libertades y derechos similares a los de cualquier ciudadano del mundo. Con la llegada de los talibanes al poder, esta sociedad comienza a vivir una realidad brutalmente opuesta.
Aunque habiendo llegado con un discurso de transición pacífica al poder, los medios han demostrado lo contrario. Zabihullah Mujahid, portavoz de los talibanes, prometió que respetarían los derechos esenciales de la mujer, pero dentro de las normas de la ley islámica. Luego dijo que los medios privados podrían permanecer independientes, pero que los periodistas no podrían trabajar en contra de los valores nacionales. Al final del día, solo limitaciones a las libertades, que fueron ganando con el tiempo el pueblo afgano y que ahora está bajo una tiranía absoluta.
Dentro de estas “normas islámicas”, la mujer es obligada a andar tapada, acompañada siempre por un hombre (ya sea niño o adulto), no pueden andar con las uñas pintadas, no pueden ejercer diversas profesiones, no pueden utilizar el mismo transporte de los hombres, no pueden ser atendidas por médicos hombres, ni tampoco acceder a la misma educación, entre muchas otras cosas. En otras palabras, pasan a ser un accesorio de los hombres.
Los castigos a los que son sometidas las mujeres que rompen estas reglas, son aún peores. Golpes en plazas, violaciones a modo de sanción, apedreamiento, entre otras.
Todo esto está pasando en un tiempo donde las mujeres se han ganado sus derechos y han logrado cambiar el mundo, sin embargo nos encontramos con una realidad difícil de entender y aún más de aceptar en pleno siglo XXI.
Lo que se les está privando a estas mujeres no es solamente el salir de sus casas o su trabajo, se les está quitando la libertad y la dignidad. Son millones de mujeres quienes hoy se tendrán que quedar en sus casas, dejar de ejercer sus carreras y quedarse calladas, privando al mundo de lo que cada una de ellas puede aportar.
Vemos con admiración la cara contrapuesta de todo esto, reflejada con la salida del poder que está preparando Ángela Merkel, que después de 16 años gobernando Alemania, la deja en una posición inmejorable. Demostró ser una líder ejemplar, respetada y admirada, haciéndola meritoria de una ovación de aplausos que duró más de seis minutos una vez que terminó su discurso frente al parlamento. Luz y sombra en un mundo que no deja de sorprendernos.