Las cifras de la OCDE muestran que Chile tiene una de las cotizaciones más bajas para pensiones (12,4% versus un 18,4% promedio OCDE). Al mismo tiempo, sus tasas de reemplazo (cuánto representa la pensión en relación a los ingresos laborales de la persona) también están entre las más bajas de este grupo de países (alrededor de 30% en Chile versus un 48% promedio OCDE). No cabe duda de que esta situación sería distinta con una tasa de cotización mayor, que hubiera permitido una mayor acumulación de ahorro y, por ende, mayores pensiones.
¿Por qué nuestra tasa de cotización es tan baja? Una respuesta posible la encontramos en el proceso de creación del Sistema: al disminuir la tasa de cotización (que alcanzaba a casi 25% en algunas de las Cajas de Previsión), se creaba un fuerte incentivo a que los cotizantes del antiguo Sistema de Reparto eligieran cambiarse al nuevo Sistema de Pensiones. Como bien se indicaba en esa época “el traspaso se hace con un fuerte aumento de remuneraciones líquidas… Esto le subirá los sueldos a la gente”. La preferencia por consumo presente (y una intensa campaña comunicacional) llevaron a que más de un millón de personas se cambiaran al nuevo Sistema en menos de un año. Las consecuencias de establecer una baja tasa de cotización, se observan 40 años más tarde. Es esta misma preferencia por consumo presente la que vemos ahora en el caso de los retiros: sin duda son muchas las personas que, sin haber visto cambios en sus ingresos como consecuencia de la pandemia, han preferido realizar los retiros para financiar su consumo presente (sin considerar el impacto de sus pensiones a futuro), otros utilizaron sus ahorros para una real emergencia.
Si bien en el año 2017, el proyecto de reforma previsional incluía un aumento de 5 puntos en la cotización (para financiar un pilar de ahorro colectivo), todavía no hay cambios en esta materia y cada año que pasa el costo de mejorar las pensiones aumenta.
Por otra parte, vemos en el discurso público y los programas de los candidatos presidenciales, muchas referencias a la necesidad de mejorar las pensiones (incluyendo todo tipo de propuestas de reformas), sin que siempre se hagan explícitos los costos que ello tiene.
Las reformas a los sistemas de pensiones son complejas y difíciles. No hay soluciones mágicas ni milagros. En un contexto donde nuestra esperanza de vida es creciente, independiente de quien sea quien maneje los fondos de pensiones, el primer paso de cualquier reforma debe ser cómo aportar más recursos a las pensiones. Con mayores aportes del Estado no alcanza, se necesita más ahorro individual y aporte de los empleadores. Sin eso, la promesa de mejores pensiones será nuevamente una promesa incumplida.