En un mundo globalizado rankings universitarios internacionales como el Shanghai, Times Higher Education o QS, llaman cada vez más la atención de la opinión pública. Conocer la reputación académica de una determinada universidad, tanto a nivel nacional como internacional, en función de diversos indicadores asociados a la calidad de sus estudiantes, profesores y egresados, y en breve, aporte a la sociedad, siempre es interesante.
Chile no es la excepción, y cada vez que se publican estas evaluaciones surgen “voces” que opinan con mucha propiedad sobre la “calidad” de los planteles universitarios, guiados netamente por la posición que ocupan en la clasificación. Esto me lleva inevitablemente a preguntarme ¿Qué entienden estos rankings por calidad? ¿En Chile trabajamos para alcanzar la excelencia que estos miden?
Vamos por parte. La posición que ocupe una casa de estudios dependerá de los puntajes ponderados de una serie de indicadores como: reputación académica, proporción de docentes con doctorado, número de papers por profesores, número de académicos a tiempo completo respecto a la cantidad de alumnos, entre otros. Aún cuando estas variables pueden ser objetivas, en muchos casos no contemplan las realidades regionales.
A modo de ejemplo, el prestigioso ARWU (Academic Ranking of World Universities), más conocido como ranking Shanghai, evalúa la calidad de educación que entrega una institución basada en el número de exalumnos que hayan obtenido un Nobel o distinción similar. Para valorar a los académicos se aplica la misma variable. Ambas ponderan el 30% del puntaje final y, claramente, no existe evidencia que aporten en igual proporción a la “calidad” de la educación que reciben sus estudiantes.
Otros listados como Times Higher Education y QS, considera la proporción de estudiantes por académicos como un indicador para estimar la “calidad de la docencia”. Si bien es innegable que la interacción con un menor número de alumnos favorece un mejor aprendizaje, existen muchas otras variables que influyen en la calidad de la educación impartida.
Estos rankings seguirán existiendo y su importancia, ¿cómo no?, continuará aumentando. Por ello, es imprescindible que dichas evaluaciones incorporen de forma más efectiva las realidades regionales; actualizando y transparentando, al mismo tiempo, sus metodologías. Sólo de esta forma conseguiremos que sean un fiel reflejo de nuestra educación superior, permitiendo, a partir de sus conclusiones, diseñar políticas en educación que permitan dar un salto de calidad a las universidades y estudiantes chilenos.