Los seres humanos somos una especie social, y por lo tanto, mantenernos “conectados” con otros es una condición básica que debemos cubrir. Esta necesidad, a lo largo de nuestra historia evolutiva, ha traído consigo beneficios imprescindibles para adaptarnos a diversos ambientes, como por ejemplo, por medio del aprendizaje social, el trabajo en equipo, la cooperación, entre muchas otras situaciones que nos han permitido resolver problemas adaptativos. Un aspecto crucial de la conexión que tenemos con otras personas es la amistad, la que no solo satisface las necesidades recién mencionadas, sino que también proporciona otros beneficios como lo son la compañía, el amor, la felicidad, por mencionar algunos. Sin embargo, hoy en día, producto de la pandemia que vivimos, y las medidas que se han efectuado para detener su propagación, las amistades se han visto adolecidas; especialmente en momentos donde más necesitamos estar con otros y otras, es cuando hemos tenido que mantenernos aislados.
Las crisis —como la pandemia— promueven un incremento de la incertidumbre en el ser humano, sentimiento que nos estresa de alguna u otra manera, y por lo tanto, nos lleva a buscar (en el mejor de los casos) soluciones que sean adaptativas para resolver dicho problema; en el cual nuestras amistades cumplen con un rol fundamental.
Durante el transcurso de nuestras vidas, las amistades se construyen, algunas más sólidas que otras, y también se desmantelan con mayor o menor facilidad según la calidad de estas. Sin embargo, las cuarentenas que hemos vivenciado, llegaron abruptamente “como un terremoto” a poner en juego la calidad del vínculo que tenemos con otros y otras. Por lo tanto, si bien la construcción y desmantelamiento, dependen en gran medida del tiempo y recursos energéticos que cada individuo a distribuido a lo largo de su historia de vida, hay quienes asignan mayormente este tiempo en el desarrollo de la calidad o cantidad de las amistades, o en el peor de los casos, ambos se encuentran debilitados. El problema surge—precisamente en pandemia—cuando la distribución del tiempo y recursos no dan abasto para mantener el equilibrio en las amistades, ya que la asignación no es la misma (o al menos no para todos) en estos tiempos.
Cuando se pierde el equilibrio, las amistades se desmoronan, esto quiere decir que la calidad del vínculo que tengamos con otros disminuye—el cual también puede extinguirse. Además, la utilidad que podemos obtener de nuestras amistades varía de persona a persona, y por lo tanto, en pandemia, algunos pueden adaptarse de mejor manera. Por ejemplo, no es lo mismo el desarrollo y mantención de la calidad de las amistades virtuales (videoconferencias con los amigos) en alguien que las ha experimentado, en contraste con alguien que no lo ha hecho. En este caso, se esperaría que al menos a corto plazo, alguien con mayor experiencia pueda adaptarse de mejor manera.
Lo mismo puede ocurrir con quienes más queremos estar, ya que ver/estar con alguien significa priorizar ese vínculo, y no otros. Lógicamente, no significa que en pandemia esto será así para todos; ya que existen personas y realidades diferentes, en las que el medio ambiente y adaptación a éste cambiará. Dentro de este contexto, no es lo mismo la situación de niños y niñas que entran al jardín, primero básico o primer año de educación superior, a alguien que está en kínder, cuarto básico o tercer año de educación superior.
La pandemia no solo nos está guiando en la reflexión de nuestros vínculos, sino que también nuestras experiencias pasadas, y hacía donde queremos ir. Es muy importante que reconsideremos que el tiempo y energía de cada individuo es limitado, por lo tanto: ¿Dónde queremos distribuir estos recursos en el corto y largo plazo?¿Cuál será nuestra prioridad? ¿Cantidad o calidad? Son preguntas que debemos comenzar a responder no solo a nivel individual, sino que a nivel de políticas públicas, donde como sociedad podamos entregar un espacio y/o facilitar el desarrollo de nuestras conexiones, y así, favorecer nuestra salud mental.
Eugenio Guzmán L.
Psicólogo e investigador del Centro de Apego y Regulación Emocional
Universidad del Desarrollo