En 1994, Antonio Damasio, neurólogo de profesión y filósofo por inclinación, planteó en su revolucionario y siempre atingente texto El error de “El error de Descartes”, que uno de los equívocos que trajo el desarrollo de la ciencia a partir del método científico es la incorrecta idea de una dualidad casi irreconciliable entre cuerpo y mente, emoción y razón. Convertida en tropo social, esta idea ha sido ampliamente abordada y validada por nuestras representaciones culturales.
Este binomio razón – emoción nos ha llevado a construir caracteres e incluso tipos de inteligencia limitados, dados los factores socioeconómicos y culturales que han operado históricamente sobre hombres y mujeres.
Recuerdo a Damasio a propósito de las manidas “habilidades blandas” que suelen asociarse con las mujeres, como una característica privativa de las “habilidades duras” (binomio emoción – razón nuevamente generando discursos difíciles de conciliar). Damasio probó con numerosos estudios durante toda su vida, que ambos valores de este binomio funcionan y operan en igualdad de condiciones sobre los organismos vivos.
La inseguridad está privando a muchas mujeres de encontrar una nueva fuente de ingresos en áreas de aprendizajes considerados “duros”. Les (nos) cuesta creer que, por ejemplo, aprender programación es más fácil para quienes no tienen problema con aprender un nuevo idioma que para quienes cuentan con conocimientos matemáticos previos (Estudio Universidad de Washington).
De acuerdo con los datos de Women in Work, Chile tiene la tercera tasa de desempleo femenino más alta de la OCDE: 11,81% y la mayoría de las mujeres que perdieron sus trabajos tras la pandemia están recurriendo a empleos poco calificados como los call centers.
¿Será que muchas mujeres se están privando de invertir en su desarrollo profesional, por estas erróneas concepciones sobre su capacidad de aprender nuevas herramientas que les permitirían trabajar en las mal llamadas “áreas duras” de las empresas?
Los avances que hemos visto en los últimos años no son suficientes. Bastó una pandemia para retroceder una década en términos de participación de la mujer en el mercado laboral chileno. Esta fragilidad inherente a las condiciones del entorno está dada, en gran medida, por estos prejuicios y autolimitantes sin fundamentos que en muchas ocasiones las mujeres ponen sobre sí mismas. El mercado TI, en el que cada año miles de cargos quedan vacantes por falta de personas con las herramientas para ocuparlos, es solo un ejemplo.
Tenemos que erradicar estas erróneas concepciones entre todos. La transformación digital y las nuevas habilidades que se requieren para optar a trabajos calificados han cambiado y permiten optar a una mejor calidad de vida, más con el trabajo remoto que generalmente ofrecen las áreas TI de todo tipo de organizaciones. Fomentemos la capacitación de mujeres, es un deber que tenemos como sociedad.