Estimados miembros de la Unión Social de Empresarios y Ejecutivos Cristianos (USEC) y personas de buena voluntad:
Con el ánimo de reflexionar, me he permitido escribirles esta carta. Espero que los ayude en su tarea como empresarios y ejecutivos cristianos. También va dirigida a quienes participan en otros gremios empresariales. La escribo inmerso en la misión evangelizadora que me corresponde llevar adelante –en un contexto inimaginable hace algunos meses- y tratando de vivir las enseñanzas de la parábola del Buen Samaritano, como lo exige Jesucristo, Nuestro Señor. En esta carta podrán conocer -también- algo de lo que hace un arzobispo, así como sus dolores, alegrías, preocupaciones y esperanzas.
Estas páginas son fruto de la oración y también motivo de ella. Tengo un compromiso de por vida de rezar por El Papa, la Iglesia y el mundo. Igualmente, estos pensamientos esparcidos en estas páginas, han sido motivo de cuestionamientos a mi propia vida episcopal, toda vez que el Papa Francisco nos ha pedido que seamos más radicales a la hora de vivir el mandamiento de amor al que nos invita el Evangelio y tengamos más “olor a oveja”.
Muchas de las experiencias que cuento les pueden parecer obvias o ampliamente conocidas. Sin embargo, tienen el valor de haberlas visto con mis propios ojos y vividas en primera persona. Son cientos -no exagero-, los cesantes, obreros, subcontratistas, pequeños y medianos empresarios que han ido a pedir mis buenos oficios por distintos motivos – a uno no le pagaron el trabajo realizado, al otro lo embargaron, a otro le quemaron el galpón, a otro lo estafaron, a otro le fue mal y no sabe cómo pagar sus deudas, otro quebró-. Se trata de personas -sobre todo de mujeres- muy angustiadas pensando qué le darán de comer a sus hijos el día de mañana.
Sé también de las múltiples dificultades que ustedes han debido sortear en estos tiempos de pandemia como empresarios. Soy testigo de que varios han optado por mantener el vínculo con sus trabajadores y, en muchos casos, en detrimento propio. Los felicito de corazón. Agradezco también la oportuna y rápida reacción que tuvieron para proveer al sistema de salud de suficientes respirados artificiales para enfrentar la pandemia. Gracias a ello, estoy seguro, que se han evitado muchas muertes. También hubo indiferencia de otros que sólo pensaron “en cómo salvarse solos”.
Un gran número de ustedes son personas que tienen, -me consta porque conozco a varios-, junto a legítimas aspiraciones empresariales, un claro y notable interés por lo social, un gran amor por Chile y un profundo anhelo de vivir cristianamente.
Antes de ir a los temas de fondo, les pido dos cosas: la primera, que piensen por unos minutos qué país le vamos a dejar a las futuras generaciones si seguimos tal cual estamos. Es una pregunta que me hago diariamente cuando pienso en mis sobrinos nietos. Al igual que yo, ustedes tienen una gran responsabilidad; la segunda, considerando que el todo es más que las partes, lean este texto íntegro porque se entiende adecuadamente en su conjunto. Un texto sacado de contexto puede convertirse en un pretexto. Ello no ayudará a lograr el diálogo que esta carta pretende generar.
1. El dolor que trae una fuente de trabajo que se cierra
Con dolor he visto, en este tiempo de pandemia, como cierran pequeños y medianos negocios y empresas. Pasaron de la ilusión –y el trabajo arduo que implica- de emprender a la desesperación por las deudas y la sensación de fracaso. Son muchas fuentes de trabajo que bajaron la cortina: “¡Se hizo todo lo que se pudo!” -me decían varios-. “¡No quisimos caer en las manos de los prestamistas, preferimos cerrar! Sabemos lo que significa depender de ellos ¡Es de terror!” -me decía una señora que alcanzó a tener abierta su sanguchería sólo 2 meses-. “¡Y todo lo que me costó conseguir los permisos!”, se quejaba amargamente. Las historias de estas personas se repiten día a día. Ustedes conocerán, al igual que yo, casos similares, incluso al interior de sus propias familias. Duele el alma. Creo que no tuvieron la preparación adecuada y los suficientes recursos para adecuarse a las nuevas circunstancias. Tenían el espíritu emprendedor, pero no lograron conseguir los nuevos instrumentos tecnológicos y financieros indispensables para seguir con una empresa, ni aprender a cómo usarlos. Hay un gran vacío por llenar en ese campo.
2. Conocer la realidad
Falta tanto por hacer con las personas más vulnerables. Necesitan un plato de comida al día, una cama, mucha esperanza y ayuda para encontrarle sentido a sus vidas. Y, por supuesto ser tratados con dignidad. Me enorgullezco del tejido que ha ido entramando la Iglesia para mantener obras al servicio de los demás en tiempos de pandemia –lo ha hecho siempre, pero ahora han florecido con más fuerza-. La familia, las parroquias, las capillas y el vecindario hacen verdaderos milagros. ¡Los he visto! Ellos conocen la realidad de la vida diaria más que cualquiera y son capaces de sacarse el pan de la boca para ayudar a la vecina que está postrada –su hija tiene que salir a trabajar, sino no habría qué echarle a la olla-. Son verdaderos santos y héroes anónimos. Estas personas nacieron, estudiaron y trabajaron con una gran distancia social respecto de la “elite”. A ello hoy se le suma la distancia física, que ha hecho todo más complicado, o talvez más verdadero.
Es tarea de todos trabajar para superar las distancias entre seres humanos iguales en dignidad e igualmente amados por Dios. La pandemia nos ha enseñado que todos somos vulnerables; que nos necesitamos mutuamente y que nadie se salva solo. Quienes tenemos a nuestros padres mayores, necesitados de ayuda las 24 horas al día, sabemos lo que significa que una auxiliar de enfermería, para que no le falte el pan a su familia, viaje dos horas de ida y dos horas de vuelta desde su casa al trabajo y viceversa. Este esfuerzo ha sido mayor aún en tiempo de pandemia. ¿Qué haríamos sin su apoyo? ¿Tendrán ellas la misma atención cuando sean ancianas?
3. Algunas de nuestras experiencias
Cada vez me convenzo más de que con una comunicación fluida y colaboración mutua es mucho lo que podemos hacer para ir en ayuda de los más pobres. Hay lugares, situaciones y personas donde ni el Estado ni el sistema económico de libre mercado que nos rige, llega. Las instituciones intermedias, sí lo hacen. De eso les quiero hablar un momento. La Iglesia de Concepción ha generado varios emprendimientos para dar trabajo a jóvenes con Síndrome de Down – una lavandería industrial (lavandería 21), una cafetería (cafetería 440) y un invernadero (Simón de Cirene)-. Si no hubiese sido por la ayuda de amigos, hubiésemos tenido que cerrar también. ¿Qué futuro tiene una lavandería con los hoteles cerrados, una cafetería en medio de una ciudad en cuarentena, y un invernadero privado de mano de obra –por las restricciones que impone la pandemia- y sin clientes? De haber optado por el cierre y la quiebra, veinte seis jóvenes con Síndrome de Down, lo más probable, es que nunca más hubiesen tenido un trabajo remunerado en un excelente y cuidado ambiente de trabajo y con apoyo de todo orden. Vi en ellos y en sus familias, cómo el trabajo es capaz de cambiar vidas. Andamos a media máquina tratando de conseguir financiamiento mediante la ley de donación covid 19 y la ley de contratación de personas con discapacidad, así como con amigos y familiares.
Lejos, los que más han perdido con la pandemia han sido los más pobres. Permítanme contarles lo que pasa con los adultos mayores. ¡Dan ganas de llorar! Tenemos cien a nuestro cargo en cuatro hogares; todos pobres y muchos, literalmente, abandonados y un buen número postrados. Allí están esperando la muerte, pero sonríen porque perciben cariño y preocupación (eso es fruto de la fe que nos mueve). Es notable de qué manera anima la caridad cristiana que se manifiesta de modo concreto y real en estas personas. Me siento orgulloso de ese voluntario anónimo que lleva “un kilito de pan para los abuelos” y de los CESFAM que realizan con ellos un trabajo notable. Sea dicho de paso: los ancianos de nuestros hogares, en gran medida, se alimentan gracias a la buena voluntad de algunos comerciantes de la Vega y de los productos -a punto de vencer- que nos donan. Decepciona ver cómo las familias los abandonan y cómo crece la distancia entre el Estado y ellos. El aparato estatal ni siquiera sabe dónde están. Nos enteramos de ello cuando se incendia uno de los tantos hogares clandestinos que existen por doquier. Al Estado apenas le alcanza para fiscalizar a los que tienen permiso de funcionamiento, -y eso está muy bien-, pero su aporte es magro. Es una realidad mucho más extendida de lo que se pueden imaginar. He conocido personas que empezaron a trabajar a los 18 años -entusiastas, sanos y jóvenes-; terminaron sus días ancianos, pobres, enfermos y solos. Como una realidad lleva a la otra, no puedo dejar de mencionar que las políticas que por años handesincentivado la natalidad, sumado al incremento de las expectativas de vida de la población, es una ecuación asaz difícil de resolver, sino por la vía de la migración. Sería valorable una reflexión sobre “demografía, empresa, migración a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia” y otra reflexión sobre “familia, trabajo y mujer”. Es una urgencia articular estas tres realidades de mejor manera.
Nosotros, en nombre del Señor, movidos por la fe, no nos achicamos ante las dificultades y los desafíos que se nos presentan. De hecho, nos envalentonamos y estamos trayendo un container con pañales desde China.
¡En eso estamos! Es mucho más barato. Entre varios compañeros de curso de la universidad hicimos una colecta. Esa es la realidad: tener pañales depende de la buena voluntad y generosidad de quienes saben que, además, el esfuerzo y el dinero no se perderá en una maraña de burocracia o intermediarios. Claro está que sin los contactos hubiese sido imposible traerlos. Esa es una buena forma de comprometerse con un proyecto: entregando, además de dinero, conocimientos, tiempo y gestión. “¡Si viajo a China varias veces al año, y envío toneladas de alimentos, ¿Qué me cuesta echar una mano y traer pañales?!”, me comentaba un compañero de curso. ¡Vienen en camino y llegarán prontamente! Esas son las cosas que emocionan. No había nada, se detectó una necesidad, se juntaron las voluntades y los recursos, le quitamos algunas horas al sueño o a alguna entretención, y listo; pañales por un año para 100 adultos mayores.
¡Bravo ingenieros civiles de la UC!
Algún día podemos tener una conversación para contarles de nuestros comedores solidarios, nuestras ollas comunes, nuestros albergues para personas que viven en la calle y para los migrantes y de la residencia universitaria para los jóvenes que viven en la zona de Arauco, Cañete y Tirúa. A propósito de la residencia, ya llevamos 8 años de funcionamiento. El criterio de ingreso es la pobreza y los criterios para permanecer son: portarse bien y pasar los ramos. A quienes la visitan les digo que la Residencia Universitaria Teresita de los Andes es la residencia más católica de Concepción –no hay ningún católico y recién uno de ellos estudia en nuestra Universidad-. Ya hay varios profesionales.
Sé que muchos de ustedes tienen mucho que contar también porque un buen número de empresarios y ejecutivos están involucrados en fundaciones, obras de caridad y servicios a la comunidad. Me he convencido que preocuparse de la humanidad –y amarla infinitamente- no sirve de mucho si no va acompañado de la ocupación por una persona concreta, real, con nombre y apellido. Con todo siento que también hay mucha indiferencia de parte de muchos. Francisco habla de la “globalización de la indiferencia”.
A propósito de personas que viven en la calle, he llegado al convencimiento que cualquiera de nosotros puede terminar en esas condiciones: “la vida tiene muchas vueltas”, me decía quien fuera un docto profesor universitario, mientras hacía la fila para recibir un pan con queso y un café en nuestro Albergue móvil “la misericordia” –el bus lo donó una empresa, un grupo de estudiantes lo diseñó, entre varios conocidos se financió-. Estuvo de lunes a sábado por tres años de 22 a 7 horas en la plaza de la Independencia de Concepción. Cada día más de 30 personas que viven en la calle se reunían a conversar, comer, ducharse, etc. y otros tantos voluntarios. ¡Tanta soledad y tanta solidaridad en un mismo lugar¡ Son historias que conmueven. Ha sido notable ver como los jóvenes se involucraron en el proyecto. Tenemos jóvenes extraordinariamente generosos que están muy dispuestos a servir, a dar su tiempo y sus conocimientos a causas nobles. (Creo que los “carretes desmedidos” son la consecuencia de no haberles mostrado razones por las cuales vale la pena vivir y ejemplos a imitar). Estas personas, estos jóvenes y ese vínculo de fraternidad que se genera, no saldrá en los medios de comunicación, a menos que haya una balacera.
A propósito de la poca presencia en los medios de comunicación social mostrando el trabajo abnegado de tantas personas que le dedican su vida a los más pobres, vivimos la experiencia en la residencia Carlos Macera de la Fundación Ciudad del Niño, fundada por el Arzobispado. Atendemos 1200 niños, (de los cuales 120 son residentes y los demás ambulatorios), que llegan a través de los tribunales de familia. Durante 60 años quienes trabajan en la Fundación han dado lo mejor de sí por esos niños, hombres y mujeres, muy maltratados por la vida. Un trabajo notable que nunca fue noticia. De allí han salido profesionales y personas de bien. Sin embargo, a propósito del lamentable suceso en que dos residentes fueron heridos a bala (hice llegar a la USEC y a los medios unas reflexiones al respecto), en media hora el hecho estaba en todos los medios de comunicación del país. En nueve años, como arzobispo de Concepción, no tengo recuerdo que alguien hayan ofrecido ayuda en favor de esos niños. Lo que sí hemos encontrado son muchas hostilidades de parte de quienes ven en ellos un estorbo, un peligro (aquello me ha dolido profundamente y me ha hecho ver que el clasismo impregna toda la sociedad) ¡Llegar a vivir a un hogar nos pudo haber pasado a cualquiera! Conociendo dicha realidad he llegado a la conclusión que hoy, en Chile, tener una familia donde haya un papá y una mamá y buen trato es un regalo que hay que cuidar. Si la tienen, dedíquenle lo mejor de ustedes. Es un tesoro. Es la familia la que acompaña con salud o enfermedad, en las buenas y en las malas. La pandemia lo ha dejado meridianamente claro.
A propósito de realidades poco conocidas que con la pandemia aparecieron con fuerza les cuento lo siguiente: el Arzobispado de Concepción, a través de dos fundaciones, es responsable de 10 colegios, de los cuales 9 son gratuitos, con aproximadamente 11 mil alumnos. Grande fue nuestra sorpresa al ver que el 30% de ellos no tenían computador en su casa ni acceso a internet. La brecha en el campo de la tecnología es enorme. En la Universidad Católica de la Santísima Concepción, fundada por el arzobispado por los años 90, (con 75% de sus 13000 alumnos pertenecientes a los deciles socioeconómicos más bajos de la población y, muchos de ellos de alta vulnerabilidad), hubo una experiencia similar. El esfuerzo de los profesores, personal administrativo y directivos para seguir con las clases fue notable (¡nada como trabajar con personas motivadas, con vocación, amor a su trabajo y sentido de responsabilidad¡ ¡Notable lo que lograron!). En Chile creo que hay más ausencia de motivación por hacer algo por los demás que de recursos económicos.
Lo que se apreció en medio de este verdadero caos –que ustedes habrán vivido en sus empresas- es que la pandemia apuró procesos que iban muy lentos, y dejó en evidencia brechas abrumadoras en el ámbito digital. Internet es una gran ventana al mundo con mucho potencial del que nadie ha de estar privado. Sería una loable iniciativa de quienes tienen puestos los ojos en los colegios y las universidades para hacer donaciones que miren a los centros educativos regionales -tienen los alumnos de los sectores más pobres y vulnerables de la sociedad-. Con todo, la gran mayoría sale adelante –con un esfuerzo enorme- y los vemos hoy trabajando en todas las esferas de la vida nacional.
A unos jóvenes -de un sector humilde de la arquidiócesis- les dije en una reunión que hoy tienen la mejor literatura a “un click de distancia”. Les recomendé varios libros y películas. A todo esto, les recomiendo, “Yo, Daniel Blake”. Está en Netflix. Sencillamente notable.
4. El trabajo es la clave de la cuestión social
Si las personas sin techo, los migrantes, los ancianos, los discapacitados, y las personas más vulnerables, tuviesen un trabajo, sus vidas serían radicalmente distintas. Allí está una de las causas principales de la pobreza en Chile. Con trabajo hay sentido de la vida y pertenencia, esperanza, alegría, prosperidad y qué comer día a día. El trabajo sana, dignifica y puede ser fuente inagotable de satisfacción personal. Toda persona, aún con graves dificultades físicas, sociales o mentales, debiese lograr tener un trabajo. Es por lejos el mejor medicamento para la dolencia de no sentirse parte de una sociedad, ser constantemente discriminado y pasar la vida esperando que “le resulte o le llegue algo”. Abrir a estos grupos de personas espacios laborales es una tarea típica de un empresario cristiano. ¡No pierdan el sueño de lograr más y mejores trabajos! De hecho, estos años he estado cerca de muchas personas y comunidades; he conocido sus alegrías y sus penas, sus logros, sus fracasos, y sus conflictos y cómo se han ido resolviendo. En todos ellos, el trabajo ha tenido un papel relevante. Para bien, si lo ha habido o lo han recuperado; para mal, si lo han perdido o si aún no lo tienen. El Papa nos ha animado a que trabajemos para que a nadie le falte las tres T: trabajo, techo y tierra.
5. El dinero
Con los años he podido comprobar que efectivamente el dinero no hace la felicidad, pero logra calmar los nervios. En Chile hay muchas personas extremadamente nerviosas, porque no pueden pagar las cuentas, comer dignamente u optar por una buena educación para sus hijos. Ni hablar de las humillaciones que sufren diariamente –son muchas las horas que pasan en una fila-. Ya no se trata de las personas que les hablé al principio; se trata de las personas que por primera vez en la vida aspiraban a la añorada “casa propia”, a la posibilidad de un “auto”- y por qué no un de un viaje- y de que un hijo ingrese a la educación superior. Este grupo de personas tienen sueños truncados, expectativas no cumplidas, y como consecuencia, dolores que van transmitiendo a sus hijos y a sus nietos. Los inunda una profunda sensación de desamparo. Ellos no califican para tener subsidios por parte del Estado como tampoco para obtener apoyo de la banca. Una persona me decía: “soy rico para el Estado y pobre para los bancos”. Ellos están y se sienten a la deriva; tienen muchas deudas. Los conozco, sé de sus penurias y de su desafección hacia lo institucional. Frases como “¡a nosotros no nos ayuda nadie!”, se escuchan por doquier. Ahí puede estar una de las explicaciones de la alta votación que obtuvo el Apruebo en el plebiscito y de la magra concurrencia a las primarias convocadas por los partidos políticos. Ni hablar de lo bien que les vino el 10%. Lo terrible es que sin políticos valorados no vamos a llegar muy lejos. Y sin trabajos –que requieren políticas públicas adecuadas y pensando en el corto, mediano y largo plazo- a la altura de la dignidad del ser humano, tampoco.
Si hubiese el mismo interés por ayudar a estos atormentados espíritus como el otorgado para conseguir el orden en las calles, nuestro país no estaría envuelto en un espiral de violencia, que está lejos de amainar. Si no se distribuyen los recursos -que Dios ha destinado para todos- de manera más equitativa, el futuro no se vislumbra promisorio, porque no se aplacará la sensación de desamparo, de frustración y de descontento, que puede ser fermento de desencanto en muchos y de ira en otros.
6. Urgencias
Promover condiciones de vida dignas es exigente, porque implica una nueva forma de abordar un sistema que es indiferente frente a las causas de fondo de la pobreza de muchos y de la desmedida riqueza de pocos. ¡Por cierto que la mayoría de los chilenos se ha ganado la vida y los bienes que poseen de manera honesta y con mucho esfuerzo! Sin embargo es justo reconocer también que las prácticas como la corrupción, la colusión, la evasión de impuestos, abusos de todo tipo –me duele y avergüenza que algunos clérigos hayan cometidos abusos-, y el vínculo entre el mundo empresarial y el político, que hemos visto este tiempo, acrecientan las desigualdades, perturban el orden social, ponen en jaque el Estado de Derecho que nos rige, y desestabilizan la democracia. No faltará el que diga que son casos contados con los dedos de una mano. En Chile, lamentablemente, uno significa algunos, algunos significa muchos, y muchos significa todos. O sea, basta que haya uno para que se generalice. ¡Eso es así! Y ello, para los que tenemos responsabilidades que implica autoridad, es una realidad con la que debemos contar.
En esta misma línea de reflexión, hay medidas que la ciudadanía espera, pero no se vislumbran, a causa de, entre otras razones, la frecuente rotación de las autoridades en los cargos políticos. Hoy, cuando alguien asume una responsabilidad de orden político la pregunta que surge es: ¿cuándo se va a ir? Ello genera en la población desconfianza y escepticismo. Su resultado inmediato: quien tiene poder pierde autoridad. Lo lamentable de esta situación es que quienes tienen autoridad -por su trayectoria, sus conocimientos adquiridos en años de estudios y experiencia- no tienen poder. Es cosa de ver la rotación de ministros, subsecretarios, generales, intendentes y seremis, en este último tiempo, entre otros.
En este escenario resulta doloroso ver que se escuchan voces que profetizan vientos de fuga de capitales, utilizando como argumento la inestabilidad política y social del país. Esta es una mirada utilitarista de la Patria y potencia el círculo vicioso de la violencia, pues un espíritu humano se apacigua con un trabajo justamente remunerado, con un trato digno y con perspectivas de futuro para la familia. Ello implica emprendimiento, inversión, creatividad y confianza en Chile y sus habitantes. Pienso que promover con más fuerza la inversión con una clara impronta ética en el país es una tarea que bien puede emprender con renovado ardor la USEC y las asociaciones empresariales. La estabilidad es un valor importante en la sociedad, porque implica proyección hacia el futuro.
Otro aspecto de la vida nacional que interfiere negativamente en el ámbito empresarial es ver cómo ha entrado la droga en vastos sectores de la población. Ese es uno de los problemas más serios –sino el principal- por los que atraviesa Chile: tienen atemorizada a la población, por un lado, y generan “lealtades” con los más desposeídos, por otro. Es un drama que si no se aborda de manera integral se va a seguir extendiendo. Para el narcotráfico no existe ni ley ni Dios. Creo firmemente que a mayor trabajo honesto y bien remunerado, menos tráfico y consumo de droga –y corrupción- habrá.
Por otro lado, una ecuación difícil de resolver -y que sólo encuentra espacio de resolución en la conciencia- es la ambición desmedida de algunos que los lleva a obtener logros económicos a cualquier precio. La publicidad engañosa, la promoción de estilos de vida que implican endeudamientos difíciles de pagar, sumado a hacer creer, con sutiles estrategias de marketing, que se es más si se tiene más y que el jardín del vecino –que siempre se ve más verde que el propio- puede ser nuestro, no ayudan a promover serenidad de espíritu, paz interior, alegría de vivir y sosiego. Una reflexión desapasionada de las estrategias de marketing actuales y el bien común, sería de extraordinaria relevancia.
Es totalmente compatible promover una cultura al interior de la empresa –de todo orden- donde el ser prevalezca por sobre el tener y el valor de la eficiencia vaya de la mano con la hondura espiritual que toda actividad humana está llamada a alcanzar. Si a ello le sumamos valores como el amor por el trabajo bien hecho, la austeridad, el irrestricto cumplimiento de la ley y los principios éticos que una conciencia recta es capaz de reconocer, convertiremos a Chile en una sociedad justa y fraterna, con más personas sentadas en la mesa y menos debajo de ella. También ello nos ayudará ser más felices.
7. Del corazón a la casa y la empresa, de allí a la sociedad
Si no hay un profundo convencimiento de que toda acción –personal, institucional o corporativa- impacta en los demás, difícilmente lograremos apaciguar los ánimos de quienes no tienen espacio en la mesa y están condenados a quedarse con las migajas que sobran.
Pienso que una política realista de redistribución del ingreso es la única manera de revertir el deterioro generalizado que estamos viviendo como país. La solución a este drama económico es de orden espiritual, porque implica: sentirse parte de una comunidad; reconocer que todo lo que tenemos y somos adquiere peso específicamente humano cuando es para los demás; reconocer que la vida tiene un sentido trascendente; abrazar la ética en la propia existencia y reconocer que sobre los bienes y los conocimientos grava una hipoteca social. En este escenario, -exigente por cierto, porque implica salir de uno mismo-, podremos ver la realidad desde la siguiente perspectiva: todos los seres humanos tienen derecho a una vida digna. Ello, evidentemente, implica cambios de estilo de vida que muchos no siempre estamos dispuestos a hacer y que se resume así: menos para uno, de tal manera de lograr más para los demás. Eso se llama justicia distributiva y solidaridad. A eso nos está invitando el Papa Francisco. San Alberto Hurtado lo resume así. “dar hasta que duela”.
Así, calmando los nervios de quienes sufren los embates de la injusticia, el deseado orden y la paz llegarán. Esa moción del espíritu es un regalo que bien nos podría llegar el 2021 si nos disponemos a ello. Cambiando el corazón, cambiaremos nuestra familia y nuestro lugar de trabajo; cambiando nuestra familia y nuestro lugar de trabajo, cambiaremos el país; cambiando el país, cambiaremos el mundo. Ello lo podemos hacer porque tenemos el impulso que nos entrega la fe, el sabernos profundamente amados por Dios y llamados a una tarea de excepción: hacer del mundo un lugar digno del hombre y de su Creador.
8. A modo de conclusión
La Unión Social de Empresarios Cristianos (USEC) tiene una historia y un andamiaje muy sólido que la sostiene. Sus miembros tienen competencias, destrezas, conocimientos y habilidades que podemos distribuir de mejor forma. Miles de pequeñas empresas, cientos de organizaciones sociales y eclesiales carecen de los conocimientos y los recursos para ponerse al día en un mundo que cambia y que se encamina rápidamente hacia la digitalización y hacia la eficiencia en la gestión. También, en el ámbito jurídico y financiero, es mucho lo que se necesita avanzar para que las potencialidades de los emprendedores salgan a la luz. Dios distribuyó los talentos por igual para todos los habitantes del orbe. Quienes los hemos podido cultivar tenemos la obligación moral de hacerlos fructificar en los demás. La USEC bien podría marcar ese sello con fuerza y decisión (buen nombre para un programa de apoyo “SELLO USEC”) en la sociedad. Vengo saliendo de una reunión con un grupo de Alcohólicos Anónimos de Talcahuano. Estaban felices porque la “Muni” les entregó 800 mil pesos para construir un galpón en su sede. Van a instalar una reparadora de muebles para darle trabajo a los rehabilitados.
¡Sería notable que una empresa, -que de seguro tiene un potente departamento de marketing- los ayudara, por ejemplo, promocionado su emprendimiento en las redes! Ellos por sí mismos no lo podrían hacer.
Creo que el SELLO USEC le daría un nuevo impulso a la Unión Social de Empresarios y Ejecutivos Cristianos así como a todas las agrupaciones empresariales. Además, renovaría el interés por formar parte en ellas; y haría un bien inmenso a las personas que todo les resulta muy difícil. Este tiempo de perplejidad que estamos viviendo por la pandemia puede ser el momento, oportuno y adecuado, para empezar. Muchos se lo van a agradecer, sobre todo las futuras generaciones.