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Carta abierta de un coronavirus a todos los chilenos

Por Tu Voz

12 mayo 2020 | 18:22

Estimados ciudadanos y ciudadanas escribo estas líneas a título personal, cansado de que se hable tanto de mi y de todos mis hermanos y hermanas que desde hace largos meses hemos comenzado a hacer ocupación legítima del planeta tierra.

Luis Campos (c)

Por Luis Campos

Doctor en Antropología, licenciado en educación, investigador Centro de Estudios Interculturales e Indígenas, CIIR.

Me llaman de muchas formas, cada una más fea que la otra. Coronavirus hasta que me gusta porque me da un aura de realeza. Covid-19 no la entiendo y la que más detesto es Sars-Cov2 que parece una mezcla entre saco y asco. Definitivamente prefiero Coronavirus.

Esta es la historia de cómo llegué a Chile junto a mis hermanos y hermanas. Y aunque dicen que no estamos vivos, les quiero contar que tenemos memoria y lo que más nos gusta es dividirnos y aumentar, así que tan muertos no estamos. En sólo un par de horas podemos colonizar a un individuo y quedar listos para avanzar hacia a otro sujeto. Porque esa es nuestra tarea y nuestra misión: colonizar a los humanos. Insisto con lo de la memoria porque es importante para poder protegernos unos a los otros y también para que nos podamos expandir. La nuestra es una memoria colectiva en constante aprendizaje, por lo que, además, tenemos una capacidad infinita de adaptación. Algunos vivimos en cerdos y de ellos aprendimos muchas cosas que les comunicamos al resto de nuestros hermanos y hermanas. Antes estuvimos con el murciélago, bicho tan difícil como feo, de los más impenetrables que existen. De ahí a los gatos, perros y por supuesto, a los humanos. Así, desde enero de 2020, hemos comenzado a conocer a los homo sapiens y sus diferencias de país en país. Y eso es lo que nos hace más felices, saber que los humanos son tan distintos como cambiantes las respuestas que han dado para protegerse. Pero aquí estamos.

Volviendo al tema de esta carta, la historia dice que estuvimos con un murciélago en las cercanías de Wuhan. De ahí (tal cual sucede en la película Contagio, esa que habla de un primo de nosotros y que parece que nadie vio), pasamos a un mercado donde se vendían animales raros, luego a la cocina de un restaurante y de ahí a todos lados. En mi caso particular, tomé conciencia de mi existencia ya fuera de China, pero deben saber que de todas maneras se con exactitud cuál fue la ruta que mis antepasados siguieron para llegar hasta aquí. Lo que queda claro es que fue mucho más rápida que la de Marco Polo.

Un italiano llamado Massimo Pietrafetta estaba en el mismo restaurante donde se cocinó ese animalito raro y de ahí tomó un vuelo a Milano, con una breve escala en Roma. Massimo, que al llegar a su tierra estaba muy cansado, tuvo que salir con su familia a celebrar el cumpleaños de uno de sus hijos, precisamente a uno de los restaurantes más reconocidos de Milán y por lo mismo repleto de turistas de distintos países. Fue ahí, en la Pizza AM, ubicada en el 83 Corso di Porta Romana, donde un hermano fue expulsado en un gran estornudo, que en ese entonces a nadie la pareció problemático, y terminó flotando nada menos que en una mesa de una familia chilena que pasaba sus últimos días de vacaciones en Italia. No se del resto de mis hermanos y hermanas, pero yo tuve la suerte de caer justo sobre Julieta García Echeñique, bella santiaguina con una vida social de lo más activa. Ni les cuento cuantos hijos salieron de su promiscua boca, pero al cabo de 10 días, cuando ya se aprestaba la familia a volver a su país, mis descendientes directos, de mi estrecha y exclusiva relación con la bella Julieta, llegaban a varias centenas.

De ahí pasó todo muy rápido y por supuesto no he tenido control sobre mis herederos. Puedo decirles que por el lado de Julieta nos subimos a un avión de LATAM con escalas en Sao Paulo y en Buenos Aires. Julieta se mostró de lo más simpática y casi ni durmió. Hijos e hijas de nuestra relación pasaron en esa noche a Joao Batista de Almeida, a Juanito Lederman, a Marina Rizzeti y como a veinte más que no me acuerdo y no tengo por qué saber porque no conozco a todo el mundo. De ahí con Julieta llegamos a Santiago y nunca nadie nos controló. En ese entonces cada uno pasaba como Pedro por su casa.

Luego de superar el jetlag Julieta volvió a su rutina normal y se juntó con sus amigas para contarles del viaje, vio a su pololo y al amigo con ventaja y también fue al gimnasio todos los días ya que quería bajar los kilos que había aumentado con tanta pasta y pizza. También asistió a un matrimonio en el medio de la cuarentena y se fue después a la playa, aunque eso lo se de oídas ya que para ese entonces nos habíamos separado. Víctimas de su simpatía fueron la señora Juanita que trabaja en su casa, don Víctor que vende las empanadas en Tomás Moro y que se contagió de su esposa que le entregó el paquete a Julieta justo cuanto esta estornudaba y otras tantas personas que por respeto a las leyes del ministro no puedo ni debo mencionar. Doña Juanita y don Víctor ese día volvieron a La Florida en metro y en micro, contagiando entre otros a Joaquín Morales quién hasta que se enfermó trabajaba en la construcción en un edifico en Alonso de Camargo. Joaquín, a su vez, transmitió el virus a todos los obreros, entre ellos a Jean Phillip Lacouti el que debía volver todos los días a Quilicura en micro. A su llegada infectó a todo el cité en donde vivía (que después hasta salieron en la tele) y también a los que viajaron en su mismo bus, a la señora que le vendió la sopaipilla y a la señorita que entregaba el pan en la panadería que queda en la esquina de José Francisco Vergara y la avenida San Martín.

Fue ahí cuando las autoridades decretaron cuarentena y debo reconocer que estuvimos a punto de extinguirnos en el país. Según nuestros cálculos, bastante más acertados que los del ministro de salud, con dos semanas de cuarentena total nos hubieran controlado casi en su totalidad. Y aunque estuvimos asustados por un par de días, eso duró hasta que el presidente se fue a sacar fotos en un monumento en medio de la cuarentena a lo que siguió el llamado de sus ministros a volver al trabajo (con el apetitoso retorno seguro) y con el suculento agregado de salir a tomarse un cafecito y hasta una cerveza con los amigos. Así, con estas sanas medidas, no solo los santiaguinos, sino también todos nosotros pudimos volver a circular sin problemas.

Si bien ya tuve que abandonar a Julieta, puedo decir orgullosamente que nuestra relación dejó como fruto a más de 20 mil contagiados (eso según nuestras estadísticas). Imagínense cuántos somos los que estamos hoy circulando por el país porque al igual que ella hubo miles de turistas que nos ayudaron mucho para poder seguir existiendo. Y de hecho uno de nuestros trofeos más preciados siempre fueron los turistas y los políticos engreídos, ya que son ellos los que aseguran una rápida expansión y multiplicación de toda nuestra tribu. Por eso estoy seguro que, aunque digan que no estamos vivos, no se ha conocido a muerto más problemático y que pueda causar tanto mal como el que hemos causado nosotros.

Agradecemos, por último, a todos aquellos que creen en la inmunidad de rebaño (nos van a venir a nosotros a hablar de rebaño); a los que anteponen la economía a la salud y que abren las grandes tiendas (como ese ridículo alcalde de Las Condes) y a todos esos inconscientes que se pasan la vida como si nada estuviera sucediendo. Sin todos ellos, sin el ministro Mañalich, sin el presidente Piñera, sin nuestros amigos los grandes empresarios, nada de esto podría ser cierto. Me despido a las puertas del peak que, según nuestros cálculos, se dará en julio

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