Personajes homosexuales en las teleseries chilenas han existido desde siempre, aunque claramente hace 30 años su orientación sexual no se explicitaba y sólo se presentaba a través de “características” que en ese entonces eran supuestamente propias de los gays y lesbianas.
Sin la idea de realizar una revisión cronológica y detallada de cada producción en la que ha existido algún personaje homosexual, resulta vital para la discusión respecto a los contenidos que entrega la televisión, analizar cómo ha sido la evolución de estos roles (si es que la hay) en más de tres décadas de teleseries.
Si miramos hacia atrás, los más viejos podrán recordar a Luisín de La Madrastra (1981), también conocido como el joven del mesón, rol interpretado por el gran actor Humberto Gallardo y quien se mostraba como una persona amanerada, copuchenta y que realizaba constantes desprecios, como si esas fueran actitudes exclusivas de los homosexuales.
De todas formas, el contexto era otro, y la teleserie era emitida por un canal profundamente católico como lo eran en ese entonces Canal 13.
Desde esa producción nos pegamos un salto a 1992, con Trampas y Caretas, donde Luis Gnecco era un mayordomo llamado Amadeo, que da luces de su orientación cuando coquetea con un nuevo sirviente de la casa.
Al año siguiente, Rodolfo Bravo daría que hablar en Ámame, al interpretar Juanito Lyon, el portero del colegio Rivarosa. Ese mismo año, pero en Canal 13, Felipe Armas pasó a la historia con su estereotipado rol de Pierre Lafont en Marrón Glacé, un chef delicado, sensible, mañoso y con ademanes que en ese tiempo eran asociadas al género femenino.
En Juegos de fuego (1995) de TVN también surgió un personaje que más tarde veríamos representado por el famoso “Cochiguaz”. Allí Claudio Valenzuela interpretaba a José Luis, un masajista muy amanerado que se sentía aparentemente atraído por su jefe.
En 1997, Loca Piel nos mostró a Gabriel Prieto interpretando a Rolo, un costurero que cumplía prácticamente con todos los estereotipos gays que tenía la sociedad de la época.
Hasta entonces, todos los personajes respondían a una serie de características que los hacían fácilmente identificables: elocuentes, amanerados, delicados y sensibles. Además, ninguno de ellos presentaba una vida amorosa, siempre eran caracterizados como personas solitarias, buenos trabajadores, fieles compañeros, pero nunca siendo parte de algún conflicto amoroso como todo el resto de personajes.
¿Con el 2000 cambiaron los estereotipos?
Pasando al 2000 podríamos pensar que el panorama podría cambiar, pero no. Un ejemplo claro fue el papel de Andrés Velasco en Amores de mercado (2001), donde interpretó a Mauricio “El Rucio” Jiménez, un coreógrafo que lucía prácticamente como la copia de Tony Esbelt. Sus gestos y sonsonete al hablar lo hacían un personaje totalmente de comedia. Otro factor más a la hora de presentar a un homosexual en televisión: objeto de risas.
No fue hasta el 2003 que Canal 13 decide presentar un personaje gay en Machos, alejado de los estereotipos que hasta ese entonces imperaban, pero que al mismo tiempo carecía de credibilidad debido a que todo el peso se sustentaba en el drama de su orientación y el miedo a enfrentarse a su padre y hermanos.
El papel de Ariel Mercader fue encarnado por Felipe Braun, un homosexual al que simplemente teníamos que creerle que le gustaban los hombres, cuando hablaba por teléfono con un supuesto pololo que jamás se mostró. Lo rescatable, eso sí, fue que al menos el rol tenía su propia historia y fue importante para el desarrollo de la trama.
Curiosamente, ese mismo año en TVN, con Puertas adentro, se muestra por primera vez en televisión una relación homosexual de una pareja mayor, interpretada por José Soza y Luis Alarcón, quienes debían vivir su amor de manera clandestina, haciéndose pasar por primos.
Tanto en el caso de Machos como de Puertas adentro, ambas temáticas estaban muy acorde a los tiempos. En ese entonces la diversidad sexual iba ganando un poco más de terreno en cuanto a la discusión de problemáticas que afectaban a la comunidad LGBTI, y era necesario visibilizar los problemas a los que se enfrentan sus integrantes por miedo a la discriminación, al rechazo y la violencia tanto al interior de las familias como en la sociedad en general.
Desde entonces surgieron muchísimos otros personajes que tocaron la misma tecla. Romper los estereotipos que asociaban al homosexual con un rol de comedia, exagerando su comportamiento y asignándole una serie de características que socialmente son entendidas como femeninas, sin embargo, este importante cambio también se quedó pegado y avanzamos hacia escenarios bastante más oscuros que si bien pueden ser parte de una ficción, termina transformándose en una visión sesgada y poco diversa.
En Los treinta (2005) Juan José Gurruchaga sufría con Benito, un chef asumido sexualmente pero que sufría de amor eternamente y era víctima de la homofobia de su entorno. Algo que hasta el día de hoy ocurre, pero que debería apoyarse con una visión más esperanzadora.
El 2006 en Cómplices, TVN se la jugó un poco más al mostrar a una pareja homosexual casi al mismo nivel que acostumbrábamos a ver en una pareja heterosexual. Sebastián (Néstor Cantillana) y Javier (Ricardo Fernández) enfrentaron dramas típicos de una relación amorosa de teleserie, sin embargo, nunca pudimos ver un beso. Sí, al parecer para el canal de ese entonces las parejas homosexuales no se besaban. Además, dieron la peor excusa posible: se censuró el beso del capítulo final por el horario en que se emitía la teleserie, por lo tanto, dejaban en claro que un beso homosexual no era equivalente a uno hetero. Y esto ocurrió sólo 12 años atrás.
El 2007 Chilevisión también apostó por la visibilización en Vivir con 10, mostrando a un joven escocés llamado Colín Mackenzie (Wil Edgar), quien tenía dudas sexuales pero que iba a discos gays y hablaba abiertamente del tema, encontrando finalmente el amor.
¿Y las mujeres?
Evidentemente no sólo los hombres homosexuales han tenido participación en teleseries, ya que las lesbianas también han estado presentes, sin embargo, costó mucho más la aparición de roles claramente lésbicos. La realidad de la mujer lesbiana ha sido comúnmente invisibilizada por décadas en la televisión chilena.
Paradójicamente, lo que sí se ha visto son acercamientos eróticos entre mujeres, de las que se desconoce su orientación sexual, pero que se presentan como un factor complaciente para los hombres, alimentando una fantasía sexual que sólo responde a la cosificación de la mujer.
Recién en 2004, en la teleserie nocturna Ídolos de TVN, se mostró a una mujer madura y madre de familia que sentía atracción por su secretaria. Emilia fue interpretada por la actriz Liliana García y, afortunadamente, ellas sí pudieron demostrar su amor con besos, como cualquier otra pareja.
Tres años más tarde, en Vivir con 10 Pastora (Javiera Hernández) vivía un difícil proceso de aceptación de su homosexualidad, y se le vio conociendo mujeres y siendo parte del “ambiente gay”.
En 2008 El señor de la Querencia fue lejos la teleserie más atrevida hasta entonces, pues mostró la homosexualidad asumida de Lucrecia Santa María (Lorena Bosch), quien llegó a la hacienda a revolver las cosas con su pensamiento libre, europeo y muy coqueta.
Si tomamos en cuenta que la ficción estaba ambientada en 1920, su forma de actuar era una verdadera locura. Lucrecia se enamora de Herminia y ambas viven diversos encuentros románticos, sensuales y hasta eróticos. Por lo mismo, la interpretación de Bosch se llevó varios aplausos de los televidentes de esa época.
Otro rol importante fue el de Catalina Guerra en Mujeres de lujo, quien interpretaba a la administradora del burdel. Pero en esta teleserie no sólo ella mostraba una orientación homosexual, pues también lo hizo el “malo” de la historia, Ronny (Héctor Noguera, en su primer papel gay para televisión) quien se mostraba como un galán y seductor de mujeres pero que en realidad era homosexual y tenía una relación con Valentino (Paulo Brunetti), pianista del prostíbulo, claro que el mafioso lo oculta a como de lugar. Las actrices Catalina Olcay y Tania Court también vivieron experiencias lésbicas.
Luego vinieron otros más frescos como Macarena (Marcela del Valle) y Nina (Ignacia Allamand) en Infiltradas (2011), quienes incluso se casaron en el capítulo final de la teleserie, escena ampliamente aplaudida por la comunidad LGBTI. Pese a que el matrimonio homosexual aún no es legal en Chile.
Alejandra Fosalba y María José Illanes también fueron alabadas por la crítica en sus interpretaciones de Carla y Daniela, respectivamente; una pareja de mujeres que luchaban por convertirse en madres en No abras la puerta (2014).
Dos años después Tamara Acosta y Karla Melo dieron vida a Elsa y Paola, respectivamente. Dos reclusas que escaparon de la cárcel en Preciosas y que viven su amor a concho y nadie alrededor cuestiona su relación ni viven con miedo al qué dirán.
Y para qué hablar de Mercedes Moller (Soledad Cruz) y Bárbara Román (María José Bello) romance lésbico de época de Perdona nuestros pecados (2017-2018) que debió luchar contra la discriminación y el conservadurismo de una sociedad machista e ignorante. Fue tanta su popularidad que en redes sociales bautizaron su romance como Barcedes.
Afortunadamente, podríamos pensar, la lista de personajes homosexuales en ficciones nacionales es larga durante la última década. Pero realmente no vale la pena detallar todos los roles que han existido porque, como señalábamos anteriormente, ninguno representa una historia interesante que no tenga que ver exclusivamente con su orientación sexual, sea cual sea el objetivo.
Todos los personajes han respondido a estereotipos que si bien pueden estar presentes en la sociedad actual, no aportan a una visión integradora y a una lectura más amplia del tema por parte de las nuevas generaciones.
Básicamente les estamos diciendo que ser homosexual sigue siendo un conflicto y, peor aún, que asumirlo en un entorno de confianza, primero, para luego “salir al mundo” sin tener nada que ocultar o disimular, tampoco garantiza seguridad.
Un claro ejemplo es la última teleserie nocturna de Mega, Casa de muñecos, donde vemos al actor Álvaro Morales interpretando, básicamente, el mismo papel que en ¿Dónde está Elisa? de casi una década atrás.
Lo anterior, porque José Luis Hurtado (personaje en la ficción) se presenta como un gay reprimido que debió ocultar su orientación para responder a la norma y llevar una vida heterosexual que incluye esposa e hijos. Evidentemente su matrimonio no es feliz, la mujer se complica la vida pensando en que su marido la engaña, es un tanto alcohólica y adicta a las pastillas, y sus hijos no entienden muy bien qué pasa.
José Luis, por su parte, mantiene amoríos con un tipo del gimnasio, Mauro, del que supuestamente se enamoró, y cuando tiene el valor de enfrentar a su familia, se presenta como el gran “destructor de hogares”, haciendo sufrir a su esposa, quien finalmente le ruega inventar una nueva mentira para mantener el orden de la casa y “proteger” a sus hijos.
Es cosa de leer en redes sociales la reacción de los televidentes ante este tipo de problemáticas para darse cuenta que los homosexuales aún son percibidos como sujetos oscuros, mentirosos y malos padres, aún cuando esa misma persona da a entender que ha vivido una vida difícil, llena de conflictos internos que no le han permitido asumir como debe ser su sexualidad.
El tema es que ni siquiera se ha ahondado en este punto, para darle un poco más de humanidad a su rol, sino que simplemente se le presenta como un hombre maduro que finalmente está intentando ser honesto consigo mismo sin importar lo que pase a su alrededor.
La pregunta es ¿Por qué aún las teleseries chilenas no presentan personajes en los que su orientación sexual no sea un tema de conflicto? ¿Por qué no puede existir un hombre o mujer que se enamore perdidamente de otra y que el ‘drama’ sea sólo ese? o ¿Por qué no puede existir un personaje homosexual que escape de lo convencional pero que no por eso caiga en estereotipos añejos y de mal gusto?
Ser homosexual en Chile y en 2018 sigue siendo difícil. En la calle siguen golpeando y matando a personas por su orientación sexual y los discursos de odio son pan de cada día entre líderes religiosos, políticos, ‘celebridades’ y otros actores de la sociedad civil.
Entonces, entendiendo todo esto, ¿No sería mejor aportar, desde la ficción, con una visión más amable de la homosexualidad, donde no les estemos comunicando a los televidentes que ser gay o ser lesbiana es objeto de culpa, vergüenza y temor?