Son múltiples las causas que pueden explicar el debilitamiento de los partidos políticos tanto desde un punto de vista orgánico, expresado en la caída del número de sus militantes y adherentes o en la ausencia de vida partidaria en la mayoría de las comunas del país, como en su rol institucional, y cuyas manifestaciones más evidentes son la incapacidad de proyectar en sus propuestas de política pública una visión coherente de país y sociedad conforme a sus principios doctrinarios.

Es el caso de la propia Democracia Cristiana, donde algunos de sus postulados fundamentales ameritan interpretaciones tan disímiles entre sus parlamentarios y dirigentes partidarios, que es cada vez más difícil poder reconocer una identidad partidaria común.

Un momento particularmente indicativo fue el distanciamiento de la dirigencia del Partido respecto de la candidatura de Claudio Orrego en las primarias presidenciales de la Nueva Mayoría, particularmente luego de la derrota, lo que entre pasillos era atribuido al intento de proyectar una identidad colectiva asociada a la fe religiosa: Creo en Dios, y qué? Lo paradojal es que estamos frente a un partido político que se reconoce como un partido “doctrinario e ideológico que orienta sus acciones en principios y valores fundamentales”. Dichos principios y valores, según se establece en su Declaración de Principios, están inspirados en la doctrina del humanismo cristiano, como en la Doctrina Social de la Iglesia.

La crisis de la referencia doctrinal común se expresó, no cabe duda, a lo largo del debate por la despenalización del aborto bajo tres causales, no tanto por los argumentos esbozados por una u otra posición, sino por el desconocimiento recíproco de los argumentos doctrinarios que unos y otros invocaban.

Para algunos o algunas era el legítimo derecho que asiste a las mujeres de decidir libremente frente a situaciones excepcionales; para otros significaba desconocer principios fundamentales como lo es el respeto por la vida desde su inicio hasta la muerte. Una disyuntiva sin duda compleja, pues una premisa fundamental en el humanismo cristiano, es el reconocimiento de la libertad esencial del hombre o individuo humano, quien según sostiene Jacques Maritain, por estar dotado de inteligencia y conciencia es libre de determinar sus fines, y es a él a quien le corresponde ponerse en consonancia asimismo con los fines necesariamente exigidos por el orden natural.

A su vez, el hombre, proclama la Doctrina Social de la Iglesia “puede dirigirse hacia el bien sólo en la libertad, que Dios le ha dado como signo eminente de su imagen”. La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, “movido e inducido por una convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa”. Sin embargo, tal libertad del hombre “encuentra su verdadera y plena realización en la aceptación de la Ley Moral de Dios” (Gaudium et spes). No matarás. En este sentido, cabe concluir que, entre la norma y el acto, corresponde siempre el discernimiento del hombre conforme a la ley moral de Dios.

La cada vez más reiterada caracterización del PDC por parte de figuras destacadas del partido, como un partido de centro, es un signo adicional del debilitamiento de sus fundamentos doctrinarios. La referencia simbólica a la idea de un centro político es interpretable como un recurso institucional indispensable en la construcción de consensos en sociedades fracturadas social, ideológica y políticamente.

La interrogante que surge es si tras esa legítima preocupación por alcanzar los equilibrios necesarios a la gobernabilidad de un sistema democrático, cabe la existencia de un partido declaradamente ideológico y doctrinario. El modo como se posicionan día a día algunas de sus figuras políticas, inclusive interrogándose sobre la conveniencia de mantener la denominación cristiana, pareciera confirmar tal aprehensión.

Gustavo Rayo Urrutia
Director de la Escuela de Ciencia Política y Administración Pública del Campus Santiago de la Universidad de Talca.
Administrador Público (Universidad de Chile) y Doctor en Estudios Políticos (Universidad de Grenoble en Francia)

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