¿Y si hablamos de Generación Dorada? Vargas Llosa es, seguramente, el goleador histórico de las letras latinoamericanas.
“Cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes”. Con esta frase, atribuida al uruguayo José Enrique Rodó, el Premio Nobel de Literatura 2010 introducía su decimosexta novela: El sueño del celta. En esta, publicada el mismo año en que obtuvo el mayor galardón de las letras, recreó la intrincada vida de Roger Casement, el europeo que levantó la voz en contra del colonialismo en África. Pero no sería raro que este enunciado sirviera de epitafio para Mario Vargas Llosa.
Si bien el autor de Conversación en La Catedral nació en Perú, fue Bolivia el país que le brindó cobijo durante su primera década. Una tarde de 1946, con diez años y ya de regreso en Lima, vio a su padre a la cara por primera vez. No estaba muerto —como le habían hecho creer para encubrir un quiebre matrimonial—, sino más vivo que nunca. Acá comienzan las paradojas, puesto que su progenitor lo matriculó de inmediato en el colegio militar Leoncio Prado para aplacar sus aires de poeta. Sin embargo, el arequipeño cobraba a sus compañeros por escribir cartas para sus enamoradas y alguna que otra novelita pornográfica, lo que alimentó su sed literaria.
Y los giros de tuerca continúan
A los 19 años se casó con su tía Julia Urquidi, quien era una década mayor que él y ya contaba con un divorcio a cuestas. De esta relación deriva su obra La tía Julia y el escribidor, y también Lo que Varguitas no dijo, una encrespada respuesta de la musa boliviana tras su ruptura.
Tiempo después, el laureado escritor le pondría un anillo en el dedo anular a su prima, Patricia Llosa, con quien tuvo tres hijos y un controvertido quiebre. Aunque le dedicó su discurso en la Academia Sueca en 2010, asegurando que ella hace todo y todo lo hace bien, acabarían separándose cinco años después tras la chispa que estalló entre el Nobel y la aristócrata Isabel Presley.
En este punto fue que Vargas Llosa atravesó la peor de sus pesadillas. Los flashes y los micrófonos no lo dejaban avanzar por la calle, pero no para ser consultado sobre sus futuras publicaciones, sino por su farandulero vínculo con la exesposa de Julio Iglesias. ¿La contradicción? Tres años antes había lanzado La civilización del espectáculo, un ensayo en donde criticaba la frivolización de las artes. Responsabilidad o no del novelista, lo cierto es que la prensa rosa se encargó de escribir un libro —sin mucha metáfora— que no estaba a la altura de La casa verde o La guerra del fin del mundo.
El viraje político
Quizá uno de los más asombrosos contrastes en los 89 años de Vargas Llosa fue el viraje político que protagonizó entre 1960 y 1970. Tras ser un ferviente admirador de la Revolución Cubana, se convirtió en un público detractor de Fidel Castro y el régimen que implantó en la isla. Este hecho, sumado a sus lecturas de Karl Popper, Isaiah Berlin y Friedrich Hayek, le despertó una enorme simpatía por la corriente liberal, lo que culminaría con su candidatura por la Presidencia de Perú en 1990. El fracaso de su Movimiento Libertad, que se inclinó ante la desconocida figura de Alberto Fujimori, le significó el retiro de la política partidista, pero no de los círculos intelectuales.
De hecho, durante sus últimos años, la pluma latinoamericana aterrizó numerosas veces en Chile para participar de conferencias de actualidad. Quizá una de sus intervenciones más viralizadas fue ante una pregunta del columnista Axel Kaiser, quien utilizó el concepto de dictaduras menos malas durante una entrevista en 2018. El célebre escritor cortó su discurso para aclarar que algunas (dictaduras) pueden traer beneficios económicos a ciertos sectores, pero el precio que se paga es intolerable e inaceptable.
Y llegamos al meollo del asunto. Como dije al principio, el artífice de La ciudad y los perros fue muchas cosas, pero será recordado como pieza insigne del denominado Boom Latinoamericano.
Mario Vargas Llosa y la Generación Dorada de la literatura
Cuando en nuestro país hacemos alusión a la Generación Dorada, es imposible no rememorar aquella mágica reunión entre Claudio Bravo, Alexis Sánchez, Arturo Vidal y otros guerreros que escribieron las páginas más coloridas en la historia del fútbol chileno. Esto es simple: el sueño de esa selección duró cerca de una década, pero el de nombres como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes tardó cerca de 70 años —hasta este 13 de abril— en apagarse.
La conjunción de estos genios logró algo que ni la política ni la religión pudieron: hacer que el mundo supiera dónde poner el dedo cuando buscara a América Latina en el mapa. Ya no éramos indios incivilizados, sino un continente que tenía historias dignas de ser conocidas por europeos, asiáticos y —nuestros autoproclamados protectores— norteamericanos. A pesar de que los creadores de joyas como Cien años de soledad y Rayuela están más insertos en la cultura pop, sobre todo por sus frases que se repiten en redes como Instagram y TikTok, Vargas Llosa quedará en los libros como uno de los autores que más experimentó con la técnica literaria y revolucionó los cánones a principios de 1960.
Pero todo esto hubiera sido imposible sin el amadrinamiento de Carmen Balcells, agente hispana que cimentó las bases del Boom. Ante este elemento factual, va la reprimenda a aquellos líderes latinoamericanos que insisten en derribar estatuas y exigir disculpas a España por la Conquista.
¿No lo dijo Neruda? Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo. Nos dejaron las palabras. Sin esta colaboración con nuestros otroras colonizadores, quizá las páginas de Pantaleón y las visitadoras, La fiesta del Chivo y Le dedico mi silencio —la última novela de Vargas Llosa— no se encontrarían en miles de librerías alrededor del mundo.
Aunque la política alejó al peruano de algunos de sus camaradas, hay un pacto de caballeros que se respetó hasta la tumba. Nunca se supo cuál fue el factor que desencadenó una trifulca en el Palacio de Bellas Artes de México entre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. Sin embargo, este último terminó con un ojo amoratado aquella noche de 1976, lo cual puede evidenciarse en una fotografía que él mismo pidió que le hicieran a modo de constancia. Pese a la obstinación de incontables periodistas por conocer el motivo, ambos se mantuvieron con los labios sellados hasta que dejaron de respirar. Y al final qué más da. Si terminaron compartiendo el Nobel de Literatura y por poco se lanzan a escribir una novela a cuatro manos sobre la guerra entre sus países de origen.
No me place comparar al autor de casi 50 novelas, cuentos, obra de teatro y ensayos con Da Vinci —como lo hizo un exministro chileno para referirse a Sebastián Piñera tras su trágico deceso—, pero el ahora exintegrante de la Academia Francesa fue muchos hombres en una sola vida. ¿Y si hablamos de Generación Dorada? Vargas Llosa es, seguramente, el goleador histórico de las letras latinoamericanas.