En medio de crecientes tensiones comerciales y geopolíticas orquestadas por Donald Trump, los mercados están tambaleando y el orden global se resquebraja. Este artículo de opinión arroja luz sobre la mecánica de una estrategia confrontacional destinada a reconfigurar los equilibrios globales y llama a una respuesta europea unida, estratégica e inmediata.

“Esto no es una guerra comercial; es un impuesto a la paz mundial.”

Un día negro en una crisis que se profundiza

El 3 de marzo de 2025 marcó otro día oscuro en una secuencia cada vez más inestable. Wall Street se desplomó: el S&P 500 cayó un 4,8%, su peor pérdida diaria desde junio de 2020, en plena crisis del COVID-19. Esta reacción bursátil fue provocada directamente por el anuncio de Donald Trump de una nueva oleada de aranceles a las importaciones estadounidenses.

La magnitud de la medida tomó por sorpresa a los observadores. Apple perdió casi un 9% en un solo día, desatando una venta masiva en todo el sector tecnológico. Los efectos llegaron a Asia y Europa, aunque con algo más de contención.

Asia —clave en las cadenas de suministro globales— fue especialmente vulnerable. Los nuevos aranceles afectaron a Vietnam, Camboya, Tailandia, Bangladés y Sri Lanka: países considerados los “talleres del mundo”. Al golpear a estas economías, Washington afecta tanto a sus socios como a regiones en desarrollo, exacerbando la inestabilidad regional.

La estrategia de la administración Trump es clara: gravar a los más vulnerables para reconfigurar la dinámica global de poder a corto plazo. No se trata de un acto de locura, sino de una maniobra política calculada. Y eso es precisamente lo que la hace tan peligrosa.

Una lógica militarista para un nuevo orden mundial

Esta crisis trasciende lo económico. Ya no se trata solo de aranceles, sino de presión política, realineamiento geoestratégico y un intento deliberado de reformular el orden mundial a través de la ruptura —cuando no del caos total—. La historia económica nos enseña que los desequilibrios comerciales extremos suelen desembocar en conflictos, como ocurrió en los años 30 tras el colapso de 1929.

Lo que estamos presenciando no es una mera guerra comercial, sino una fractura en la historia contemporánea. Un atentado contra la paz mundial. Hoy el mundo está atrapado en una red de tensiones, aranceles y provocaciones. Un mapa de los aranceles impuestos por Trump muestra un globo bajo presión, con una excepción evidente: Rusia.

Mientras los aliados históricos de Estados Unidos —Canadá, Alemania, Japón y Corea del Sur, soportan el peso de las nuevas sanciones, Moscú queda curiosamente exenta. Y, sin embargo, Rusia sigue exhibiendo sus ambiciones imperiales, especialmente con su presencia reforzada en el Mar Negro y sus alianzas estratégicas con Irán, Siria y Bielorrusia.

Paralelamente, se intensifican las tensiones en Medio Oriente. Ataques estadounidenses a objetivos iraníes, descritos oficialmente como operaciones preventivas, coinciden con una ofensiva renovada del primer ministro israelí en el sur del Líbano. Hezbolá, respaldado por Teherán, está directamente en la mira. Esta escalada pone en riesgo los esfuerzos diplomáticos internacionales iniciados a fines de 2024 para estabilizar la región.

Nada de esto es casual. Responde a una lógica coherente. Trump, pese a su aparente irracionalidad, no actúa sin propósito. Está ejecutando un proyecto: la reconstrucción del mundo a través del poder bruto, donde las alianzas se basan en la dominación y la impunidad.

Él se ve a sí mismo como un “mensajero designado por Dios” —un actor en un orden superior, tal vez sagrado. Y no está solo: Netanyahu, Putin y, en cierta medida, Xi Jinping comparten esta visión de un mundo gobernado por la guerra, la soberanía exclusiva y el rechazo del derecho internacional.

La UE debe afirmarse, sin miedo y con fuerza

Los años 20 del siglo pasado fueron una época de euforia económica. El colapso de 1929 puso fin a esa era, dando paso a una década de miseria y conflictos. En 2020, la pandemia del COVID-19 provocó un colapso económico global con consecuencias sociales duraderas. Ahora, en 2025, estamos al borde de un tercer shock sistémico.

La economía global tambalea entre una recuperación frágil, inflación persistente, inestabilidad energética, tensiones comerciales y una fractura digital. Estamos en una encrucijada histórica. Y así como los años 30 derivaron en nacionalismo y guerra, nuestro tiempo corre el mismo riesgo.

Trump es plenamente consciente de la amenaza inminente de recesión. En ese contexto, la guerra —económica, diplomática e incluso militar— se convierte en una herramienta estratégica para restaurar la supremacía estadounidense. Apuesta por el retorno a un mundo dominado por la fuerza bruta, donde el poder aplasta la ley y las alianzas históricas.

La respuesta de Europa debe ser inequívoca: no cederemos. No tememos amenazas ni intimidaciones. La Unión Europea, con sus 449 millones de ciudadanos y €427 mil millones en importaciones anuales de productos estadounidenses (fuente: Eurostat, 2024), es una potencia global. Y esa fuerza puede movilizarse. Boicots económicos dirigidos, medidas comerciales recíprocas, inversiones masivas en autonomía estratégica: deben convertirse en nuestra realidad.

EE.UU. depende de una bolsa en crisis. Las corporaciones estadounidenses —incluso las más patrióticas— siguen estando al servicio de sus beneficios. No resistirán una presión sostenida y coordinada por mucho tiempo. Canadá ya lo ha demostrado: Ottawa respondió a los aranceles con contramedidas equivalentes. Lula, en Brasil, advirtió a Trump que dejara de “educar al mundo” y se ocupara de “sus propios asuntos”. Brasil, enfrentado a aranceles del 10%, logró exenciones parciales.

Construir una defensa europea, ahora

Trump explota nuestra dependencia militar. La usa como herramienta de presión. Debemos responder. La defensa europea ya no es una idea: es una urgencia estratégica. Como 27 naciones, debemos estar unidos.

Vivimos un momento histórico. Y paradójicamente, puede que sea Trump quien finalmente obligue a Europa a encontrar su columna vertebral estratégica. Ursula von der Leyen es la Presidenta de la Comisión Europea. Debe ser respetada como tal. Europa no puede representarse de manera incoherente. Respetar a Europa es respetar sus instituciones y a sus líderes. Este momento exige claridad, lealtad institucional y solidaridad inquebrantable.

¿Y Francia? Nuestra responsabilidad principal es con nuestro pueblo. Debemos adoptar una economía de guerra, de inmediato.

    – Decir la verdad a nuestros ciudadanos: estamos al borde de un gran conflicto.

    – Movilizar nuestras industrias para producir armamento en masa.

    – Comprar refugios, distribuir kits de seguridad y reforzar las reservas estratégicas.

    – Sensibilizar a la población sobre los riesgos y los protocolos de emergencia.

    – Suecia ya ha comenzado a rearmar su industria. Nosotros debemos hacer lo mismo.

Si Trump suspende los aranceles durante 90 días, no es por convicción, sino por falta de alternativas ante la presión de los mercados financieros estadounidenses, que están en alerta máxima. Tan pronto como tenga la oportunidad, volverá a esta decisión, ya que su visión sobre los aranceles es casi un dogma. Sigue convencido de que puede cambiar el equilibrio de poder utilizando esta herramienta, incluso si eso significa provocar el caos, que en última instancia cree que beneficiará a Estados Unidos.

Esta suspensión “temporal” puede ofrecer un breve respiro a los mercados, pero no será suficiente para estabilizar un contexto internacional profundamente inestable, donde las reacciones de otras potencias ya están empezando a tomar forma.

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Cuesta creer lo que estamos presenciando. Cuesta admitir que Trump no es meramente inestable, sino que encarna una agenda fría, metódica y potencialmente destructiva. Pero negarlo es cegarnos. Subestimarlo es fallar en nuestro deber. Actuemos. Actuemos rápido. La historia no perdona la pasividad ni la falta de preparación.
- Julia Agard