La violencia vicaria es la forma más perversa de agresión contra las mujeres. No basta con dañarlas directamente: los agresores van más allá y usan lo que más duele, sus hijos. Manipulan, amenazan y convierten a los niños en herramientas de venganza. No es solo violencia psicológica, es tortura emocional.

Esta forma de maltrato se expresa de diversas maneras: retener a los hijos injustificadamente, incumplir la pensión de alimentos o manipular a los niños para ponerlos en contra de su madre, todo esto con el único fin de infligir el mayor dolor posible. Cada una de estas acciones responde a una lógica de poder y dominio, en la que el agresor pretende ejercer un control absoluto, incluso cuando la relación de pareja ha terminado.

El sistema judicial, lejos de proteger, muchas veces se convierte en cómplice. Mientras los agresores lo usan a su favor, dilatando procesos o presentando denuncias falsas para quitar el cuidado personal, las madres quedan atrapadas en una batalla legal desgastante, costosa y, en muchos casos, injusta. Lo más grave es que aún hay jueces que ven a estos hombres como “padres en conflicto” y no como maltratadores.

Pero no debemos caer en ello. No son simples conflictos familiares, son actos de violencia que destruyen la infancia de los hijos y perpetúan el maltrato hacia las madres. Lo más alarmante es que, en muchos casos, los niños crecen normalizando estas conductas, perpetuando el círculo de violencia en su vida adulta, mientras que la falta de capacitación en perspectiva de género dentro del sistema judicial agrava aún más el problema, permitiendo que los agresores manipulen los vacíos legales y sigan ejerciendo violencia impunemente.

Sin datos concretos, la violencia vicaria sigue siendo silenciada

En Chile, la violencia de género sigue en aumento. Según el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, en 2024 hubo 43 femicidios consumados, uno más que en 2023. Los femicidios frustrados también crecieron un 14%, con un total de 295 casos. Aunque no existen cifras oficiales específicas sobre violencia vicaria, es una realidad innegable que afecta a cientos de familias y que las autoridades siguen ignorando. La ausencia de estadísticas oficiales también refleja la falta de compromiso político para abordar el problema. Sin datos concretos, la violencia vicaria sigue siendo una tragedia silenciada.

Es urgente que la legislación chilena reconozca y sancione la violencia vicaria con la dureza que merece. Se necesitan medidas de protección eficaces y la suspensión inmediata del régimen de visitas en casos de violencia comprobada. También es imprescindible que se creen instancias especializadas para atender a las víctimas, brindando apoyo legal y psicológico tanto a las madres como a los niños afectados.

A las madres que viven este infierno: no están solas. Documenten cada agresión, busquen apoyo legal, exijan justicia. Y si la justicia no escucha, hay que seguir presionando hasta que lo haga. La lucha no es fácil, pero es necesaria. Es fundamental visibilizar estos casos, denunciar sin miedo y exigir cambios estructurales que realmente protejan a las víctimas de violencia vicaria.

Los hijos no son armas, no son moneda de cambio, no son herramientas de venganza. Son niños, y merecen crecer sin miedo. La responsabilidad de garantizarles una vida libre de violencia es de todos. No podemos seguir permitiendo que la indiferencia y la negligencia institucional condenen a tantas madres e hijos a vivir bajo el yugo de la violencia vicaria.