En tiempos de cambio, la mejor estrategia es anticiparse y construir espacios de estabilidad y diálogo.
En la naturaleza, cuando se avecina una tormenta, los bisontes corren hacia ella en lugar de huir. Esto les permite atravesarla rápidamente y minimizar su exposición al peligro. Esta actitud de no evadir ni postergar los conflictos, sino enfrentarlos directamente, refleja la gestión internacional de la segunda administración del presidente Donald Trump, quien en estas semanas de gobierno exhibe una tendencia a abordar sus intereses globales sin demoras ni temor al conflicto.
Lo que aún queda por determinar es si esta conducta marca un cambio de era, ya sea por el declive del “siglo americano” surgido tras 1945 y el resurgimiento de Asia como centro económico clave, o si solo transitamos una fase pasajera de un orden global que persistirá. Transformaciones de esta magnitud tardarán años en consolidarse, en una transición que podría sumir al mundo en un período de incertidumbre, sin reglas claras, con actores más decididos y formatos disruptivos.
Conscientes de estos cambios y de los riesgos del enfrentamiento, algunos gobiernos de la región, incluso aquellos con posturas ideológicas distintas a las de Trump, han optado por la cautela y evitar conflictos innecesarios con su administración. Lo mismo es esperable en el caso de nuestra Cancillería, la que al insistir en elevar el conflicto en Medio Oriente como prioridad internacional, se adentra en un círculo de intereses de la política exterior estadounidense, lo que podría repercutir negativamente a Chile.
Un tablero en movimiento
Que el orden global esté atravesando un sismo político ya no es novedad. La nueva administración de EE.UU. ha tomado decisiones de gran impacto mundial, reconfigurando relaciones y desafiando estructuras que parecían sólidas. Desde sus diferencias con el gobierno panameño por la creciente influencia china en el canal de Panamá, hasta sus tensiones comerciales con Canadá y México, y su estrategia de competencia con China, Washington ha dejado claro que reordena sus prioridades.
La intervención del vicepresidente J.D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Munich expuso la grieta con su aliado más cercano (Europa), en un ámbito -la alianza militar transatlántica- que evidencia las debilidades de la defensa europea, que ahora busca delinear una política militar sin el protagonismo de EE.UU.
Los recientes acontecimientos en Yemen, donde Estados Unidos actuó contra fuerzas hutíes que amenazaban el transporte marítimo, demuestran que los intereses no solo se defienden en negociaciones, sino también con el uso de la fuerza.
Creciente influencia de China en el Pacífico
Pero es en el Pacífico donde se perfila el mayor desafío global de la administración Trump, con una competencia estratégica cada vez más evidente. China, tras su ingreso a la OMC, ha expandido su influencia económica y política en la región, estableciendo cooperaciones con diversos países –incluido Chile– y consolidando su presencia en islas y territorios clave.
Además de su reclamo territorial sobre Taiwán, ha fortalecido su posición geopolítica en archipiélagos y micro-Estados del Pacífico Occidental. Con el argumento de invocar “derechos históricos”, la llamada “línea de los nueve puntos” se reviste ahora con normativas del Derecho del Mar sobre la “plataforma continental más allá de las 200 millas”, lo que refuerza su concepción del Pacífico Noroeste y Central como su área de influencia.
Este posicionamiento la enfrenta no solo con EE.UU. y sus aliados Japón y Corea del Sur, sino también con países ribereños como Vietnam, Tailandia, Indonesia y Filipinas. La situación se torna aún más compleja considerando el crecimiento de las capacidades militares estratégicas chinas, que desafían la supremacía estadounidense en zonas clave como Japón, Guam e incluso el horizonte profundo del Pacífico.
¿Cómo debe responder Chile a estos cambios?
Chile, aunque geográficamente distante de estos focos de tensión, no es ajeno a las dinámicas globales. Su condición de nación marítima y antártica, su rol en el comercio interoceánico y sus puertos en el norte, puntos de salida de minerales estratégicos compartidos con Argentina y Bolivia, lo sitúan en un entramado de intereses geopolíticos en evolución.
Su territorio, recursos, condición austral como polo emergente de intereses multisistémicos, e incluso el despoblamiento del sur, conforman un conjunto de activos y pasivos de creciente relevancia. Analizarlos, identificarlos, valorarlos políticamente y protegerlos, debería ser una prioridad de la política exterior del país, especialmente ante las crecientes dificultades del Derecho Internacional para garantizar estabilidad y cumplimiento de normas. En este contexto, es probable que en este “claroscuro” del orden global surja un creciente desapego de las potencias a ajustarse al marco jurídico internacional, diseñado en otra era.
Ante este escenario, la necesidad de previsibilidad y cooperación regional cobra mayor relevancia para Chile. Fortalecer lazos con socios estratégicos y diversificar sus relaciones internacionales, en lo político y económico, podría otorgarle mayor margen de maniobra en un entorno global incierto.
En tiempos de cambio, la mejor estrategia es anticiparse y construir espacios de estabilidad y diálogo. El panorama internacional actual exige enfoques innovadores y flexibles para enfrentar los desafíos emergentes. La defensa de nuestra “zona de paz” no debe entenderse como un concepto estático, sino como un proceso en constante evolución que requiere vigilancia, acción decidida y anticipación de riesgos a los intereses de Chile.
La capacidad de sortear los campos de conflictividad imperantes a nivel global, de adaptarse y tener una visión estratégica que trascienda esta transición de eras, serán fundamentales para asegurar un futuro seguro y próspero para Chile en esta nueva realidad global.