Hubo una vez que, en nombre de la ciencia, las mujeres eran quemadas por brujas. Hoy, la ciencia sugiere que tal vez sí, que lo éramos. La superioridad de una especie no garantiza su permanencia.
Los dinosaurios dominaron este planeta, pero bastó una piedra de 10 kilómetros para que las flores se volvieran más importantes. Ahora la biología escribe en piedra una sentencia que podríamos llamar “asteroide”, y los hombres son esos dinosaurios que quizás un día extrañaremos. No será ahora un meteorito en llamas; hablamos de biología, del cromosoma “Y”: una pieza defectuosa de la maquinaria genética.
Como las catedrales viejas o los muros desgastados por el agua y el aire, este cromosoma ha ido perdiendo sus genes poco a poco con cada generación. Como aquel cemento que fue símbolo de elegancia, muestra sus fisuras y su desgaste con el paso de los años y todos sus temblores. No es una estratagema feminista, ni un arrebato histérico. Son los científicos quienes afirman que, si todo sigue igual, si nada cambia, este cromosoma defectuoso desaparecerá por completo en unos 125.000 años.
Para entonces, nosotras —las de ahora— ya no estaremos. Y los hombres —los de ahora— serán arqueología en un moderno y bien conservado museo.
Es normal que nadie se altere. Esta noticia no tiene la espectacularidad de un desastre de Hollywood. Nadie gritará de pánico, ni leerá con angustia titulares científicos de algo que ninguno de nosotros verá. Es una noticia que está lejos de ser cinematográfica porque no anuncia el fin de la especie humana, solo el fin de una parte de esa especie.
Hoy ya se fabrica esperma artificial en los laboratorios del mundo. Poco a poco, parece que las mujeres empiezan a disfrutar más de los memes expresionistas que de la violencia (no generalizada, claro, pero ejercida por muchos). La idea de la supervivencia de los hombres se debilita, como lo ha hecho durante siglos, porque, cariño, ese “si todo sigue igual” anunciado por los científicos: sigue igual desde siempre.
No voy a citar a Virginia Woolf ni me escudaré en Juana de Arco, pero ¿se acuerdan de Eva y la historia de la costilla?
Bryan Sykes, genetista y autor de La maldición de Adán, insiste en que no fue el huevo, que fue la gallina, y que la primera mujer no nació de un hombre ni de un hueso. Sykes afirma con seguridad que el hombre fue una “X” fallida, una mujer cuyo cromosoma perdió una pata y se convirtió en una “Y”. Sí, suena a un forzado artículo vengativo, lleno de rabia, como cuando nos llaman “feas” o, peor aún, “no entiendes nada”. Pero estos son papers, no memes. Son laboratorios, no protestas. Y, finalmente, es la ciencia, no las brujas.
Quizás alguna vez los dinosaurios pudieron levantar sus cuellos y abrir sus párpados para mirar el cielo. Quizás vieron con claridad, con mucha antelación, una estrella fugaz abalanzándose hacia ellos como un enorme sol llameante. Hoy, los hombres pueden ver perfectamente la probeta, pero también están encandilados y solo ven un avance científico.
Todo comenzó con Dolly. Con los ratones creados sin cromosoma “Y”. Con el laboratorio de Newcastle creando esperma a partir de células madre. Pero incluso entonces, los hombres no prestaron atención. Las mujeres, en cambio, tomaron nota y así comenzaron los nacimientos de probeta. Y los padres no fueron tema en la charla de la conversación de sobremesa.
Si la extinción de los dinosaurios fue rápida, la de los hombres es metódica. Es suave y dulce como una mecedora: son microscopios, pipetas y tecnología CRISPR. Porque la guerra de los sexos nunca fue nuestra; la ciencia la tomó, gentil y delicadamente.
En Instagram pareciera que los memes ya se adelantaron a la tragedia. En redes sociales circulan cuadros renacentistas con frases sobre “el día en que las mujeres dijeron ‘gracias, no se molesten"”. No se trata de legitimar la ironía, sino de aceptarla. La lección es simple: el poder, bajo ninguna regla, exige la permanencia, y no asegura para nadie un corazón, ninguno, que siga eternamente palpitando.
El último macho sobre la Tierra
Año 127.009 d.C. El mundo es silencioso y limpio. Las ciudades son eficientes; las filas en los baños son largas, siempre. Pero, a veces, hay visitas guiadas a los “Museos del Hombre”, donde las niñas miran con curiosidad las vitrinas que exhiben camisetas de bandas también extintas y pinturas al óleo que representan viejos controles de videojuegos.
La leyenda escrita bajo la obra indica el año aproximado y continúa:
“En esa época, los hombres quisieron legislar sobre los derechos reproductivos de las mujeres, pero ninguno se preocupó por legislar para preservar su propia reproducción.”