Una artista de su calibre no necesita defenderse de una crítica que no iba dirigida a Laferte, sino al sistema que la rodea.

Sí, el homenaje era a Mon Laferte, pero la verdadera protagonista fue la precariedad. En Chile, el arte es un oficio sin contrato, sin sueldo y sin garantías: el 88,3% de los trabajadores culturales lo sabe bien.

En regiones, la situación es aún peor. Mientras en Santiago se concentra el 60% de las oportunidades, en Valparaíso los artistas locales ni siquiera pueden aspirar a las sobras. Esta vez, no solo quedaron fuera de la programación, sino que además tuvieron que pagar entrada.

Mon Laferte es, sin duda, uno de nuestros referentes más meritorios y, no, no fue ella quien decidió que su homenaje viniera con desalojo incluido. Pero el resultado es insólito: artistas locales desplazados, un centro cultural convertido en boletería y un evento que, en vez de celebrar el arte regional, lo trata como un estorbo.

¿Quién pensó que era buena idea cobrar entrada en un espacio sin fines de lucro? ¿Borrar de un plumazo la programación para hacer espacio al nombre más grande? Este evento se gestionó con la misma elegancia de un portazo mal dado: la expulsión bochornosa y sin justificación plausible a Alonso Yañez, el cobro de entradas (sé que ya lo dije, pero: vergonzoso), cambios arbitrarios soportados por enarbolar a una sola artista mientras los demás quedaban relegados. Actos que solo podían desembocar en esta polémica, tan evitable como de mal gusto.

Como era mínimamente esperable: los artistas de la región expresaron su molestia por la forma en que se manejó el nombramiento. Y Mon Laferte en lugar de abordar el problema con la lucidez que demuestra en su trabajo, optó por narrar su propia historia, dejando en claro que su vida ha sido dura y que su lugar es merecido. Y sí, sin duda lo es, pero no por las circunstancias que (por cierto) son lamentablemente un lugar común para muchos y muchas.

Nadie cuestiona el camino que ha recorrido ni el talento que la ha llevado al éxito. Pero el arte no se mide en biografías dolorosas, sino en leer el contexto y en ellos la capacidad de transformar esas experiencias en algo que trascienda lo personal.

Al leer su respuesta parece faltar una conclusión, una lectura amplia, un cierre fuera de sí misma. Lo preocupante no es que Mon Laferte sea embajadora cultural, sino que el título venga acompañado de un gesto que refuerza la precarización del sector y que su respuesta sea que ella también fue precaria.

Nadie esperaba que la artista rechazara el reconocimiento, sino que entendiera el contexto y utilizara su voz para visibilizar a quienes quedaron fuera. Si hay alguien que sabe lo que significa la exclusión y la lucha por un espacio, es ella. Y ahí es donde su respuesta quedó al debe: no se trata de justificar su presencia con su biografía, sino de la capacidad de representar a un sector. Una artista de su calibre no necesita defenderse de una crítica que no iba dirigida a Laferte, sino al sistema que la rodea.

El reconocimiento artístico no debería ser un premio para quienes han sufrido más, sino para los que -como es su caso- han dedicado su vida a responder a ese dolor, creando desde su biografía de película algo más grande, al menos más significativo que los hechos macabros, en algunos casos incluso una obra de arte.

No todo es personal, querida Mon, menos cuando tienes el lujo de pocos: tomar la palabra.

Por Amanda Durán
Poeta chilena