La polémica de los últimos días entre el Cardenal Chomali y la Ministra Orellana es, quizás, el mejor ejemplo del actuar del gobierno ante cualquier debate público. Y no solo de este gobierno, sino también de la “nueva” izquierda universitaria (nueva solo en contraposición a la antigua) que funciona bajo la clave de la cultura de la cancelación y la neutralización del “enemigo”.
En efecto, ante el irónico comentario del Cardenal, pronunciado en la homilía de la Misa de Navidad cuyo destinatario evidentemente era un público católico y que refleja la ya conocida postura de la Iglesia en contra del aborto por el valor esencial de cada vida humana, cualquiera sea su edad, sexo o condición; la Ministra opta por responder públicamente en razón de su posición de Ministra de Estado, atacándole al señalar, con evidente desdén, que es un “príncipe de la Iglesia” y que el gobierno no funciona en base a sus “deseos”.
Este tipo de ataques ad hominem no son nuevos para el Frente Amplio. Cualquier persona que pueda pasearse por una federación de estudiantes universitaria se dará cuenta de que la tónica es la misma: ante comentarios, por irónicos que sean, el ataque es la respuesta segura. Peor aún si el comentario es sobre algún aspecto de fondo: el ataque personal es lo mejor que se puede desear, toda vez que se ha visto que los ataques pueden llegar a ser físicos, como lo demuestra la violencia de las marchas organizadas por la Confech en 2019 y en años anteriores (a pesar de que, entonces, sostuvieron que los encapuchados fueron externos, la duda permanece).
Parece ser que el problema de la “nueva” izquierda es triple
En primer lugar, tienen dificultades para distinguir entre el tipo de comentarios a los que responder o, dicho de otra forma, de escoger qué batalla dar. Un gobierno normal, conocedor de la etiqueta y recato bajo los que sus ministros deben actuar y opinar en la vida pública, jamás habría permitido un comentario de esta índole. Al fin y al cabo, el Cardenal Chomali es para la mayoría de los chilenos (particularmente para los santiaguinos) una autoridad con igual o más fuerza que el Presidente de la República.
El reproche del gobierno es peor, toda vez que no comprendió que no se trató de un “ataque” contra ellos, sino un comentario a los fieles católicos. Si así fue percibido por el oficialismo, es porque no es más que lo que acostumbran hacer.
En segundo lugar, ante la confrontación de fondo, de ideas si se quiere, la respuesta es aniquilar a la contraparte. La “nueva” izquierda no tiene por objeto entrar a dialogar con la contraparte ni convencer ni dejarse convencer. Al contrario, su obsesión por la “hegemonía” los lleva a imponer su posición, muchas veces ideológica, “por la razón o la fuerza”. Quien no quiera entender, será obligado a entender. Y si aun así no entiende, se cancela, se le quita toda credibilidad para que no sea un obstáculo en extender dicha hegemonía en el resto de la sociedad.
Con esta actitud, no hay país que progrese ni sociedad que sea capaz de unirse para enfrentar los desafíos comunes. La arrogancia intelectual y la falta de humildad desde la que la “nueva” izquierda pregona su ideología, la hace incapaz de intentar entender qué es lo que piensa el otro. Mucho menos podrá dejarse convencer cuando, genuinamente, la idea contraria sea mejor o más conveniente.
Eso explica, entre otras cosas, que sean incapaces de comprender que una persona proveniente de un sector vulnerable de la sociedad no piense como ellos, y la etiqueta de “fachopobre” es la única estrategia que han podido utilizar frente a su incomprensión.
Por último, y como corolario de lo anterior, tenemos una “nueva” izquierda que presenta problemas de infantilismo, porque el querer dar todas las peleas y el imponer su postura al resto no es mucho más distinto a un niño con rabieta, a quienes sus padres le han dicho que no y él insiste en que se haga su voluntad.
El desafío de la madurez política
Hay que ser claros: los chilenos le han dicho que “no” a esta “nueva” izquierda en, al menos, tres oportunidades: en el rechazo de salida del 2022, en la elección de consejeros constituyentes de 2023 y en la elección municipal y regional en la que, a pesar de ir en la misma lista que la izquierda democrática y el PC, perdieron capitales regionales, comunas emblemáticas, control de la mayoría de los consejos regionales y varias gobernaciones.
Los chilenos también le han dicho “no” al aborto libre y sin causales y a las restricciones de la objeción de conciencia.
Es entendible que desde el gobierno estén frustrados por no retroceder en el desconocimiento de la personalidad del que está por nacer (aunque ellos dirían que es un “avance”) a la velocidad que ellos quieren. Pero continuar dando respuestas como la ya señalada al inicio no es una decisión inteligente, diplomática, estratégica, democrática ni madura.