Para lograr el desarrollo y un balance real con la naturaleza necesitamos una preocupación y acción transversal. Proteger “la casa de todos” es, en rigor, tarea de todos.
Este año ha pasado a los anales de la historia como el más cálido del que se tenga registros; y no solo eso: de acuerdo a datos del servicio de vigilancia del cambio climático Copernicus, también se espera que este año culmine convirtiéndose en el primero que registra un alza en la temperatura promedio por encima del umbral de 1,5 °C sobre los niveles preindustriales, límite que la comunidad internacional estableció al firmar el Acuerdo de París para así limitar y reducir significativamente los riesgos y efectos adversos relacionados con el cambio climático.
La grave crisis ecológica -que tiene expresiones en el clima, la biodiversidad y la contaminación- nos ha llevado a un momento donde urgen acciones concretas, ya no solo para mitigar, sino también para revertir el daño causado a la naturaleza y a todos quienes habitamos de ella.
Desarrollo sostenible: Urge un compromiso transversal
Pero para poder efectivamente retrotraer esta crisis, necesitamos un compromiso más amplio y transversal en la sociedad. Urge que las industrias entiendan que las graves contradicciones entre desarrollo y medioambiente generadas en los últimos decenios nos evidencian que no hay desarrollo posible sin equilibrio ambiental.
Para entender aquello, basta con ver la sucesión de catástrofes producidas por eventos meteorológicos extremos en todo el mundo, y cómo estos no solo están impactando a los ecosistemas y las comunidades, sino también a las industrias. Ejemplo de lo anterior, es la emblemática decisión de Arauco de cerrar de forma indefinida su celulosa en Licantén luego de las inundaciones de 2023 y acusando una “extrema variabilidad climática”.
La crisis no solo está afectando a ‘algunas’ personas en ‘algunos’ territorios, está mermando la actividad industrial y, a la vez, obligando a los Estados a desembolsar sumas de dinero exorbitantes en labores destinadas a la reconstrucción. Es decir, es el desarrollo de los países lo que está en juego.
Es por ello que urge un compromiso real del sector privado (y no solo slogans de greenwashing), entendiendo que esta no es una lucha que solo deban librar las comunidades o las organizaciones ambientalistas, y que la crisis ecológica es consecuencia de nuestras propias acciones, el modelo de desarrollo y la forma en que se explotan los territorios.
Proteger la biodiversidad desde todos los frentes
El empresariado debe entender que cuando las propias industrias extractivistas generan desequilibrios ambientales en los ecosistemas -como ocurre con la salmonicultura en el sur del país- no solo son las comunidades las que deben sufrir las consecuencias de territorios yermos, sino también ellas mismas, ya que las actividades productivas dependen de un medio ambiente en equilibrio para su desarrollo.
Es por eso que este 2025 nos debemos poner un desafío conjunto: proteger la biodiversidad desde todos los frentes, usando (y respetando) todas las herramientas con las que contamos para aquello.
Sin duda, en esto es absolutamente relevante respetar la normativa vigente y colaborar en la creación de nuevas regulaciones que permitan una protección más efectiva y oportuna; operar con transparencia y probidad; generar soluciones que efectivamente resuelvan los problemas sin crear nuevas zonas de sacrificio (como ocurre actualmente con la desalación y sus nefastas consecuencias en los ecosistemas costeros y marinos) y, por cierto, respetar las áreas protegidas y generar verdaderos mecanismos de conservación de estos espacios (sobre todo en aquellos casos donde aún hay industrias en su interior).
Para lograr el desarrollo y un balance real con la naturaleza necesitamos una preocupación y acción transversal. Proteger “la casa de todos” es, en rigor, tarea de todos.